“Gaudete et Exsultate”: el Papa propone las claves para la santidad en el mundo moderno

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La Santa Sede ha publicado este lunes 9 de abril la exhortación apostólica del Papa Francisco Gaudete et Exsultate sobre la llamada a la santidad en el mundo actual.

El objetivo del Papa, según se señala al inicio de la exhortación, es hacer resonar una vez más la llamada a la santidad, procurando encarnarla en el contexto actual con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió «para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor». «Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada», observa el Santo Padre.

«Lo que quisiera recordar con esta Exhortación es sobre todo el llamado a la santidad que el Señor hace a cada uno de nosotros, ese llamado que te dirige también a ti: «Sed santos, porque yo soy santo»», señala el Pontífice, que recuerda que el Concilio Vaticano II lo destacó con fuerza: «Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre».

Puede leer la exhortación completa aquí.

Para un cristiano, indica Francisco, no es posible pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad. «Cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio. Esa misión tiene su sentido pleno en Cristo y solo se entiende desde él. En el fondo la santidad es vivir en unión con él los misterios de su vida».

En la exhortación, el Papa recuerda que para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos y advierte acerca de la «tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración». «No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra», afirma.

Ante la tentación de «enredarse» en la propia debilidad, Francisco invita a levantar los ojos al Crucificado e indica que es «en la Iglesia, santa y compuesta de pecadores», donde se encuentra todo lo que el hombre necesita para crecer hacia la santidad. «Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida», exhorta.

El documento también indica que «la santidad es el rostro más bello de la Iglesia» pero «aun fuera de la Iglesia Católica y en ámbitos muy diferentes, el Espíritu suscita «signos de su presencia, que ayudan a los mismos discípulos de Cristo»». Por otra parte, Francisco resalta el hecho de que san Juan Pablo II recordó que «el testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de la sangre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes».

Dos sutiles enemigos de la santidad

El segundo capítulo de la exhortación está dedicado a «dos falsificaciones de la santidad»: el gnosticismo y el pelagianismo. «Dos herejías -explica el Papa- que surgieron en los primeros siglos cristianos, pero que siguen teniendo alarmante actualidad.»

El gnosticismo, según expone Francisco, supone «una fe encerrada en el subjetivismo, donde solo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos». Los «gnósticos» juzgan a los demás según la capacidad que tengan de comprender la profundidad de determinadas doctrinas y creen que con sus explicaciones pueden hacer perfectamente comprensible toda la fe y todo el Evangelio. «En definitiva se trata de una superficialidad vanidosa: mucho movimiento en la superficie de la mente, pero no se mueve ni se conmueve la profundidad del pensamiento», asevera el Papa, que llama a estar atentos porque «esto puede ocurrir dentro de la Iglesia».

En relación con el pelagianismo, el Pontífice afirma que hay cristianos que se empeñan en seguir el camino de «la justificación por las propias fuerzas, el de la adoración de la voluntad humana y de la propia capacidad, que se traduce en una autocomplacencia egocéntrica y elitista privada del verdadero amor». Este neopelagianismo, según explica Francisco, se manifiesta en actitudes como la obsesión por la ley, la fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, la ostentación en el cuidado de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, la vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos o el embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial».

El Papa añade que algunos grupos cristianos «dan excesiva importancia al cumplimiento de determinadas normas propias, costumbres o estilos», reduciendo y encorsetando el Evangelio. «Es quizás una forma sutil de pelagianismo, porque parece someter la vida de la gracia a unas estructuras humanas. Esto afecta a grupos, movimientos y comunidades, y es lo que explica por qué tantas veces comienzan con una intensa vida en el Espíritu, pero luego terminan fosilizados… o corruptos», asegura.

Para evitar esta falsificación de la santidad, en Gaudete et Exsultate se invita a recordar frecuentemente que existe «una jerarquía de virtudes, que nos invita a buscar lo esencial. El primado lo tienen las virtudes teologales, que tienen a Dios como objeto y motivo. Y en el centro está la caridad.»

‘Obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia’

El tercer capítulo del documento, titulado «A la luz del Maestro», recuerda que «Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas» que «son como el carnet de identidad del cristiano». En este sentido, el Papa afirma que la santidad es «ser pobre en el corazón», «reaccionar con humilde mansedumbre», «saber llorar con los demás», «buscar la justicia con hambre y sed», «mirar y actuar con misericordia», «mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor», «sembrar paz a nuestro alrededor» o «aceptar cada día el camino del Evangelio aunque nos traiga problemas».

Tras hacer referencia al capítulo 25 del evangelio de Mateo, Francisco subraya que en la llamada a reconocerlo en los pobres y sufrientes «se revela el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo intenta configurarse».

El texto continúa con una denuncia de «las ideologías que mutilan el corazón del Evangelio» y conducen a «dos errores nocivos». Por una parte, «el de los cristianos que separan estas exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor, de la unión interior con él, de la gracia» -y convierten el cristianismo en una especie de ONG- y el de «quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista» o «lo relativizan como si hubiera otras cosas más importantes o como si solo interesara una determinada ética o una razón que ellos defienden».

«No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente», advierte el Papa, que también critica la actitud de quienes consideran que la situación de los migrantes es un asunto menor: «Suele escucharse que, frente al relativismo y a los límites del mundo actual, sería un asunto menor la situación de los migrantes, por ejemplo. Algunos católicos afirman que es un tema secundario al lado de los temas «serios» de la bioética. Que diga algo así un político preocupado por sus éxitos se puede comprender; pero no un cristiano, a quien solo le cabe la actitud de ponerse en los zapatos de ese hermano que arriesga su vida para dar un futuro a sus hijos. ¿Podemos reconocer que es precisamente eso lo que nos reclama Jesucristo cuando nos dice que a él mismo lo recibimos en cada forastero (cf. Mt 25,35)?».

El Santo Padre añade en el documento que «podríamos pensar que damos gloria a Dios solo con el culto y la oración, o únicamente cumpliendo algunas normas éticas ―es verdad que el primado es la relación con Dios―, y olvidamos que el criterio para evaluar nuestra vida es ante todo lo que hicimos con los demás«. Francisco afirma que el «mejor modo de discernir si nuestro camino de oración es auténtico será mirar en qué medida nuestra vida se va transformando a la luz de la misericordia». En este sentido, subraya que, «si bien la misericordia no excluye la justicia y la verdad, «ante todo tenemos que decir que la misericordia es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad de Dios»». «Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, quien realmente anhele santificarse para que su existencia glorifique al Santo, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia», agrega.

Asimismo, dentro del gran marco de la santidad, el Papa recoge algunas notas o expresiones espirituales que no deben faltar para entender el estilo de vida al que el Señor nos llama, cinco grandes manifestaciones del amor a Dios y al prójimo: aguante, paciencia y mansedumbre, alegría y sentido del humor, audacia y fervor, vivir en comunidad y en oración constante.

«Una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal»

En el capítulo quinto, el Papa recuerda que «la vida cristiana es un combate permanente» y que «se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio». Este combate no es solo contra el mundo y la mentalidad mundana, «que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo», y tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad, sino que es también «una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal».

«No aceptaremos la existencia del diablo si nos empeñamos en mirar la vida solo con criterios empíricos y sin sentido sobrenatural. Precisamente, la convicción de que este poder maligno está entre nosotros, es lo que nos permite entender por qué a veces el mal tiene tanta fuerza destructiva», advierte, al tiempo que recalca que «su presencia está en la primera página de las Escrituras, que acaban con la victoria de Dios sobre el demonio».

«Entonces, no pensemos que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea. Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos. Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades, porque «como león rugiente, ronda buscando a quien devorar»», afirma el Santo Padre.

Para este combate tenemos las armas poderosas de «la fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero».

Francisco también indica que «el camino de la santidad es una fuente de paz y de gozo que nos regala el Espíritu», pero al mismo tiempo «requiere que estemos «con las lámparas encendidas» y permanezcamos atentos«. «Quienes sienten que no cometen faltas graves contra la Ley de Dios, pueden descuidarse en una especie de atontamiento o adormecimiento», alerta.

Asimismo, al hablar de la santidad en el mundo actual, el Papa hace hincapié en la importancia del discernimiento, «que no supone solamente una buena capacidad de razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir». «Si lo pedimos confiadamente al Espíritu Santo, y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo, seguramente podremos crecer en esta capacidad espiritual». Asimismo, pide a todos los cristianos «que no dejen de hacer cada día, en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero «examen de conciencia»».

El Papa culmina su exhortación hablando de la Virgen María, que vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús, «la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña». «Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…».»

Puede leer la exhortación completa aquí.