Dice el asesor del Papa James Martin: «la gente entiende las prohibiciones bíblicas contra la homosexualidad fuera de contexto».
Dice la mediática estrella jesuítica Padre James Martin que la gente (así, en general), no entiende la Biblia, que la interpreta fuera de contexto. Y, la verdad, así de primeras resulta sorprendente oír algo tan católico en el redactr jefe de la revista America, organo de los jesuitas americanos. Una de las doctrinas que nos separan de los luteranos -¿o debo decir, nos separaban?- es, precisamente, que las Escrituras, siendo de inspiración divina pero elaboración humana, requieren una correcta interpretación, precisamente la ofrecida a lo largo de los siglos por la Iglesia.
El único pequeño, diminuto problema con esta declaración de catolicidad del Padre Martin, ofrecida a los estudiantes de la Universidad Georgetown, es que se refiere a su asunto favorito, la homosexualidad.
Para Martin, todas las condenas bíblicas, ni pocas ni suaves, contra la sodomía se han tomado «fuera de contexto», y equivalen a la interpretación que durante mucho tiempo se dio a la condena de la usura, entendiéndolo como una prohibición de todo préstamo con interés.
El contexto histórico: ahí está todo, asegura Martin, que prefirió centrarse solo en las condenas a la sodomía que aparecen en el Antiguo Testamento -uno de los cinco tipos de pecados, por cierto, que «claman la ira de Yahvé-, ignorando el Nuevo.
Es un viejo truco de prestidigitación teológica ese, por cierto: si alguien cita el Levítico para demostrar que la Escritura es clara en su condena de la sodomía, se le puede rebatir burlonamente citando otras prohibiciones del mismo libro -como la de mezclar dos tipos de tejido en el mismo vestido- que hoy todo el mundo incumple con buena conciencia.
“Está bien para echarse unas risas», dijo el propio Martin en el mismo acto. «Porque la gente usa los textos sobre la homosexualidad del mismo modo, sin ningún contexto histórico».
Ya dijo en su día su superior, el general de la Compañía de Jesús, Arturo Sosa, que «en esa época nadie tenía una grabadora para registrar sus palabras. Lo que se sabe es que las palabras de Jesús hay que ponerlas en contexto».
A falta de grabadora, tenemos las cartas de San Pablo, que tampoco parece haber contextualizado mucho en esta cuestión: «¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que yacen con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios».
Pero el Padre Martin puede estar tranquilo: esta cuestión ha sido adecuadamente por el Magisterio en repetidas ocasiones, y para solventar todas sus dudas solo tiene que acudir al Catecismo de la Iglesia Católica. O, en su caso, acudir a un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe que responde precisamente a las aparentes dudas de Martin, la Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la Labor Pastoral con las Personas Homosexuales de 1986, cuando ya había grabadoras.
Allí podrá leer que «una dimensión esencial de auténtica labor pastoral es la identificación de las causas de confusión con respecto a las enseñanzas de la Iglesia. Una es una nueva exégesis de las Sagradas Escrituras que asegura en diversas partes que la Escritura no tiene nada que decir en la cuestión de la homosexualidad, o que de algún modo la aprueba tácitamente, o que todas sus condenas están tan condicionadas por la cultura que ya no son aplicables a la vida contemporánea. Esas opinions son gravemente erróneas»
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