¡Con la guerra se pierde todo!

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El Papa Francisco celebró este jueves 2 de noviembre la Misa de conmemoración de todos los fieles difuntos en el Cementerio Americano de Nettuno, al sur de Roma, donde rezó por el fin de las guerras, “cuyo único fruto es la muerte”.

En el cementerio que acoge los restos de soldados estadounidenses, muchos de ellos muy jóvenes caídos durante la Segunda Guerra Mundial, el Santo Padre resaltó que “estamos aquí reunidos por la esperanza”.

“Tantos jóvenes, miles de ellos, miles, miles. ¡Sus esperanzas, rotas! ¡Nunca más, Señor! Esto debemos decirlo hoy que rezamos por todos los difuntos, y que en este lugar rezamos de forma especial por estos chicos que perdieron la vida en la guerra. Hoy que el mundo está de nuevo en guerra. ¡Nunca más, Señor! ¡Nunca más! ¡Con la guerra se pierde todo!”,

El Obispo de Roma recordó la historia de “aquella anciana que mirando hacia las ruinas de Hiroshima con sabia resignación, pero con mucho dolor, con una resignación doliente, decía: ‘Los hombres han hecho de todo para declarar y hacer la guerra, y al final se han destruido a sí mismos”.

Esto es la guerra: la destrucción de nosotros mismos’. Seguramente, aquella mujer, aquella anciana había perdido a sus hijos, a sus sobrinos. Sólo tenía lágrimas en el corazón y llagas”.

“Hoy es un día de esperanza –insistió–, pero también es un día de lágrimas. Lágrimas como las de aquellas mujeres cuando les llegaba el correo con malas noticias: ‘Usted, señora, tiene el honor de que su marido es un héroe de la patria. Que sus hijos son héroes de la patria’. Son lágrimas que hoy la humanidad no debe olvidar. No debe olvidar el orgullo de esta humanidad que no ha aprendido la lección y parece que no quiere aprenderla”.

Francisco señaló que “muchas veces a lo largo de la historia los hombres se han embarcado en guerras convencidos de traer un mundo nuevo, de traer una nueva primavera, y terminan provocando un invierno horrible, cruel, un reino de terror y de muerte”.

El Santo Padre también animó a que “cada uno de nosotros en su corazón repita las palabras de Job que hemos escuchado en la primera lectura: ‘Sé que mi Redentor vive y que él, el último, se alzará sobre el polvo’. La esperanza de reencontrarse con Dios, de reencontrarnos todos nosotros como hermanos, es una esperanza que no decepciona”.

Lo dijo San Pablo: ‘la esperanza no decepciona’, “la esperanza muchas veces nace y sumerge sus raíces en muchas oraciones humanas, y es en ese momento de dolor, de llaga y de sufrimiento cuando dirigimos la mirada hacia el cielo y decimos: ‘Detente, Señor’”.

El Pontífice explicó que ese “detente, Señor” es una oración natural que surge del sufrimiento, pero también de la esperanza. “Quizás sea esa la oración que sale de todos nosotros cuando miramos a este cementerio. ‘Estoy seguro, Señor, de que estoy contigo. Estoy seguro, lo digo convencido, pero, por favor, Señor, detente, no más guerra, no más esta matanza inútil, como dijo Benedicto XV’”.

“Hoy –finalizó Francisco– rezamos por todos los difuntos, pero de modo especial por estos jóvenes. En un momento en el que tantos mueren en la guerra todos los días, en esta guerra a trozos. Rezamos también por los muertos de hoy, los muertos de guerra, también niños inocentes. Este es el fruto de la guerra: la muerte”.

Tras el Evangelio, el Papa pronunció una homilía improvisada que transcribimos a continuación: 

Todos nosotros estamos hoy reunidos en la esperanza. Cada uno de nosotros, en el propio corazón, puede repetir las palabras de Job que oímos en la primera lectura: « yo sé que mi Redentor vive y que él, el último, se alzará sobre el polvo». La esperanza de reencontrar a Dios, de reencontrarnos todos nosotros como hermanos, esa esperanza no desilusiona. Pablo fue fuerte en esa expresión de la segunda lectura « la esperanza no quedará defraudada».

Pero la esperanza muchas veces nace y hecha sus raíces en tantas llagas humanas, en tantos dolores humanos, y en ese momento de dolor, de herida, de sufrimiento, nos hace mirar al cielo y decir: yo creo que mi Redentor está vivo. Pero deténte Señor. Y esa es la oración que tal vez sale de todos nosotros cuando miramos este cementerio: “estoy seguro Señor que estoy contigo. Estoy seguro”: nosotros decimos esto. “Pero por favor, Señor, detente. No más, nunca más la guerra. Nunca más esta «inútil matanza»”, como dijo Benedicto XV. Mejor esperar sin esta destrucción: jóvenes, miles, miles, miles, y miles… esperanzas rotas, ¡no más Señor! Y esto debemos decirlo hoy, que rezamos por todos los difuntos, pero en este lugar rezamos en modo especial por estos chicos. Hoy, en que el mundo está de nuevo en guerra y se prepara para ir más fuertemente en guerra. No más Señor, no más. Con la guerra se pierde todo.

Me viene a la mente aquella anciana que, mirando las ruinas de Hiroshima con resignación sapiencial, pero con mucho dolor, con esa resignación lamentosa que saben vivir las mujeres, porque es su carisma, decía: “los hombres hacen de todo por declarar y hacer la guerra, y al final, se destruyen a sí mismos”. Ésta es la guerra: la destrucción de nosotros mismos. Seguramente aquella mujer, esa anciana había perdido hijos, y nietos. Sólo tenía la herida en el corazón y las lágrimas. Y si hoy es un día de esperanza, hoy también es un día de lágrimas. Lágrimas como las que sentían y lloraban las mujeres cuando llegaba el correo: “usted señora tiene el honor de que su marido haya sido un héroe de la Patria”; “que sus hijos, sean héroes de la Patria”. Son lágrimas que hoy la humanidad no debe olvidar. Este orgullo de esta humanidad que no ha aprendido la lección y parece que no quiere aprenderla.

Cuando muchas veces en la historia los hombres piensan con hacer una guerra, están convencidos de traer un mundo nuevo, de hacer una «primavera». Y termina en un invierno, feo, cruel, con el reino del terror y de la muerte. Hoy rezamos por todos los difuntos, por todos. Pero en modo especial por estos jóvenes, en un momento en el que muchos mueren en las batallas de cada día, en esta guerra a pedazos. Rezamos también por los muertos de hoy, los muertos de guerra, también niños inocentes. Éste es el fruto de la guerra: la muerte. Y que el Señor nos de la gracia de llorar.

Una vez de regreso en el Vaticano el Santo Padre Francisco se dirigirá a las Grutas de la Basílica Vaticana para un momento de oración en privado, como es tradicional en esta fecha, en sufragio de sus predecesores y de todos los difuntos.

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Comentarios
9 comentarios en “¡Con la guerra se pierde todo!
  1. Lutero y sus secuaces sembraron el mundo de guerras y odios.
    ¿no era conveniente hablar de la oración por los finados y de la esperanza en la vida eterna?

  2. ¿ Y porqué hay guerras ? Ocasión perdida para hablar del pecado original, del que nunca habla y en el que seguramente no cree. Tampoco habla ni hablará de rezar por las benditas ánimas del purgatorio. Francisco no cree, según Scálfari, que no ha sido desmentido, ni en el infierno ni en el purgatorio, pero, como decía san Josemaría Escriva ¿ No creen en el infierno ? ¡ No se preocupen, ya lo verán !

  3. “estoy seguro Señor que estoy contigo. Estoy seguro”: nosotros decimos esto. “Pero por favor, Señor, detente. No más, nunca más la guerra. Nunca más esta «inútil matanza»”
    … que alguien me explique esta peticion a la luz de la doctrina católica: Francisco le pide a Dios que deje de hacer la guerra? Las guerras las hace Dios o las hacen los hombres? No será que Dios permite las guerras como castigo por los pecados de la humanidad? no dice eso Ntra Sra en Fatima? Algun decodificador de este mensaje porque sinceramente no lo entiendo…

  4. Las almas del purgatorio son las grandes olvidadas. No están en las predicciones de Francisco, ni de muchos otros sacerdotes. Nada de los pocos que se salvan por culpa de nuestras desviaciones de los mandamientos. En Fátima se dijo bien claro que las guerras eran un castigo por las infidelidades.

  5. Así que fue a Nettuno al cementerio de los invasores, los que bombardearon Roma y destruyeron Montecasino para destruir los documentos de la antigüedad que certifican la verdad católica.
    Bueno, los pobres muertos eran carne de cañón. La mayoría, protestantes.
    Pero por qué no fue al cementerio de los italianos, de los fascistas, de los que defendieron su tierra, de los que eran todos católicos?
    Ay, Francisco, Ay, Francisco, que no pasa un día sin que hagas alguna.

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