¿El sínodo de la juventud o la nostalgia de viejas juventudes?

¿El sínodo de la juventud o la nostalgia de viejas juventudes?

El documento final del presínodo incluye temas que más parecen salir de las pretensiones frustradas de teólogos de escuelas caducas que de las preocupaciones de los jóvenes católicos del mundo. Temor a que el documento final del Sínodo de octubre esté ya redactado y firmado en algún escritorio. 

A Su Ilustrísima Manuel Linda, nuevo obispo de Oporto, le preocupa la creciente demanda de misas en latín en Portugal «porque atrapan a algunos jóvenes e intelectuales. No sabemos por qué estas personas encuentran satisfacción en esos ritos». Cualquiera diría que monseñor está hablando de las drogas o la pornografía, y no de lo que ha sido el rito de la Santa Misa durante casi toda la historia de la Iglesia.

Precisamente la semana pasada se reunieron en Roma los 300 jóvenes que van a participar en el Sínodo sobre la juventud, donde prepararon los documentos -lineamenta- que van a servir como guión del trabajo de la Asamblea General del Sínodo que se reunirá en Roma el próximo mes de octubre.

Después de una semana, en la víspera del Domingo de Ramos, se concluyó esta reunión pre sinodal donde los más de 300 jóvenes reunidos en representación de toda la juventud pidieron una Iglesia cercana e interactiva.

Uno no entiende bien esta reunión presinodal, como tampoco confía demasiado en que esos 300 jóvenes representen ni aun con aproximada fidelidad el sentir de los jóvenes católicos. No lo entiendo, porque el joven debe aprender, no enseñar; sobre todo porque tiene muchísimo que aprender y poquísimo que enseñar. Por eso, precisamente, es joven.

Ser joven no es como ser mujer o africano; ser joven no define una naturaleza, sino una fase de la vida. Mucho de lo que ahora piensan y opinan los veinteañeros no lo sostendrán dentro de unos años, con toda probabilidad, sin dejar, sin embargo, de ser ellos mismos.

En segundo lugar, la Iglesia es la custodia de un mensaje, no un foro de debate. La verdad no depende en ningún caso de qué opinión sea mayoritaria en cada momento, pero es que ni siquiera la definición de la misma, en el caso de la fe, puede someterse a un proceso de este tipo. Los jóvenes necesitan maestros, y la Iglesia es, precisamente, Madre y Maestra. Situarse en la posición de aprendiz, aunque solo sea como pose, envía el terrible mensaje de que tiene algo que aprender de la sección más voluble e inexperta de la población, los jóvenes. Es, en definitiva, fallarles.

Pero incluso con estos dos argumentos de peso, nos falta una tercera razón por la que vemos con recelo, por decir poco, esta curiosa celebración: no nos la acabamos de creer. Y conectamos con las palabras iniciales del obispo de Oporto y con nuestra exposición de la ‘modernidad inmutable’.

Leo en una de las múltiples informaciones: «Los jóvenes con un corazón abierto y sincero piden a la Iglesia que sea más transparente, cercana e interactiva, abierta a sus propuestas, ya que los jóvenes tienen mucho que ofrecer, “quieren ser protagonistas y no simples espectadores”.

Intenten, les ruego, cribar la retórica insoportable que parece fijarse a todas las declaraciones por el estilo como mejillones al casco de un barco viejo. ¿Qué significa «una iglesia abierta a sus propuestas»? ¿Qué propuestas son esas?

Bueno, tenemos a Alina Oehler, una teóloga y periodista alemana de 27 años, que se pregunta que por qué no hay mujeres entre los cardenales, algo que secunda y amplía la americana Nicole Perone. Naturalmente, se lamentó que el tema de la ordenación de las mujeres se haya dado por ‘cerrado’, hubo un ateo -¿qué pinta un ateo en un presínodo católico?- esperanzado con los indicios de apertura de la Iglesia.

Lamentaron los jóvenes reunidos en Roma la dureza de la Iglesia Católica (??): «La Iglesia parece a veces demasiado severa y se la asocia a menudo con un excesivo moralismo. A veces, en la Iglesia, es difícil superar la lógica de «se ha hecho siempre así». Lo cual resulta especialmente llamativo, porque precisamente el católico que hace años dejó oficialmente de ser joven sabe de muchas cosas que «no se han hecho siempre así».

Se barajaron, en fin, exactamente los mismos temas que se vienen repitiendo como demandas de la ‘juventud’ católica desde los días posteriores al último concilio. Quizá sea a eso a lo que se referían con el «se ha hecho siempre así».

Es decir, haciendo unas cuentas sencillas, se trata de una juventud que debe rondar los 70 años, año arriba o abajo.

Todo debe cambiar salvo, al parecer, la juventud; todo es líquido y mutable excepto, se diría, la modernidad, que ha quedado grabada para siempre en piedra imperecedera.

¿Quién ha elegido a estos 300? Las conferencias episcopales nacionales, instituciones católicas y los propios organizadores del sínodo. Bien. También se abrieron grupos de discusión en Facebook en cuyos debates participaron unos 15.000 jóvenes.

Y entonces empezaron a aparecer en redes sociales algunos de estos jóvenes que aseguraban que sus comentarios eran automáticamente borrados de la red social. Dejemos la palabra a un miembro de la comisión preparatoria, según un comentario compartido online:

«En el viaje, entré en la comunidad online del grupo presinodal en inglés y descubrí un diálogo en marcha muy diferente del que nos presentaban. Había una enorme comunidad online pidiendo que se incluyera en el documento la demanda por la Forma Extraordinaria, y me di cuenta leyendo estos comentarios que nosotros, como equipo redactor, no habíamos reflejado la riqueza de comentarios online.  Solo se nos dio un sumario de estos comentarios, y me entristeció ver que muchos en este grupo se sentían decepcionados e ignorados. Me volví a mis colegas editores -libanés y latinoamericano- para preguntarles si se les había traducido las expresiones «Forma Extraordinaria» o «Misa en latín» y no atendidos. Respondieron que no sabían de qué les estaba hablando, así que incluí la expresión ‘liturgias reverentes’ esperando expresar todo aquello, pero mirando las discusiones online advertí que el documento hubiera sido distinto si se hubiera representado adecuadamente lo que se debatía en las redes».

Caramba, ya está aquí la ‘droga dura’ contra la que nos advierte el obispo de Oporto.

He leído muchos, muchos comentarios de jóvenes frustrados por lo que empiezan a considerar un fraude. Quizá valga la pena recopilarlos, porque tienen nombres y apellidos. Mientras tanto, les propongo un sencillo juego. Vayan a una de las ‘misas indultadas’, esas en las que todavía se celebran según la Forma Extraordinaria (ordinaria durante siglos); y luego pásense por otra, elegida al azar en cualquier parroquia. Y cuenten los jóvenes que vean.

No es un muy científico, pero apostaría que el resultado confirmaría los temores de Monseñor Linda.

Denunciaba hace ya meses el popular periodista y autor converso Vittorio Messori el peligro que advertía en una visión constantemente cambiante de la doctrina que se podría estar larvando tras la fachada de ‘renovación’ eclesial. Lo llamaba ‘pensamiento líquido’, y lo contrastaba con lo que, históricamente, ha sido siempre la enseñanza de la Iglesia, comparada habitualmente con una roca por su firmeza inmutable.

Pero hasta el relativismo de la modernidad es relativo, y si considera mutable lo que siempre se ha considerado fijo, proyecta como fijo aquello que siempre se ha tenido, por definición, como cambiante.

El caso más llamativo es el de la propia modernidad. En puridad, ‘moderno’ significa ‘lo de ahora’, pero los mandarines del discurso, los amos del dominante pensamiento progresista, están convencidos de que eso se detuvo en torno a 1968, y lo moderno quedó fijado para siempre.

A lo largo de la historia se ha seguido un modelo por el que cada generación se opone a la anterior y espera a llegar a la edad adulta para arrebatarle el poder -político, económico, cultural-, antes de cederlo a la siguiente cuando empiezan a fallar las fuerzas y la memoria. Cada generación es rebelde cuando carece de poder, y deja de serlo cuando lo alcanza. Sólo los baby-boomers tienen el inefable descaro de pretender seguir siendo rebeldes cuando ya llevan décadas dictando las reglas. Quieren comerse la tarta y guardarla para la cena.

Hijos mimados de una generación que anhelaba la vida después de ver tanta muerte, los baby-boomers arrebataron antes de tiempo a sus padres el cetro de la cultura, y no parecen dispuestos a cederlo cuando ya peinan canas, los que todavía tienen algo que peinar; los que gritaban «nunca te fíes de alguien con más de 30» no están por la labor de confiar el timón cultural a quien tenga menos de 40. Han inventado la última paradoja, la modernidad intemporal. Cada generación es moderna mientras decide las normas culturales, pero entiende el contrato tácito que hace que el tiempo dicte qué es moderno y qué ya no lo es; el baby-boomer es moderno por definición, así pasen cincuenta años: «la modernité, c’est moi».

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