El peligro de dos Iglesias paralelas

|

El hecho de que se cree un Encuentro Mundial de las Familias ‘extraoficial’ en Irlanda, en paralelo, es el reflejo de una división en la Iglesia que amenaza con crear, si no un cisma declarado, sí la formación de dos comunidades que se ignoren mutua y progresivamente.

«La disidencia ultraconservadora en la Iglesia llega a límites insospechados», leemos en Religión Digital (‘La oposición al Papa organiza su propio Encuentro Mundial de las Familias paralelo al oficial’). «Críticos al Papa Francisco como el cardenal Raymond Burke o el obispo Athanasius Schneider hablarán en una «Conferencia de Familias Católicas» que tendrá lugar en Dublín este agosto, en paralelo al Encuentro Mundial de las Familias organizado por el Vaticano».

Que los abanderados de la disidencia eclesial durante los dos pontificados anteriores desplieguen tal intolerancia por la opinión discrepante cuando cambian las tornas no creo que deba sorprender a nadie, por paradójico o hipócrita que pueda sonar. Tampoco es lo que nos interesa de este asunto.

Nos interesa más el sujeto del titular -«la oposición al Papa»- que demuestra, además de una deplorable frivolidad, un concepto de la Iglesia bimilenaria como trasunto de las pasajeras batallas políticas del mundo realmente alarmante. Llevan décadas tratando de convencernos de que la importancia del oficio petrino ha sido groseramente exagerado, que su primacía es un «invento» del cesaropapismo -‘doctrina’ que he leído, precisamente, en el blog de un colaborador de Religión Digital, convertido hoy casi en un zuavo papal-, para hablar ahora de «oposición al Papa».

Pero sí, podemos coincidir con nuestro colegas en que el hecho de que se cree una conferencia paralela es un síntoma preocupante, sobre todo porque no es un signo aislado, sino el reflejo de una división en la Iglesia que amenaza con crear, si no un cisma declarado, sí la formación de dos comunidades que se ignoren mutua y progresivamente.

Quienes han organizado este encuentro paralelo tienen, por su parte, razones de cierto peso para hacerlo. Me cuesta pensar en muchos padres católicos que quieran oír las novedosas teorías del Padre James Martin, el jesuita ‘apostol’ de los LGBTI, sobre los ‘dones especiales’ que aportan quienes han convertido en ejes de su vida una orientación sexual que el Catecismo de la Iglesia Católica considera «desordenada».

Aunque la exhortación Amoris Laetitia está plagada de pasajes edificantes y profundos sobre el matrimonio, por otra parte, tampoco creemos que centrar en ella el encuentro tranquilice a muchos católicos, vistas la confusión y división que ha traído a las iglesias nacionales la interpretación pastoral de su Capítulo 8.

Pero es, como decimos, un síntoma de una división más profunda, una división que ha venido, en mi particular visión, de convertir la vida de la fe en campo de batalla de ideas políticas que, buenas o malas, son necesariamente pasajeras y menores, que solo pueden distraernos de nuestro destino eterno.

Y ya que la división se ha hecho evidente y que un medio como Religión Digital la hace tan brutalmente explícita y que me coloca personal e irremisiblemente en el campo ‘conservador’, me atreveré a esbozar apenas algunas causas de ‘nuestra’ perplejidad con los nuevos aires, por si mis hermanos de la otra trinchera tienen algún interés en oírlas.

Se nos ha dicho que Infovaticana no es «verdaderamente» católica, un juicio muy audaz en quienes presumen de no juzgar; que no sabemos lo que es el ‘amor’, porque nos negamos a abrazar la versión empalagosa y facilona de una palabra de la que tanto se ha abusado ya. Dennos, al menos, una décima parte de la comprensión y la tolerancia que demandan.

Fue el propio Francisco, a poco de iniciar su pontificado, quien insinuó lo que vendría después, la politización de la Iglesia en un sentido, digamos, ‘progresista’, cuando declaró en una de sus primeras entrevistas, creo que al órgano de los jesuitas americanos, America, que el «nunca había sido de derechas»; es decir, que era de izquierdas.

¿Por qué un sucesor de Pedro debería declarar algo así? ¿Qué beneficio puede extraer la Iglesia de conocer la inclinación política de su pastor? ¿Cómo podría eso no servir para alinear a una buena parte de su rebaño?

Y lo que ha venido después no ha hecho más que confirmarnos, no que el Papa sea de izquierdas -como si es, personalmente, forofo del Boca Junior-, sino que lo considera lo bastante importante como para convertir esa adscripción en pilar de su pontificado.

Dicho de un modo horriblemente pedante, inmanentiza la fe. Le vemos ocuparse con un desusado fervor en causas que, buenas o malas, tienen poco o nada que ver con su ministerio. El Cambio Climático podrá ser una verdad, pero desde luego no es una verdad de fe; a los inmigrantes debemos tratarlos los cristianos como a Cristo, pero la conveniencia o no de fomentar la inmigración masiva ilegal es una cuestión bastante más compleja, donde por lo demás actúan otras virtudes como la prudencia, y que no puede despacharse con consignas facilonas que recuerdan a frases de Paulo Coelho.

Y en la raíz de toda esta disputa está el concepto mismo de Iglesia, de fe católica: decidir si es la custodia de un mensaje perenne, inmutable y eterno -Stat Crux dum volvitur Orbis- o, sencillamente, una comunidad histórica que evoluciona en imitación a las modas ideológicas del mundo.

Porque si es lo segundo, si, después de todo, no podemos estar seguro de lo que quería Cristo porque, en palabras del general de los jesuitas, en tiempos de Jesús no existían grabadoras, tampoco podemos estarlo de la primacía del Papa, mucho menos de su infalibilidad. Y si la Santa Sede va a cuestionar cuestiones básicas de la doctrina católica, es de lógica que una de esas doctrinas en ponerse en duda sea la misma que le sostiene, la única que nos hace escucharle.

Una Iglesia que se limite a seguir al mundo es redundante. Quien se casa con las modas ideológicas de su tiempo, dijo alguien que ahora no recuerdo, se condena a ser pronto viudo. El progresismo de hoy no lo será mañana, como cualquier puede comprobar con un vistazo a las hemerotecas. Lo único que se habrá logrado es que los fieles abandonen una Iglesia que renuncia a las certezas, porque si va a ser una copia renqueante y dulzona de lo que abandera el mundo, la gente preferirá siempre el original.