‘¡Que la homilía sea breve!¡Por favor!¡No más de 10 minutos!’

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‘Y el que pronuncia la homilía debe ser consciente de que no está diciendo algo suyo, está  predicando, dando voz a Jesús, está predicando la Palabra de Jesús. Y la homilía tiene que estar bien preparada, tiene que ser breve ¡breve!’ Fue el llamamiento del Papa en la catequesis de esta mañana, en la que habló del evangelio y la homilía.

En la audiencia general de esta mañana, que ha tenido lugar a las 9, 35  en el Aula Pablo VI del Vaticano, el Santo Padre se ha encontrado con los grupos de peregrinos y fieles procedentes de Italia y de todos los lugares del mundo. El Papa ha continuado la catequesis sobre la santa misa hablando de la Liturgia de la Palabra, centrándose esta vez en el tema Evangelio y homilía.

Tras resumir su discurso en diversas lenguas, el Santo Padre ha saludado en particular a los grupos de fieles presentes. Después ha lanzado un llamamiento por la Jornada Mundial de Oración y Reflexión contra la Trata, que se celebra mañana, en la memoria litúrgica de Santa Josefina Bakhita, y por la XXIII edición de los Juegos Olímpicos de Invierno que se abren en Pyeongchang, Corea del Sur, el viernes, 9 de febrero.

La audiencia general ha terminado como siempre con el canto del  Pater Noster  y la  bendición apostólica. Les ofrecemos el discurso íntegro del Papa.

Catequesis del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Seguimos con las catequesis sobre la santa misa. Habíamos llegado a las lecturas.

El diálogo entre Dios y su pueblo, desarrollado en la Liturgia de la Palabra en la misa, llega al culmen en la proclamación del Evangelio. Lo precede el canto del Aleluya – o, en Cuaresma, otra aclamación – con el cual «la asamblea de los fieles acoge y saluda al Señor quién le hablará en el Evangelio»[1]. Como los misterios de Cristo iluminan toda la revelación bíblica, así, en la Liturgia de la Palabra, el Evangelio es la luz para entender el significado de los textos bíblicos que lo preceden, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Efectivamente «Cristo es el centro y plenitud de toda la Escritura, y también de toda celebración litúrgica»[2]. Jesucristo está siempre en el centro, siempre.

Por lo tanto, la misma liturgia distingue el Evangelio de las otras lecturas y lo rodea de un honor y una veneración particular[3]. En efecto, sólo el ministro ordenado puede leerlo y cuando termina besa el libro; hay que ponerse en pie para escucharlo y hacemos la señal de la cruz sobre la frente, la boca y el pecho; las velas y el incienso honran a Cristo que, mediante la lectura evangélica, hace resonar su palabra eficaz. A través de estos signos, la asamblea reconoce la presencia de Cristo que le anuncia la «buena noticia» que convierte y transforma. Es un diálogo directo, como atestiguan las aclamaciones con las que se responde a la proclamación, “Gloria a Ti, Señor”, o “Alabado seas, Cristo”. Nos levantamos para escuchar el Evangelio: es Cristo que nos habla, allí. Y por eso prestamos atención, porque es un coloquio directo. Es el Señor el que nos habla.

Así,  en la misa no leemos el Evangelio para  saber cómo han ido las cosas, sino  que escuchamos el Evangelio para tomar  conciencia  de  que lo que Jesús hizo y dijo  una vez; y esa Palabra está viva, la Palabra de Jesús que está en el Evangelio está viva y llega a mi corazón.  Por eso escuchar el Evangelio es tan importante, con el corazón abierto, porque es Palabra viva.  San Agustín escribe que «la boca de Cristo es el Evangelio».[4] Él reina en el cielo, pero no deja de hablar en la tierra «. Si es verdad que en la liturgia «Cristo sigue anunciando el Evangelio»[5], se deduce que, al participar en la misa, debemos darle una respuesta. Nosotros escuchamos el Evangelio y tenemos que responder con nuestra vida.

Para que su mensaje llegue, Cristo también se sirve de  la palabra del sacerdote que, después del Evangelio, pronuncia la homilía[6]. Vivamente recomendada por el Concilio Vaticano II como parte de la misma liturgia[7], la homilía no es un discurso de circunstancias,  – ni tampoco una catequesis como la que estoy haciendo ahora- ni una conferencia, ni tampoco  una lección: la homilía es otra cosa. ¿Qué es la homilía? Es “un retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo»,[8] para que encuentre su cumplimiento en la vida. ¡La auténtica exégesis del Evangelio es nuestra vida santa! La palabra del Señor termina su carrera haciéndose carne en nosotros, traduciéndose en obras, como sucedió en María y en los santos. Acordaos de lo que dije la última vez, la Palabra del Señor entra por los oídos, llega al corazón y va a las manos, a las buenas obras. Y también la homilía sigue a la Palabra del Señor y hace este recorrido para ayudarnos a que la Palabra del Señor llegue a las manos pasando por el corazón.

Ya he tratado el tema de la homilía  en la Exhortación Evangelii gaudium, donde recordé que el contexto litúrgico » exige que la predicación oriente a la asamblea, y también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía que transforme la vida. «[9]

El que pronuncia  la homilía deben cumplir bien su ministerio – el que predica, el sacerdote, el diácono o el obispo- ofreciendo un verdadero servicio a todos los que participan en la misa, pero también quienes lo escuchan deben hacer su parte. En primer lugar, prestando la debida atención, es decir, asumiendo la justa disposición interior,  sin pretensiones subjetivas, sabiendo que cada predicador tiene  sus méritos y sus límites. Si a veces hay motivos para aburrirse por la homilía larga, no centrada o incomprensible, otras veces es el prejuicio el que constituye un obstáculo. Y el que pronuncia la homilía debe ser consciente de que no está diciendo algo suyo, está  predicando, dando voz a Jesús, está predicando la Palabra de Jesús. Y la homilía tiene que estar bien preparada, tiene que ser breve ¡breve!. Me decía un sacerdote que una vez había ido a otra ciudad donde vivían sus padres y su papá le había dicho: “¿Sabes? Estoy contento porque mis amigos y yo hemos encontrado una iglesia donde si dice misa sin homilía”. Y cuántas veces vemos que durante la homilía algunos se duermen, otros charlan o salen a fumarse un cigarrillo…Por eso, por favor, que la homilía sea breve,  pero esté bien preparada. Y ¿cómo se prepara una homilía, queridos sacerdotes, diáconos, obispos? ¿Cómo se prepara? Con la oración, con el estudio de la Palabra de Dios y haciendo una síntesis clara y breve; no tiene que durar más de diez minutos, por favor.

En conclusión, podemos decir que en la Liturgia de la Palabra, a través del Evangelio y la homilía, Dios dialoga con  su pueblo, que lo escucha con atención y veneración y, al mismo tiempo, lo  reconoce presente y activo. Si, por lo tanto, escuchamos la «buena noticia», ella nos convertirá  y transformará  y así podremos cambiarnos a nosotros mismos y al mundo. ¿Por qué? Porque la Buena Noticia, la Palabra de Dios entra por los oídos, va al corazón y llega a las manos para hacer buenas obras.