Así vio Ana Catalina Emmerick la Transfiguración del Señor

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Desde temprana edad, Ana Catalina Emmerick tuvo numerosas visiones y mociones espirituales. En los últimos años de su vida, estas visiones se referían continuamente a pasajes de la vida de Cristo y de la Virgen María. Entre estos episodios se encuentra el de la Transfiguración. Reproducimos a continuación la descripción que hace la beata Ana Catalina Emmerick de este acontecimiento:

«Desde el albergue de Hadad-Rimmón se dirigió Jesús hacia el este a Kisloth-Tabor, al pie del Monte Tabor, hacia el sur, a unas tres horas de Rimmón. En el camino se allegaron a Él poco a poco los discípulos que habían sido enviados a predicar. En Kisloth se reunió de nuevo gran multitud de viajeros que venían de Jerusalén en torno de Jesús. Aquí enseñó y sanó a algunos enfermos.

Por la tarde envió a los discípulos a derecha e izquierda, en torno de la montaña, para que enseñasen y sanasen. Él se reservó consigo a Pedro, a Santiago el Mayor y a Juan y con ellos subió al Monte Tabor. Emplearon como dos horas, pues Jesús se detenía con frecuencia en cavernas y lugares donde habían estado profetas, les enseñaba y rezaba con ellos. No habían llevado consigo alimento alguno. Jesús se lo había prohibido, diciéndoles que se sentirían saciados. La cumbre del monte ofrecía una hermosa vista, había un vasto lugar cercado y plantado de árboles y el suelo estaba cubierto de hierbas aromáticas y de flores. Había oculta una fuente de agua a la cual se le daba salida a voluntad y saltaba un chorro de agua fresca y clara. Allí se refrescaron y lavaron los pies. Jesús se dirigió a un lugar, como una excavación en la roca, que tenía semejanza con el de oración del Huerto de los Olivos. Era vasto y se podía caminar dentro. Jesús continuó su enseñanza, habló de la oración que se hace de rodillas y dijo que debían orar aquí con las manos levantadas. Les enseñó sobre el Padrenuestro, mezclando algunos salmos, y ellos rezaron de rodillas en torno de Jesús. Jesús se hincó delante de ellos y mientras oraba les decía la oración, y les habló de la Creación y de la Redención. Les habló lleno de amor y de bondad: los apóstoles estaban como fuera de sí. Les había dicho al principio que quería mostrarles lo que Él era: que convenía lo viesen en gloria para que no dudasen cuando lo viesen despreciado, maltratado y dejado de su Divinidad en su pasión y muerte.

El sol se había puesto ya y estaba oscuro, pero ellos ni se dieron cuenta, tanto era el entusiasmo de ver a Jesús y oír sus palabras. Se ponía por momentos más resplandeciente, y se veían ángeles en torno de Él. Pedro los veía también y por eso interrumpió a Jesús y preguntó: «Maestro, ¿qué es esto?». Jesús le dijo: «Ellos me sirven». Pedro volvió a decir: «Maestro, aquí estamos, nosotros queremos servirte en todo». Esto lo dijo con entusiasmo, levantando los brazos. Jesús seguía enseñando, mientras se esparcía en torno un aroma celestial y los apóstoles se sentían contentos, fuera de sí. Jesús brillaba cada vez más y era como transparente. El resplandor era tan grande en torno de Jesús que a pesar de ser ya noche se veía hasta la más pequeña hierba como en pleno día. Los apóstoles se sintieron tan conmovidos y fuera de sí, que se cubrieron las cabezas e inclinaron el rostro a tierra. Eran como las doce de la noche cuando vi esta gloria en todo su apogeo. Desde el cielo venía una línea de luz y los espíritus se movían en ese resplandor. Unos eran pequeños; de otros se veían solo los rostros resplandecientes; algunos ángeles, vestidos como sacerdotes; otros, como guerreros. Todos estos espíritus tenían algo de característico, y con su aparición recibían los apóstoles una especial ayuda, en fuerza, contento, iluminación y renuevo. Estos ángeles estaban en continuo movimiento. Los apóstoles estaban como en éxtasis, caídos sobre sus rostros. De pronto he visto entrar, en la luz que rodeaba a Jesús, a tres seres resplandecientes. Llegaron en una forma natural, como quien viniendo de la oscuridad entra en un lugar de luz. Dos aparecieron más distintos y más corpóreos. Hablaban con Jesús y eran Elías y Moisés; la tercera aparición no habló: era más espiritual y tenue, y era el profeta Malaquías.

Yo oía cómo Moisés y Elías saludaban a Jesús, y cómo Él hablaba de la Redención y de su pasión. Su encuentro era natural, como acostumbrado. Moisés y Elías no aparecieron ancianos y demacrados, como yo los había visto en la tierra, sino más jóvenes y más atrayentes. Moisés era más alto, más majestuoso y venerable que Elías, tenía sobre la frente como dos cuernos o excrecencias brillantes y vestía una túnica larga. Era un hombre imponente, como un preceptor: serio, pero justo y sencillo. Dijo a Jesús cómo se alegraba de ver de nuevo a Aquel que le había guiado a través del desierto con el pueblo sacado de Egipto, al que ahora iba a salvar y a redimir del pecado. Recordó muchas cosas de sus tiempos, que eran metáforas de estos hechos de ahora y habló del cordero pascual y del Cordero de Dios (…)»

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