La noticia del día, en sentido estricto, periodístico, es la detención hoy de Carlo Alberto Capella, el ‘número tres’ de la Nunciatura de Estados Unidos en Washington, que ha sido detenido por posesión de pornografía infantil por orden de un juez instructor vaticano.
Pero lo realmente noticioso -lo escandaloso, si lo prefieren- es que Capella anduviera en libertad por la Ciudad Eterna hasta ahora, un mes después de que las autoridades norteamericanas solicitasen -y viesen rechazada- la extradición del acusado al Estado Vaticano, que previamente había llamado a Roma a Capella para librarle de la justicia estadounidense.
Previamente, la judicatura americana había pedido al Vaticano que despojase a Capella de su inmunidad diplomática, a lo que también se negaron en Roma. El delito del que es reo Capella está previsto, por lo demás, tanto en la legislación norteamericana como en la vaticana.
En su momento no se dieron explicaciones sobre una actitud que choca tan frontalmente, no ya con la supuesta política de ‘tolerancia cero’ en estas cuestiones abanderada a bombo y platillo por Su Santidad al inicio de su mandato, sino con la justicia más elemental e incluso las normas de cortesía diplomática entre dos Estados amigos.
Tampoco ahora sabemos por qué Capella estaba libre, casi un año después de las graves acusaciones, doblemente graves en un sentido no meramente penal, sino por su condición de sacerdote y representante de la Santa Sede.
¿Qué razón puede haber para esta actitud, tan brutalmente incompatible con la imagen que pretende dar la Santa Sede en este aspecto? ¿No se ha aprendido nada de la terrible crisis de la pedofilia clerical en Estados Unidos durante el pontificado de San Juan Pablo II?
Inevitablemente, esta desconcertante negligencia remite a otros casos recientes en los que la Santa Sede ha mostrado una inexplicable insensibilidad en cuestiones similares recientemente, sobre todo el oscuro asunto del empecinamiento de Su Santidad en nombrar, primero, y sostener, después a José Barros como obispo de Osorno, en Chile, contra el parecer de una mayoría de colegas y las protestas indignadas de las víctimas de abusos clericales.
El Santo Padre llegó a acusar a las víctimas de ‘calumniadores’ y aseguró que ninguna de ellas se había dirigido a él con las acusaciones. Sin embargo, poco después se supo que el Cardenal O’Malley le había entregado en mano la carta de una de las víctimas detallando los abusos de que fue objeto por el padre Karidima en presencia del ahora obispo.
Su Santidad negó haber recibido la misiva y el asunto quedó cerrado.