Andrew Senior, hijo del autor de La restauración de la cultura cristiana, explica en InfoVaticana cómo su padre, a través de la enseñanza y de su amor a la Iglesia Católica, llevó a muchos de sus estudiantes a la conversión. «En medio de la vorágine del mundo moderno, mi padre consiguió reunir a un grupo pequeño y alegre de peregrinos Chaucerianos. Unos doscientos de sus estudiantes se convirtieron al catolicismo».
¿Quién era John Senior? Mi padre nació en Stamford, Connecticut, en 1923 y creció en la rural Long Island, Nueva York. Obtuvo su BA (Bachelor of Arts), MA (Master of Arts) y su Doctorado en la Universidad de Columbia. Fue profesor de Inglés, Literatura comparada y Cultura clásica durante la última mitad del siglo XX. Enseñó en el Bard College, el Hofstra College, la Universidad Cornell, la Universidad de Wyoming y en la de Kansas. Cuando trabajaba en la Universidad Cornell, en 1960, se convirtió al catolicismo. Tal vez, la parte más conocida de su vida pública se remonta a su época en la Universidad de Kansas donde, junto a sus compañeros Dennis Quinn y Frank Nelick, fundó el controvertido Integrated Humanities Program [Programa de humanidades integradas], que fue fundamental en varios cientos de conversiones y en muchas vocaciones. Era muy conocido y respetado en el movimiento tradicionalista en el mundo, siendo uno de sus primeros y más importantes pioneros. Conocía y contaba entre sus amigos al Arzobispo Lefebvre, Walter Matt, Michael Davies, el padre Harry Marchosky, el padre Vincent Miceli, el padre Urban Snyder, Dr. William Marra, Hamish Fraser, etc. Murió en 1999 y está enterrado en el Cementerio de Nuestra Señora de la Paz en St. Mary’s, Kansas.
Estos son los hechos concretos, el resumen objetivo de su vida pública. Pero, ¿cómo era él realmente? Este breve ensayo no pretende ser –desde luego no puede serlo– exhaustivo o completo, sino sólo anecdótico. No es el banquete, sólo la invitación. Mi padre solía decir que mantenía las puertas abiertas para otros. Intento hacer lo mismo, para atraer a unas cuantas almas a conocer a este hombre excepcional que tocó la vida de muchos. Estoy agradecido por esta oportunidad única de presentar a mi padre a una nueva audiencia. De alguna manera es muy fácil, porque le conocía bien; pero también difícil, porque no podemos reproducir realmente la presencia de una persona viva en simples palabras.
Su padre, mi abuelo, murió antes de que yo naciera. Le pregunté a mi padre muchas veces sobre él y siempre me daba la misma respuesta: que su padre era una persona amable y atenta. Esto es lo primero que me gustaría decir acerca de mi padre. Nunca fue agresivo, vulgar o egoísta, sino que era cortés, educado y generoso. Era el perfecto ejemplo de lo que Newman describiría como un caballero y el poema de Kipling Si me hace pensar siempre en él[1]. Era bastante tímido e introvertido, con tendencia a la melancolía; sin embargo, también tenía una vena optimista y era bastante afable.
Era un profesor nato. Amaba su trabajo y amaba a sus estudiantes. No hacía su trabajo sólo para transmitir información, sino para amar a las almas. Citaba a menudo a Platón, que decía que enseñar es una especie de amistad. Sus estudiantes siempre creían que les estaba hablando a cada uno de ellos de manera personal, que se preocupaba por ellos, y tenían razón. Disfrutaba del momento en que los estudiantes comprendían realmente algo, una verdad que podía cambiarles la vida, no aprendiéndolo de memoria para repetirlo mecánicamente en un examen.
Sus clases eran conversaciones, no conferencias. Les pedía a los estudiantes que no tomaran apuntes, sino que escucharan. Su manera de enseñar era muy distinta a las de los otros profesores. Nunca llegaba a clase con el esquema exacto de lo que iba a hacer. Raramente utilizaba la pizarra y nunca daba material fotocopiado. Nunca hizo ninguna de las cosas modernas que los otros hacían y que se supone que son tan maravillosamente efectivas. Sencillamente se sentaba y empezaba a hablar. Cada clase era una aventura, nunca sabías lo que iba a suceder. A veces el tema parecía desviarse muchísimo del texto que estaban leyendo en ese momento; otras, en cambio, se centraba directamente en unas pocas palabras. Pero al final de la hora, concluía siempre volviendo al principio de una manera asombrosa, como si todo hubiera sido arreglado de antemano, como en una sinfonía.
Lo que más le apasionaba era la Iglesia católica. A partir de su conversión es lo que más llenaba su tiempo, pensamiento y atención. Por desgracia, en cuanto entró en la Iglesia rápidamente vio que estaba siendo traicionada y destruida por las fuerzas del mundo de las que él había huido. El anuncio del Concilio con la lenta y progresiva introducción de la Nueva Misa supuso, para su vida, un calvario constante.
De algún modo, a lo largo de los años, a través de la enseñanza, llevó a muchos de sus estudiantes a la conversión. Aunque yo estaba allí y lo vi con mis propios ojos, no puedo decir exactamente cómo ocurrió. Todo parecía perfectamente normal y natural. Los estudiantes se reunían alrededor de sus profesores favoritos y querían saber más sobre ellos, ser sus amigos. En esa época la mayoría de los estudiantes estaban pasando al marxismo, iniciándose en la esterilidad del escepticismo y cinismo. Pero de alguna manera, en medio de la vorágine del mundo moderno, mi padre consiguió reunir a un grupo pequeño y alegre de peregrinos Chaucerianos[2]. Unos doscientos de sus estudiantes se convirtieron al catolicismo.
Nunca aceptó la Nueva Misa. Como escribió en La restauración de la cultura cristiana: «Desde el punto de vista cultural, la Nueva Misa católica establecida en los Estados Unidos ha sido un desastre». Estaba totalmente de acuerdo con las palabras de la Carta introductoria del Cardenal Alfredo Ottaviani y el Cardenal Antonio Bacci a Pablo VI, del 25 de septiembre de 1969, que acompañaba al Breve examen crítico del Novus Ordo Missae, citadas a menudo: «El Novus Ordo […] se aleja de modo impresionante, tanto en conjunto como en detalle, de la teología católica de la Santa Misa tal como fue formulada por la 22ª sesión del Concilio de Trento». Y las palabras del Arzobispo Marcel Lefebvre: «El Novus Ordo Missae, aun cuando es dicho con la piedad y el respeto por las normas litúrgicas, está impregnado con el espíritu del protestantismo. Lleva en su interior un veneno dañino para la fe».
En las primeras etapas, cuando los peores cambios aún no se habían realizado y porque, sencillamente, no había alternativa, sufrió durante bastante tiempo; pero en cuanto hubo una alternativa votó con sus pies, con su cuerpo y alma. Estaba extremamente agradecido a la Sociedad de San Pío X por seguir celebrando la misa y los sacramentos, y al arzobispo Mons. Lefebvre, al que encontró en varias ocasiones. Iba feliz a misa a la Capilla de la Asunción, en el campus universitario de St. Mary’s, donde está enterrado. La última carta que escribió era una breve nota dirigida al padre Ramon Angles, rector de St. Mary’s, al que expresaba su agradecimiento por la Antigua Misa.
Tras su infarto y operación quirúrgica en 1983, mientras estaba ingresado en un hospital nominalmente católico, recibió la visita del capellán, que le preguntó a mi padre si tenía miedo. Contestó afirmativamente. El capellán le aconsejó no tener miedo. «Después de todo», dijo, «nadie sabe lo que sucede cuando uno muere». Débil y agotado como estaba, mi padre elevó el tono de voz y le pidió al hombre que abandonara la habitación, diciéndole mientras lo hacía que no era un sacerdote, que no era ni siquiera católico. Entonces dijo: «Tal vez haya vivido durante un tiempo en la Nueva Iglesia, haya sufrido estando en ella, pero no moriré en ella». En otra ocasión dijo: «Si no se me proporciona una Misa de Requiem totalmente tradicional, me sentaré en mi ataúd y me quejaré». Deo gratias, ¡no tuvo que hacerlo!
Tal vez la mejor descripción que puedo hacer de la posición de mi padre como católico tradicional es citar las magníficas palabras de Michael Matt sobre el gran Michael Davies[3] (+RIP), aplicables también a mi padre.
Michael mantenía buenas relaciones con la Fraternidad de San Pedro, el Instituto de Cristo Rey y otras órdenes sacerdotales aprobadas. Él creía en intentar, de nuevo, por el bien de las almas de los fieles, unir a los tradicionalistas para, así, ayudarse mutuamente en esta tormenta postconciliar.
Y, sin embargo, para que nadie confunda ese esfuerzo del intercambio del principio con una unidad frágil, recordemos que Michael Davies, hasta el final, siguió siendo un firme crítico de la Nueva Misa, en la que se negaba a participar y que consideraba una abominación; arremetió contra el Vaticano II por el reino del terror que había impuesto en la Iglesia y, con frecuencia, declaraba públicamente que, gracias al Vaticano II, la Nueva Misa y el actual y desastroso pontificado, la Iglesia hoy está más allá de la crisis y, humanamente hablando, más allá de la esperanza…
Una de las cosas más hermosas que dijo el padre Angles sobre mi padre en su funeral es que sigue hablándonos a través de sus escritos. Con la publicación de La restauración de la cultura cristiana en España, puede hablar a un nuevo país y un nuevo continente. Qui aures habet audiendi audiat [Quien tiene oídos para oír, que oiga].
(Traducción de Helena Faccia Serrano para InfoVaticana)
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[1] Si puedes mantener la cabeza cuando todo a tu alrededor / pierde la suya y te culpan por ello; / Si puedes confiar en ti mismo cuando todos dudan de ti, / pero admites también sus dudas; / Si puedes esperar sin cansarte en la espera, / o, siendo engañado, no pagar con mentiras, / o, siendo odiado, no dar lugar al odio, / y sin embargo no parecer demasiado bueno, ni hablar demasiado sabiamente; / Si puedes soñar-y no hacer de los sueños tu maestro; / Si puedes pensar-y no hacer de los pensamientos tu objetivo; / Si puedes encontrarte con el triunfo y el desastre / y tratar a esos dos impostores exactamente igual, / Si puedes soportar oír la verdad que has dicho / retorcida por malvados para hacer una trampa para tontos, / o ver rotas las cosas que has puesto en tu vida / y agacharte y reconstruirlas con herramientas desgastadas; / Si puedes hacer un montón con todas tus ganancias / y arriesgarlo a un golpe de azar, / y perder, y empezar de nuevo desde el principio / y no decir nunca una palabra acerca de tu pérdida; / Si puedes forzar tu corazón y nervios y tendones / para jugar tu turno mucho tiempo después de que se hayan gastado / y así mantenerte cuando no queda nada dentro de ti / excepto la Voluntad que les dice: “¡Resistid!”. / Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud / o pasear con reyes y no perder el sentido común; / Si ni los enemigos ni los queridos amigos pueden herirte; / Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado; / Si puedes llenar el minuto inolvidable / con un recorrido de sesenta valiosos segundos. / Tuya es la Tierra y todo lo que contiene, / y —lo que es más— ¡serás un Hombre, hijo mío! [N.d.T.]
[2] En referencia a Geoffrey Chaucer, autor de los Cuentos de Canterbury, compuestos entre 1387 y 1440. Escritos en su mayoría en verso, es una colección de veinticuatro cuentos, presentados como parte de una competición de historias de un grupo de peregrinos durante una peregrinación de Londres a Canterbury para visitar el santuario de Santo Tomás Becket en la catedral de dicha ciudad. [N.d.T]
[3] Profesor, escritor y católico tradicionalista británico, nacido el 13 de marzo de 1936 y fallecido el 25 de septiembre de 2004, escribió varios libros sobre la Iglesia católica después del Concilio Vaticano II. [N.d.T.]
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«Lo que más le apasionaba era la Iglesia católica. A partir de su conversión es lo que más llenaba su tiempo, pensamiento y atención. Por desgracia, en cuanto entró en la Iglesia rápidamente vio que estaba siendo traicionada y destruida por las fuerzas del mundo de las que él había huido. El anuncio del Concilio con la lenta y progresiva introducción de la Nueva Misa supuso, para su vida, un calvario constante.»
Señor, que acabe ya este tiempo de prueba, de confusión, de locura, impulsadas por quien debía ser roca y faro.
A mi papá le encanta ese poema.
Ya me gustó .
John Senior escribía hace ya varias décadas, no sé si en el libro mencionado o en otro que el primer paso para restaurar la cultura cristiana es romper el televisor. Tomarlo y darle un mazazo, físicamente.