En su momento insinuó incluso imitar a su predecesor y abdicar cuando considerara logrado ese objetivo de hacer ‘el cambio incambiable’, como confesaba en 2014 en una rueda de prensa a su regreso de Corea del Sur: «¡Haría lo mismo! [Benedicto] abrió una puerta que es institucional, no excepcional».
Y eso es lo que pretende para su Pontificado: que sus reformas sean institucionales, no excepcionales. E irreversibles.
Es legítimo, creo, preguntarse qué reformas son esas. De las que podríamos llamar ‘prácticas’, hay pocas y poco profundas. Si el pontificado de Francisco puede calificarse de ‘disruptivo’ -y creo que hay pocas dudas de que lo es-, su novedad parece depender más de un estilo, de una atmósfera, de una tendencia doctrinal que todos intuyen pero que hasta ahora se ha movido en la ambigüedad de las formas y la confusión de los mensajes, de modo que todos ellos puedan interpretarse, forzando un poco, en línea con todo lo anterior.
Pero hay partido, y nadie duda de que el Santo Padre, como él mismo insiste constantemente, ha venido a ‘renovar’ la Iglesia y a hacerlo de modo que sus reformas sean ‘irreversibles’.
Aquí, por tanto, no vamos a preguntarnos por el qué, sino por el cómo. Si las reformas que aplique Francisco se basan en su autoridad magisterial reconocida por la doctrina multisecular y derivada de su condición de Papa, ¿qué impide al próximo Papa, o al siguiente, volver a dejarlo todo como estaba? Si él mismo, y otros Papas anteriores, han logrado revertir lo que algunos de sus predecesores consideraban ‘irreversible’, ¿cómo podría Francisco asegurarse de que su legado no correrá la misma suerte, dejando su Papado y las reformas que salgan de él como un excéntrico paréntesis en la historia de la Iglesia?
El paso obvio es, por tanto, asegurarse de que el próximo Papa y, a poder ser, los siguientes, estén en línea con el pensamiento de Francisco; que sean, por emplear una expresión vulgar pero muy expresiva, ‘de su cuerda’. ¿Cómo lograrlo?
Para responder a este punto hemos consultado diversas fuentes cercanas a Santa Marta que, por motivos perfectamente obvios, prefieren permanecer en el anonimato. Estas son las opciones que se barajan y que, aun descreyendo de la fiabilidad de nuestras fuentes, parecen objetivamente las más eficaces para alcanzar el objetivo que se ha fijado Francico.
Al Papa lo elige en cónclave un colegio de electores que son nombrados, a su vez, por el Papa. El Colegio Cardenalicio cuenta actualmente con 120 cardenales con menos de 80 años de edad y, por ello, con derecho a votar en un eventual cónclave para elegir al Papa. De estos, Francisco ha designado hasta ahora al 40% del Colegio Cardenalicio, un poco menos que el 44% designado por Benedicto. El 16% restante son cardenales elegidos por Juan Pablo II.
Además, Francisco ha roto con la tradición (con minúsculas) de elegir para el cardenalato solo a arzobispos de áreas metropolitanas. Ha hecho cardenales incluso a obispos auxiliares. Esto ya da al pontífice la total libertad de escoger el obispo que él quiera, alguien que esté totalmente en línea con su espíritu reformista, algo más difícil de encontrar entre un número relativamente reducido de arzobispos nombrados en su mayoría por sus predecesores.
Pero quizá no baste, con lo que podría optar por nuevos cambios en el colegio de cardenales. Una primera opción sería elevar su número como ya hiciera Pablo VI en su día. De este modo no tiene que esperar a la muerte o jubilación de alguna de sus Eminencias. Se habla de una ampliación que podría alcanzar entre 180 y 200 cardenales, con lo que le resultaría fácil alcanzar una mayoría holgada.
Una segunda ‘reforma para asegurar las reformas’ sería cambiar las normas estipuladas por Juan Pablo II en Universi dominici gregis para la elección del pontífice. Podría, se especula, dar voto en el cónclave a todos los presidentes de la conferencias episcopales. Eso sumaría decenas de votantes sobre los que Francisco ejerce ya un control.
Todo esto, naturalmente, puede fallar. No hay que olvidar que los cardenales, una vez en el cónclave, solo responden ante su conciencia, o el hecho de que el propio Francisco fuera nombrado cardenal por Juan Pablo II, cuyo estilo y orientación no parecen perfectamente coincidentes, por decirlo suave.
Para ello, un grupo de canonistas propone una tercera opción, que podríamos denominar de Opción Nuclear. Es la más especulativa, arriesgada e improbable, pero también la que mejor garantizaría la irreversibilidad de las reformas de este Papado: modificar radicalmente las normas de elección del Papa.
No es ‘de fide’ el proceso de nombramiento de Papa, ni ha sido en absoluto igual a lo largo de toda la historia. De hecho, durante su primer milenio la Iglesia tuvo otros modos, a menudo más caóticos, de elegir al romano pontífice.
Es decir, puede cambiarse sin objeciones doctrinales, y la persona que puede hacerlo es justamente el Papa.
La idea, en este caso, sería que el Papa designara a su propio sucesor. Su Santidad podría justificar la medida de muchas formas (o no hacerlo en absoluto); por ejemplo, alegando que buena parte del colegio cardenalicio sigue renuente a aceptar las reformas del Concilio Vaticano Segundo.
Así, Francisco podría nombrar un coadjutor de su absoluta confianza que llevaría aparejado a su cargo el derecho de sucesión apostólica al Papado.
Es, decimos, una posibilidad absolutamente remota, de todo punto improbable y, además de arriesgada, casa mal con el alejamiento que el propio Francisco quiere resaltar con respecto al carácter ‘monárquico’ de la institución. Es, también, el modo más seguro de que sus reformas quedan ‘en buenas manos’.
Ayuda a Infovaticana a seguir informando
Pues si eso llegase a ser, confieso sinceramente que no se si seguiría aceptando a semejante «Papa», como acepto a este (aunque no me gusta nada) o si meditaría la posibilidad de que los sedevacantistas tengan razón. Pediría a Dios ese «discernimiento» ahora tan de moda, para aclararme en este galimatías, pero lo mas probable es que siguiera creyendo y practicando lo que siempre he creído y practicado y no hiciese ni puñetero caso de las novedades eclesiales. ¡Ah, por cierto, de dar dinero a la Iglesia jerárquica, ni un duro!
Lo más probable es que los siguientes papas sean de su cuerda, será una autoridad institucional, pero nunca como lo hemos conocido. A pesar de tener a gran cantidad del clero adulándole, las peregrinaciones a Roma han caído en picado. Y los políticos que no son tontos si ven que el Papa no representa ninguna autoridad importante pues dejarán también de visitarlo o de tenerlo en cuanta. La iglesia no gira en torno a Roma o el Papa, sino en torno a Jesucristo, y donde se celebra una misa allí está el Redentor hasta el final de los tiempos. Se volverá a los comienzos con iglesias locales y fieles con ganas de salvarse y Roma poco a poco pues quedando en la nada.
Lo de las «reformas irreversibles «, varias veces reiterado por este papa y por su círculo cercano, es una de las cosas más sorprendentes e intrigantes del pensamiento de este. Sobre todo por lo que tiene de «irreal».
Nadie puede controlar el futuro, ni siquiera en una empresa meramente humana. Por lo general aquellos proyectos que más han subrayado su ir reversibilidad son los que han fracasado más pronto y más estrepitosamente.
Pero aquí además resulta que la empresa no es humana sino sobrenatural. Las cosas serán irreversibles tan solo en la medida en que Dios lo quiera o lo permita. Veamos un ejemplo, que es grave pero pequeño si lo comparamos con el conjunto de problemas. Todos en la Iglesia estamos de acuerdo en que hay que cabar definitivamente con la pederastia del clero y que Dios también lo quiere, pero ¿puede alguien pensar que por muy intensas que sean las reformas, se habrá solucionado el problema para siempre, de forma «irreversible»?
Dede otro punto de vista hay que destacar que lo único «irreversible» es el destino eterno del hombre tras su muerte, tal como deja absolutamente claro el Evangelio.
Pero en el ámbito de las obras humanas, ni hay justo que no pueda caer (mientras viva no tiene garantizada la salvación), ni hay pecador que pueda desesperar (pues hasta el final Dios le espera con su Gracia).
Es paradójico que el círculo de Francisco pretenda el carácter irreversible de unas determinadas reformas aquí en la tierra y en cambio se resista a aceptar la verdad de la eternidad del cielo y del infierno (llegando a postular la aniquilación de las almas réprobas).
«Me temo» que va a suceder lo contrario: al final el destino de las almas será eterno y el de las reformas será su aniquilación.
Las reformas «irreversibles» pertenecen al área geografica y política de donde proviene Bergoglio: sudamérica con su Cuba y Venezuela, y la forma de perpetuarse en el poder, populista y emotivista. Sólo el Señor es dueño de la historia y, especialmente, de la de la Iglesia, y sólo El sabe hasta donde deja llegar a sus criaturas.Pero, si se diera el caso de ese golpe de estado eclesial, las consecuencias serían grandísimas, entre ellas el abandono de Roma como cabeza de la fe. Hay profecias -con toda la relatividad que se les quiera dar- que apuntan a un abandono de «Roma» y la creación de otro lugar «primado» de la catolicidad. Parece claro que el camino que se quiera tomar, el de lo irreversible, no casa con lo que Dios quiere y que , salvo papólatras mal informados o interesados, emotivistas o faltos (culpables o no) de formación, nadie puede seguir por ese camino. Al Papa se le sigue si sigue a Cristo y al Magisterio plurisecular de la Iglesia, no es «rey», sólo vicario.
Parece ser que Francisco, tan obsesionado con las «reformas irreversibles», no tiene más que dos formas de hacerlas con espíritu evangélico: una declaración explícita, clara y amplia en la línea del «ex cathedra» o la convocatoria de un Vaticano III. Pero como no hace ni lo uno ni lo otro, nos está diciendo a gritos, sin equívoco alguno, que la cabeza de la Iglesia visible actúa exactamente igual que los dictadores políticos convencionales y, consecuentemente, que la Iglesia que preside, dirige y controla es una institución estrictamente humana, no la transposición de la Iglesia de Jesucristo a la realidad humana actualizada y cotidiana. No parece que eso esté dentro de la ortodoxia más elemental; más bien lo contrario. Y entonces ¿qué consecuencias tenemos? Ni progres, ni fachas, ni conservadores, ni rojos… Así se maneja un partido no la Iglesia. Quizá Santa Marta podría tener pronto una vacante, quizá.
El cuerpo de electores y seguidores no trajo a Francisco para ser uno más en la cadena sucesoria, sino para rematar la ruptura que ya se venía practicando en extensas zonas (espirituales) de la Iglesia durante décadas. Es volver la iglesia del revés. Y esta reforma se asegura sola y separa a las ovejas de los cabritos, a los que parecían ser de los que son. Este orden ya no durará tanto, pero la reforma de Lutero y los demás sectarios protestantes lleva 500 años entre nosotros.
No creo que Francisco vaya a alterar las leyes que rigen la elección del Papa, pues hasta ahora las ha respetado escrupulosamente. No ha nombrado más cardenales que el número de vacantes existentes en cada momento, a diferencia de lo que hacía Juan Pablo II. Tampoco ha otorgado derecho a voto a los presidentes de las conferencias episcopales ni a nadie ajeno al colegio cardenalicio. Lo de nombrar él a su sucesor me parece una hipótesis disparatada.
«Y eso es lo que pretende para su Pontificado: que sus reformas sean institucionales, no excepcionales. E irreversibles.».
Me parece que de algunas cosas se olvida el Papa Francisco. Se olvida, por ejemplo, que la Cabeza de la Iglesia es nuestro Señor Jesucristo (que es el mismo ayer, hoy y siempre), que de Dios nadie se burla, que el infierno existe, aunque haya algunos que pretendan negar su existencia, y que es por toda la eternidad.
Por cierto, no todos los cardenales creados por Francisco son de su línea. Ahí está, por ejemplo, el Cardenal Müller.
Uno de los mayores errores de Francisco y su camarilla del G9 es afirmar que sus «reformas» van a ser irreversibles. Es un modo implícito de negar la asistencia y el gobierno del Espíritu Santo sobre la Iglesia Católica, a partir de él. Hasta el más papólatra si verdaderamente es católico acabará rechazando esta pretensión.
Para reformar alguna cosa primero debe manifestarse y conocerse debidamente la «forma» que tiene y su «contenido», hay que saber perfectamente quién le otorgó esa forma y contenido. Si no se reconoce ni la forma ni el contenido no se tratará de una reforma sino de la creación de algo diferente. Si se advierte lo que los más allegados (en el sentido que tienen acceso ilimitado a Santa Marta) hacen y dicen debemos ver que hace Spadaro, Scannone, Galli, Fernández. Los SJ que han sido sus formadores y sus profesores. Hay una coincidencia en todos ellos hacer una Nueva Iglesia con otros valores diferentes a los actuales, con un paradigma de discernimiento de ver, juzgar y actuar, como por ejemplo en Aparecida a la vez que un nuevo planteamiento de la autoridad doctrinal magisterial de las Conferencias Episcopales. El ejemplo lo vamos a tener con China ya que alguno cree que el futuro de la Iglesia está allí.
Infocatólica pregunta y refuta»¿Martín Lutero tenía razón?» 09/08/2016: «Desde hace ya algún tiempo se ha hecho costumbre escuchar a altos prelados de la Iglesia reconocimientos y elogios a la figura de Lutero». La estatua de Lutero preside un acto en el Vaticano (2016). Kasper defiende al hereje Nestorio. El Vaticano emite un sello con Lutero y Melanchton al pie de la Cruz (2017). Muchos de los teólogos que se dicen católicos, pero que sostienen doctrinas contrarias al depósito de la fe de la Iglesia católica, son profesores de teología en seminarios y Universidades supuestamente católicas. Al igual que son heterodoxos bastantes profesores de religión de colegios católicos y públicos. Así es como se hacen las reformas irreversibles. Cambiando la doctrina católica y enseñando como tal una doctrina que no lo es. Y, al mismo tiempo, censurando con denuedo a los católicos que permanecemos fieles a la verdadera doctrina. Y no olvidemos que Lutero hizo una Reforma que dura hasta hoy.
Con todo respeto, pero, ¿Para que dan ideas?, Me hicieron acordar del chiste, del condenado a muerte, que no pudieron matar, y lo llevan de regreso, pero ya iba otro a lo mismo, y cuando se cruzan, le dice el primero a la pasada, -!La silla eléctrica no sirve, la silla eléctrica no sirve!-, Así, que cuando llegó a la sala de la ejecución, dijo, -!Que la silla eléctrica no sirve, «pos horquenme»!
Spes tiene razón, no hay que despertar cuervos dormidos, que el que quiera reformar se arregle como pueda, que sea creativo por sí mismo, eh.., que escriba las reformas en ese semi italiano, eh…, que habla. Lo importante es que se modifique la forma de vestir de la Guardia Suiza, que le saquen la punta de la alabarda porque es peligrosa, que el solideo sea cuadrado.
La soberbia de que hace gala este sujeto al que ya no me atrevo a llamarle Papa porque creo que ya ha traspasado todos los límites posibles, es de antología. Pretende que sus reformas no se puedan volver atrás…por tanto, se considera omnisciente. Él está rompiendo y rasgando las vestiduras sagradas de la Iglesia con sus sandeces y locuras sin cuento, corrigiendo, o pretendiendo corregir al mismo Jesucristo… pero resulta que a él no debe poder corregírselo. Si no lo estuviéramos viendo, no daríamos crédito a tamaña insensatez. Pero ¿Quién se cree este sujeto que es? ¿Como puede un sucesor de Pedro albergar tanta soberbia y tanta maldad en su corazón? Por ley de vida, le queda poco tiempo para corregirse, y no se le ven trazas de que se arrepienta de sus malos actos, al contrario, se reafirma en su maldad…pero de Dios, nadie se burla. Se engaña a sí mismo y a los demás con sus afirmaciones extraviadas acerca del infierno…Dios tenga piedad de todos nosotros…