La Iglesia alemana y el amor al dinero

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La Iglesia alemana es rica, muy rica. Primero, porque Alemania, la primera potencia económica europea, es una sociedad opulenta. Pero, sobre todo, por un sistema de financiación que, aunque pueda parecer muy práctico, tiene numerosas consecuencias perversas: el Kirchensteuer.

Con todo el debido respeto al Apóstol de los Gentiles, siempre me pareció algo exagerada su aseveración de que «el amor al dinero es la fuente de todos los males»; se me ocurren, en principio, males que nada tienen que ver con él.

En cambio, no me parece en absoluto exagerado ver en este principio una causa, si quiera parcial, de los males que afligen a la Iglesia en Alemania, que no dejan de influir en la Iglesia universal.

A nadie se le escapa a estas alturas que la revolución que en determinados aspectos de teología moral -especialmente, la relativa a la sexualidad y la familia- presionan por introducir ciertos sectores eclesiales tienen entre sus principales adalides nombres alemanes, como los cardenales Reinhard Marx, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, o Walter Kasper, estrecho colaborador de Su Santidad.

Kasper calificó en su día la exhortación papal Amoris Laetitia, antes incluso de su publicación, del «primer paso de una reforma» que supondrá «pasar página» en la Historia de la Iglesia «después de 1.700 años». Kasper se ha mostrado en numerosas ocasiones partidario de suavizar la doctrina de la Iglesia en cuestiones morales como el aborto, la anticoncepción y la homosexualidad.

Por su parte, Marx, al tiempo que asiente a esta reinterpretación ‘progresista’ del Evangelio, pone el énfasis en la ‘independencia’ de la Iglesia alemana, en lo que para muchos suena a eco de las pretensiones de Enrique VIII que llevaron al nacimiento de la Iglesia Anglicana o, si se quiere evitar un extremo tan dramático, al galicanismo reinante en Francia antes de la Revolución.

«No somos una filial de Roma», ha dicho Marx con toda claridad, en referencia a las directrices pastorales que en Alemania permiten dar la comunión a los divorciados vueltos a casar desde antes incluso del Sínodo sobre la Familia. «El Sínodo no puede determinar en detalle lo que tenemos que hacer en Alemania». Imaginamos que, tras las aplicaciones discordantes de Amoris Laetitia no considerará ya necesario insistir en este punto.

Aunque las disensiones tratan de suavizarse para preservar la unidad, la anómala situación de la jerarquía católica alemana es un secreto a voces, como dejó claro el órgano de los católicos alemanes, Die Tagespost, en un audacísimo editorial publicado el pasado enero y titulado ‘Un cisma de hecho’, que es para muchos lo que está sucediendo en ese país.

¿Y qué tiene todo esto que ver con el amor al dinero? Posiblemente, mucho.

La Iglesia alemana es rica, muy rica. Primero, porque Alemania, la primera potencia económica europea, es una sociedad opulenta. Pero, sobre todo, por un sistema de financiación que, aunque pueda parecer muy práctico, tiene numerosas consecuencias perversas: el Kirchensteuer.

Explicado del modo más simple, supone que si usted es alemán, debe confesar a qué religión pertenece, y según eso, el Estado le quita un porcentaje de sus ingresos -entre el 8% y el 9% del impuesto sobre la renta- y se lo da a la organización religiosa de su elección.

No hablamos de una pitanza, sino de mucho, mucho dinero, porque los sueldos en Alemania son sustanciosos y los católicos vienen a ser la mitad de la población confesional. Ahora, en España tenemos la X de la Iglesia en el IRPF, pero si no me da la real gana de marcarla, no por eso dejo de ser católico.
En Alemania, en cambio, no hay X, y para dejar de pagar hay que negar la fe, es decir, apostatar. Y eso son palabras mayores.

No es que no se esté dando, naturalmente. Y aquí está, al menos, parte del problema. Porque el sistema convierte a la Iglesia en una especie de ‘empresa de servicios’ y a los fieles en ‘clientes’ cuyas demandas hay que atender para no perderlos.

Los católicos no vivimos en una burbuja ni somos inmunes a las corrientes ideológicas del momento, con su laxitud moral, de modo que es comprensible, aunque deplorable, que un número creciente de bautizados demanden a su clero que ‘abra la mano’ en las cuestiones en las que la moral católica más choca con el espíritu de los tiempos (o Zeitgeist, ya que estamos hablando de Alemania).

Y, por lo que parece, los ‘directivos de la firma’, obispos y sacerdotes, responden. Es eso o perder la clientela.

Los resultados son demoledores, incluso obviando la abierta rebeldía de muchos prelados alemanes a las doctrinas emanadas por Roma.

El número de ordenaciones es alarmante. Según un estudio de la Katholische Nachrichten-Agentur (KNA) de todas las dióceses, probablemente este año se ordenen 76 sacerdotes (de 27 diócesis), frente a las 82 del año pasado. Por comparar, en fecha tan cercana como 1995 se ordenaron 186 sacerdotes. Hay dos diócesis que este año no ordenarán a un solo sacerdote, Osnabrück (por primera vez en un siglo) y Mainz.

La diócesis de Trier, la más antigua de toda Alemania (y patria de Karl Marx, por cierto), cerrará este año casi todas sus parroquias, 903 concretamente, un 96%.

A poco de ser elegido Papa, Francisco expresó su ardiente deseo de tener «una Iglesia pobre para los pobres», lo que contrasta poderosamente con la influencia que parece tener en la actual la Iglesia nacional más rica y que, aparentemente, presenta cierta tendencia a ceder ante las demandas de sus ricos fieles.

De hecho, la riqueza lleva a que la Iglesia alemana esté tentada a desdeñar a las comunidades nacionales católicas realmente pobres, como es el caso de los fieles de África. En el órgano oficial de la Conferencia Episcopal Alemana, Katolische.de, apareció en 2015 una pieza firmada por uno de sus responsables editoriales, Björn Odendahl, en la que se sugería que la fe crece en África porque son pobres e ignorantes.

«Por supuesto la Iglesia está creciendo allí. Crece porque la gente es socialmente dependiente y a menudo no tiene nada más que la fe. Crece porque la situación educativa allí es de media de muy bajo nivel y la gente suele aceptar respuestas simples a preguntas difíciles. Respuestas como las que ofrece el Cardenal Sarah de Guinea. E incluso un número creciente de sacerdotes es el resultado no solo del poder misionero sino del hecho de que el sacerdocio es una de las pocas opciones de disfrutar de seguridad social en el Continente Negro».

Oír el desprecio a los hermanos pobres en boca del rico no es agradable; menos aún cuando el segundo presume de progresista y compasivo y, sobre todo, cuando su peso entre los pastores es desmesurado y alimenta la confusión.