La beata Ana Catalina Emmerick, en el relato de sus visiones recogido en el libro Secretos de la Biblia, describe la última Cena del Señor con sus apóstoles y el dolor que sintió Jesús a causa de la traición de Judas.
Desde temprana edad, Ana Catalina Emmerick tuvo numerosas visiones y mociones espirituales. En los últimos años de su vida, estas visiones se referían continuamente a pasajes de la vida de Cristo y de la Virgen María. Entre estos episodios se encuentra el de la Última Cena. La beata Ana Catalina Emmerick relata la última Cena del Señor con sus apóstoles, en la que instituyó la Eucaristía, y el indecible dolor que sintió Jesús a causa de la traición de Judas: «Vi que de buen grado habría padecido todavía mayor martirio con tal de que Judas no le entregara.»
La descripción que hace Ana Catalina Emmerick de este momento se encuentra recogida en el libro Secretos de la Biblia:
Jesús y los suyos comieron el cordero pascual en el Cenáculo, divididos en tres grupos. Jesús comió con los doce apóstoles en la sala del Cenáculo. Natanael comió con otros doce discípulos en una de las salas laterales; otros doce tenían a su cabeza a Eliacim, hijo de Cleofás y de María, hija de Helí: había sido discípulo de Juan Bautista.
Se mataron para ellos tres corderos en el templo. Había allí un cuarto cordero, que fue sacrificado en el Cenáculo: este es el que comió Jesús con los apóstoles. Judas ignoraba esta circunstancia, porque ocupado en su trama, no había vuelto cuando el sacrificio del cordero: vino pocos instantes antes de la comida. El sacrificio del cordero destinado a Jesús y a los apóstoles fue enternecedor; se hizo en el vestíbulo del Cenáculo. Los apóstoles y los discípulos estaban allí cantando el salmo CXVIII. Jesús habló de una nueva época que comenzaba. Dijo que los sacrificios de Moisés y la figura del cordero pascual iban a cumplirse; pero que, por esta razón, el cordero debía ser sacrificado como antiguamente en Egipto, y que iban a salir verdaderamente de la casa de servidumbre.
Prepararon los vasos y los instrumentos necesarios. Trajeron un recental adornado con una corona, que fue enviada a la Virgen Santísima, al sitio donde se hallaba con las santas mujeres. El cordero estaba atado, de espaldas sobre una tabla, por mitad del cuerpo: me recordó a Jesús atado a la columna y azotado. El hijo de Simeón tenía la cabeza del cordero: Jesús le picó con la punta de un cuchillo en el cuello, y el hijo de Simeón acabó de matarlo. Jesús parecía tener repugnancia de herirlo; lo hizo rápidamente, pero con gravedad; la sangre fue recogida en un balde, y trajeron un ramo de hisopo que Jesús mojó en ella. Enseguida fue a la puerta de la sala, tiñó de sangre los dos pilares y la cerradura, fijando sobre aquella el ramo ensangrentado. Después dio una instrucción, y dijo, entre otras cosas, que el ángel exterminador pasaría más lejos; que debían adorar en ese sitio sin temor y sin inquietud cuando Él fuera sacrificado, Él en persona, el verdadero Cordero Pascual; que un nuevo tiempo y un nuevo sacrificio iban a comenzar, y que durarían hasta el fin del mundo.
Después se fueron a la extremidad de la sala, cerca del hogar adonde estuviera en otro tiempo el Arca de la Alianza: había ya lumbre. Jesús vertió la sangre sobre el hogar, y lo consagró como un altar. Luego, seguido de sus apóstoles, dio la vuelta al Cenáculo y lo consagró como un nuevo templo. Todas las puertas mientras tanto estaban cerradas.
El hijo de Simeón había preparado el cordero. Lo puso en una tabla: las patas de delante estaban atadas a un palo puesto al través; las de atrás extendidas a lo largo de la tabla. Se parecía a Jesús sobre la cruz, y fue metido en el horno para ser asado con los otros tres corderos traídos del templo.
Los corderos pascuales de los judíos se mataban todos en el vestíbulo, y en tres sitios: uno para las personas de distinción, otro para la gente común y otro para los extranjeros. El cordero pascual de Jesús no se mató en el templo; todo lo demás fue rigurosamente conforme a la ley. Jesús pronunció todavía otras palabras; dijo que el cordero era sólo una figura: que Él mismo debía ser al día siguiente el Cordero Pascual, y otras cosas que se me han olvidado.
Después, y habiendo llegado Judas, prepararon las mesas. Los convidados se pusieron las ropas de viaje que estaban en el vestíbulo, zapatos, un vestido blanco parecido a una camisa y una capa más corta delante que atrás; se recogieron los vestidos hasta la cintura; tenían también mangas anchas remangadas. Cada grupo fue a la mesa que le estaba designada: los discípulos en las salas laterales; el Señor, con los apóstoles, en la del Cenáculo. Tomaron un palo en la mano y fueron de dos en dos a la mesa; estaban de pie cada uno en su sitio; el palo apoyado sobre el brazo izquierdo, y las manos elevadas en alto. La mesa era estrecha y de alto tenía un pie más que la rodilla de un hombre; su forma era la de una herradura; frente a Jesús, en el semicírculo, había un sitio vacío para servir los platos.
A la derecha de Jesús estaban Juan, Santiago el Mayor y Santiago el Menor; al extremo de la mesa, Bartolomé, y a la vuelta, Tomás y Judas Iscariote. A la izquierda de Jesús estaban Pedro, Andrés y Tadeo; al extremo de la izquierda, Simón, y a la vuelta Mateo y Felipe.
En medio de la mesa estaba el cordero pascual en una fuente. Su cabeza reposaba sobre las patas delanteras puestas en cruz, las traseras estaban extendidas; el borde de la fuente estaba cubierto de ajos. A su lado había un plato con el asado de Pascua; además, un plato con una legumbre verde y un segundo plato con hierbas amargas, que parecían aromáticas; delante de Jesús había una fuente con otras hierbas, y un plato con salsa oscura. Los convidados tenían delante de sí unos panecitos redondos en lugar de platos, y cuchillos de marfil.
Después de la oración, el mayordomo puso delante de Jesús, sobre la mesa, el cuchillo para cortar el cordero. Puso una copa de vino delante del Señor, y llenó seis copas que estaban cada una entre dos apóstoles. Jesús bendijo el vino y lo bebió; los apóstoles bebían dos en la misma copa. El Señor partió el cordero; los apóstoles presentaron cada uno su pan, y recibieron su parte. La comieron muy aprisa, con ajos y hierbas verdes que mojaban en la salsa. Todo esto lo hicieron de pie.
Jesús rompió uno de los panes ácimos, guardó una parte, y distribuyó la otra. Trajeron otra copa de vino, pero Jesús no bebió: «Tomad este vino y repartíoslo; pues ya no beberé más vino hasta que venga el Reino de Dios». Después de comer, cantaron; Jesús rezó o enseñó, y se lavaron otra vez las manos. Entonces ocuparon las sillas.
El Señor partió otro cordero, que fue llevado a las santas mujeres a una de las habitaciones del patio, donde comían. Los apóstoles comieron legumbres y lechugas. Jesús estaba muy recogido y sereno: yo no lo había visto jamás así. La Virgen Santísima, también en la mesa de las mujeres, estaba llena de serenidad. Cuando las otras mujeres venían a Ella y le tiraban del velo para hablarle, había en sus movimientos una sencillez muy tierna.
Al principio Jesús estuvo muy afectuoso con sus apóstoles; después se puso grave y melancólico, y les dijo: «Uno de vosotros me venderá; uno de vosotros, cuya mano está en esta mesa conmigo». Había sólo un plato de lechuga; Jesús la repartía a los que estaban a su lado, y encargó a Judas, enfrente, que la distribuyera por el suyo. Cuando Jesús habló de un traidor, cosa que espantó a todos los apóstoles, dijo: «Un hombre, cuya mano está en la misma mesa o en el mismo plato que la mía». Lo que significa: «Uno de los doce que comen y beben conmigo; uno de los que participan de mi pan». No señaló claramente a Judas, pues meter la mano en el mismo plato era una expresión que indicaba la mayor intimidad. Sin embargo, quería dar un aviso a Judas, que metía la mano en el mismo plato que el Señor para repartir la lechuga; Jesús añadió: «El Hijo del Hombre se va, según está escrito de Él; pero desgraciado el hombre que venderá al Hijo del Hombre: más le valdría no haber nacido».
Los apóstoles, agitados, le preguntaban cada uno: «Señor, ¿soy yo?», pues no comprendían del todo estas palabras. Pedro se recostó sobre Juan por detrás de Jesús, y por señas le dijo que preguntara al Señor quién era, pues habiendo recibido algunas reconvenciones de Jesús, tenía miedo de ser él. Juan estaba a la derecha de Jesús, y como todos, apoyándose sobre el brazo izquierdo, comía con la mano derecha: su cabeza estaba cerca del pechó de Jesús. Se recostó sobre su seno, y le dijo: «Señor, ¿quién es?». Entonces tuvo aviso de que Jesús quería designar a Judas. Yo no vi que Jesús se lo dijera con los labios: «Este, a quien le doy el pan que he mojado». Yo no sé si se lo dijo bajo; pero Juan lo supo cuando Jesús mojó el pedazo de pan con la lechuga, y lo presentó afectuosamente a Judas, que preguntó a su vez: «Señor, ¿soy yo?». Jesús lo miró con amor, y le dio una respuesta vaga. Era para los judíos una prueba de amistad y de confianza. Jesús lo hizo con tono cordial para avisar a Judas sin denunciarlo a los otros; pero este estaba interiormente lleno de ira. Yo vi, durante la comida, una figura horrenda sentada a sus pies y que subía algunas veces hasta el corazón. Ni vi que Juan dijera a Pedro lo que le había dicho Jesús; pero le tranquilizó con los ojos.
Después vi al Señor con sus discípulos. Consideraba los dolores que ya había padecido en el seno materno y durante su niñez y cuando enseñaba a los hombres, a causa de la dureza y ceguedad de ellos, y, sobre todo, por la maldad de los fariseos que, envidiosos, espiaban todos sus actos. Habló con sus discípulos de su Pasión, y ellos no lo comprendieron. Vi al Señor traspasado de íntimos dolores y estos se me ofrecieron como colores y sombras oscuras y dolorosas que venían sobre su rostro triste y severo, que entraban en su pecho, ceñían su corazón santísimo y le traspasaban por todas partes. No es posible describir este espectáculo. Le vi padecer a causa de los tormentos interiores que sentía, y vi que estos dolores eran mayores que los que sufrió después en la crucifixión. Pero Él los llevó en silencio, con infinito amor y paciencia.
Vi a Jesús en la cena y el indecible dolor que sintió a causa de la maldad de Judas. Vi que de buen grado habría padecido todavía mayor martirio con tal de que Judas no le entregara. También su divina Madre había amado mucho a este apóstol y le había hablado muchas veces, instruyéndolo y dirigiéndolo. Esto fue lo que más le dolió. Vi que le lavó los pies con infinito amor y dolor, y que le dio el bocado de pan y le miró amorosamente. Le saltaban las lágrimas y se le apretaban los dientes por la violencia del dolor. Vi a Judas llegarse a Él y a Jesús darle a comer su propia carne y sangre, y decirle con dolor infinito: «Lo que has de hacer, hazlo pronto». Luego vi que Judas se volvió atrás y salió de la sala. Siempre vi al Señor aquí traspasado por nubes, colores y rayos de infinito dolor.
Después le vi caminar con sus discípulos al Monte de los Olivos y vi que durante el camino no dejó de llorar y que lloraba a mares; y vi a Pedro, tan atrevido y tan confiado en sí mismo, que creyó que él sólo bastaba para derribar a todos los enemigos, lo cual también contristó a Jesús, pues sabía que Pedro le había de negar. Le vi dejar a sus discípulos, excepto a los tres más amados, cerca del Huerto de los Olivos y que les dijo que se dormirían. Siempre le vi llorar. Se internó en el huerto dejando atrás también a los tres apóstoles que tan fuertes se creían. Vi que no tardaron en dormirse, en tanto que el Salvador, destrozado por el dolor, sudó sangre; y vi al ángel que le presentó el cáliz.
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Y ahora la traición se repite.
No recuerdo si fue santa Brígida la que dijo «más malvado que Judas.»
Si Dios es el AMOR, ¿por qué existe el infierno sin ninguna esperanza para el pecador?
Porque Dios respeta nuestra libertad y no se impone a quien ha optado por rechazarlo de por vida, viviendo de espaldas a Dios, como vive una gran mayoría de nuestros congéneres.
Un demonio dijo en un exorcismo al padre Amorth: el infierno no era parte del plan de Dios, sino que nosotros lo hemos deseado y creado.
Otros visionarios han visto que, a su muerte, son los propios pecadores los que se arrojan al infierno, cuando se ven frente a frente con la Majestad de Dios.
… la traicion de «hope», con su calumnia!
Nos ponemos a Pensar cada día lo que han dado de momento 1000,millones de €, para restaurar al Catedral de París: es decir ¡Y NOSOTROS QUE SOLO PEDIMOS 2,222,€ para el transporte de mi hija discapacitada con lesión cerebral, es pensar como padre, me siento dolido porque llevamos casi tres meses anunciado que necesitamos ayuda, y nadie accede no dicen nada…… sin palabras los pobres no podemos hablar solo ver como hablan. Aquellos que pueden salvar unos muros llamados monumento Catedralicio, para presumir ¿pregunto? ¿No vale mas la vida de una persona?. Que tenemos que hacer los pobres ademas de acreditar que lo somos.
Y si caen migajas lamerías como los perros ellos también tienen derecho, pero nosotros también. Mas bien parece ya un anuncio publicitario, lo de anunciarnos por necesidad imperiosa, Pedimos ayuda tu mano hermano. Dánosla. Que mas vale salvar una vida que reparar una catedral. josémanuelgarciapolo@gmail.com. nuestro telefono 634710065.