‘Vi a Benito y a Escolástica jugando inocentemente y de acuerdo, como estuvieron siempre desde niños’

La beata Ana Catalina Emmerick contempló en sus visiones la infancia de San Benito, patrono de Europa, y de su hermana Santa Escolástica
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Desde temprana edad, Ana Catalina Emmerick -hoy beata- tuvo numerosas visiones religiosas, algunas referidas a episodios de las vidas de santos y mártires. En la obra Visiones y revelaciones completas de Ana Catalina Emmerick se incluye la descripción que hace la mística alemana de la infancia y juventud de San Benito, patrono de Europa, y de su hermana Santa Escolástica: 

«Por medio de una reliquia de Santa Escolástica he visto muchos cuadros de su vida y de la de San Benito. He visto la casa paterna en una gran ciudad, no lejos de Roma. No estaba fabricada del todo al estilo de los romanos. Del lado que daba a la calle había un espacio empedrado, cerrado por un muro más bajo con una reja de color rojizo. Detrás había un patio con un jardín y una fuente que surtía agua. En el jardín había un lugar sombreado, donde vi a Benito y a Escolástica jugando inocentemente y de acuerdo, como estuvieron siempre desde niños. El lugar estaba cubierto exteriormente de plantas y enredaderas. El techo era llano y adornado de figuras de color. Creo que estas figuras eran primero talladas y luego colocadas allí, porque tenían un relieve muy visible.

Hermano y hermana se querían mucho y me parecían gemelos. A la ventana de aquella casita campestre acudían pajaritos, muy familiares con ellos, que traían en el pico ramitas y flores, y miraban alrededor, buscando a los niños, los cuales se divertían con las flores y plantas y clavaban en el suelo varias clases de leños formando pequeños recuadros en el jardín. Los he visto escribir y grabar toda clase de figuras en una materia de color (…)

He visto que Escolástica aprendía de su aya una especie particular de trabajo. En una estancia próxima a la en que dormía había una mesa sobre la cual tenía sus labores femeniles. Allí se veían muchos cestos llenos de géneros de todos colores, con los cuales ella hacía figuras de pájaros, flores, ornatos de espirales y otros que luego eran cosidos sobre un paño más fuerte, de manera que parecían entallados. El techo de la habitación estaba también adornado con figuras de colores como la estancia del jardín. Las ventanas no tenían vidrios, sino paños sobre los cuales se veían dibujadas figuras de árboles, de espirales y de otros adornos contorneados. Escolástica dormía detrás de un cortinado; su lecho estaba muy poco elevado sobre el suelo. La he visto por la mañana, cuando el aya salió de la estancia, saltar del lecho y echarse al pie de una cruz que pendía de la pared y allí orar; cuando sentía los pasos del aya se refugiaba detrás de la cortina y así estaba en el lecho cuando la sirvienta llegaba.

He visto a Benito y a Escolástica en la escuela del preceptor; pero cada cual en hora diversa. Los vi leer en grandes libros, como también dibujar letras con oro y con rojo y con un azul verdaderamente hermoso. Lo que se escribía y adornaba se conservaba arrollado. Para hacer esto se usaba de cierto utensilio largo como de un dedo. Cuanto más crecían los niños en edad, menos se los dejaba solos.

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He visto luego a Benito que estaba ya en el décimo cuarto año de edad ir a Roma y entrar en un edificio grande, en el cual había un corredor con muchas estancias. Parecía una escuela o un monasterio. He visto a muchos jovencitos y a algunos eclesiásticos de edad celebrar una fiesta en una gran sala, adornada con cuadros y pinturas semejantes a los de la casa de Benito. (…) Cuando la comida tocó a su fin, vi entrar a seis mujeres de diversas edades. Llevaban figuras hechas de pastas y confituras y cestas con botellas pendientes de los brazos; eran parientes de jóvenes que allí se educaban. Los alumnos se habían levantado de la mesa y se entretenían con esas personas en un ángulo de la mesa y recibían las confituras, pastas, dulces y bebidas. Había entre ellas una mujer de uno treinta años, que yo había visto otras veces en casa de Benito; esta se acercó de modo más insinuante a Benito, que era puro e inocente y no abrigaba sospecha de nadie. Supe que esta mujer conspiraba contra la inocencia del joven y que le dio de beber de su frasco y que en aquella bebida había algo venenoso, mágicamente embriagador. Benito no tenía de ello el menor presentimiento. Lo vi luego durante la noche agitado en su celda por efecto de aquella bebida, y con gran angustia se fue a uno, de quien recabó permiso para poder descender al patio, puesto que sin permiso jamás se ausentaba de la celda. Lo vi en la oscuridad de la noche azotarse en un ángulo de aquel patio, con ramas de espino y ortigas, las espaldas con mucho rigor. Más tarde he visto que, siendo ya solitario, ayudó generosamente a aquella seductora, que se encontraba en grandes apuros, y que lo hizo así precisamente para hacer bien a una enemiga. Había conocido por voz interior la mala intención de esa mujer.

He visto después a Benito sobre un alto monte lleno de escollos. Estaba en el vigésimo año de su edad. He visto cómo se cavaba una celda dentro de un escollo, luego un pasillo y otra celda, y así de ese modo excavó varias celdas en la roca. Por lo demás, solo la primera tenía puerta abierta hacia fuera. He visto que en la parte superior las redondeaba como bóvedas y allí entrelazó y sujetó ciertas imágenes o pinturas compuestas de piedrecitas unas junto a las otras. He visto en una celda tres cuadros semejantes: el de arriba representaba el Cielo; el de un lado, el nacimiento de Cristo, y el del otro, el Juicio Final. Recuerdo que en este último cuadro el Señor estaba sentado sobre un árbol, con una espada que salía de la boca, y abajo, entre los beatos y los condenados, se veía un ángel con una balanza. Había representado también un monasterio, con un abad y detrás de él, muchos monjes. Parecía que Benito hubiese previsto el desarrollo de su propia obra.

A su hermana, que había quedado en casa, la vi varias veces ir a visitarlo a pie. Él no permitía que pernoctase allí. A veces ella le llevaba un volumen que había transcrito y dibujado. Hablaban juntos de cosas divinas (…)

La he visto, bajo la dirección de su hermano, edificar un monasterio sobre un alto monte distante cerca de un día de camino y entrar en él con un número grande de monjas. La he visto instruir a aquellas monjas en el canto. No había allí órgano alguno; los órganos han traído grave daño; han envilecido el canto. He visto cómo aquellas monjas preparaban y confeccionaban ornamentos eclesiásticos, y especialmente con aquel género de trabajo que Escolástica había aprendido desde niña en su casa paterna. Ella había dispuesto un mantel grande sobre la mesa del refectorio con bordados de varios colores de imágenes y sentencias de las Escrituras; lo había hecho de tal manera que cada monja, al sentarse en su sitio, tuviera ante los ojos aquello en que debía precisamente ejercitarse y obrar. Escolástica me dijo muchas cosas amables y consoladoras del trabajo espiritual y del trabajo de los eclesiásticos.»

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