No es cuestión de «sí» o «no», ha dicho en su carta pastoral el obispo de Parramatta, Vincent Long, ante el referendum convocado en Australia para decidir si se aprueba en el país austral el llamado ‘matrimonio homosexual’. Más bien, la consulta es «una oportunidad para que escuchemos lo que nos está diciendo el Espíritu a través de las señales de los tiempos».
Aparte de la Iglesia, la familia es la última célula de resistencia ante los caprichos del poder, razón por la que está especialmente en el punto de mira de todas las grandes ofensivas modernas de la mentalidad dominante.
Un arma ‘nuclear’ en el arsenal de esta ofensiva es el llamado ‘matrimonio de personas del mismo sexo’, que se extiende casi automáticamente de unos países a otros por un irreflexivo ‘ir con los tiempos’, sin que la institución tenga una urgente y amplia demanda real ni sentido evidente.
Y no está su gravedad en el uso, que son minoría los homosexuales que se decantan por esta opción y aun seguiría siendo marginal si la aceptaran todos ellos, sino en su verdadero objetivo, que no es otro que vaciar de contenido la institución matrimonial.
Ahora le toca a Australia, y en un asunto que no es en absoluto dudoso o controvertido en la doctrina, es dramático que los católicos se vuelvan a sus pastores esperando una guía segura y se encuentren este «ni sí ni no, sino todo lo contrario» que expresa el ordinario de Parramatta.
Vicente Long, que llegó a Australia como refugiado vietnamita, afirma en su carta pastoral que «para muchos católicos, la cuestión del matrimonio homosexual no es simplemente teórica, sino también profundamente personal».
Habla el purpurado de aquellas personas que tienen familiares o amigos que experimentan atracción hacia personas del mismo sexo y concluye que «en estos casos, se hallan dividas entre su amor por la Iglesia y su amor por su hijo, nieto, hermano, primo, amigo o vecino atraído por el mismo sexo».
Es un argumento sorprendente en boca de un sacerdote, mucho más en un obispo. Precisamente las cuestiones que conciernen a la moral son siempre «no simplemente teóricas, sino también profundamente personales», por repetir las palabras de Long. En el supuesto de que Australia propusiera un referendum para ilegalizar el aborto, ¿dudaría el obispo en aconsejar a su grey un entusiasta voto afirmativo porque casi todos tenemos «una hija, nieta, hermana, prima, amiga o vecina» que ha abortado?
La cesión del obispo de Parramatta al espíritu del mundo es deprimente, pero en absoluto excepcional. Sin salir de Australia, dos de los colegios católicos más prestigiosos del país se decantan vagamente por el «sí». ¿La excusa? Que el amor es el valor prioritario del Evangelio.
El rector del Xavier College, Padre Chris Middleton, ha pedido a la Iglesia que reflexione sobre el abrumador apoyo al ‘matrimonio paritario’ por parte de los jóvenes, y pafraseó al obispo de Dublín, Diarmuid Martin, quien en ocasión de un referéndum idéntico en Irlanda demandó que la Iglesia hiciera un «examen de realidad».
Middleton señala que los jóvenes se sienten movidos por un fuerte compromiso emocional con la igualdad, algo que, dijo, «es sin duda algo respetable y admirable». «Son idealistas en el valor que atribuyen al amor, el valor primordial del Evangelio».
Por su parte, el rector del St Ignatius, Padre Ross Jones, recuerda que las parejas homosexuales ya gozan de todos los derechos de la ley, y solo quieren casarse «por las mismas razones que las parejas heterosexuales».
Es precisamente el pseudoargumento arriba reseñado el que más se esgrime para socavar la doctrina católica sobre el matrimonio, el sexo y la familia.
Es lo que podríamos llamar ‘la Tentación Puritana’. En un sentido, el progresismo dogmático que reina sobre Occidente es hijo bastardo del puritanismo. Esta secta protestante niega la libertad del hombre -incompatible con la soberanía absoluta de Dios- y entiende las consecuencias del Pecado Original de un modo completamente diferente al dogma católico.
Mientras para los católicos cualquier ser humano es una criatura dañada, capaz de lo mejor pero tentada por lo peor, para el calvinismo -del que el puritanismo es la versión sajona- Dios crea a cada hombre destinado desde la eternidad a la salvación o a la perdición, sin que los Justos puedan pecar ni los Réprobos hacer méritos.
Esto hace que el hecho objetivo de pecar me señale como un réprobo, condenado sin remedio por toda la eternidad. Sin la salida del arrepentimiento y la confesión, la única solución a esta insoportable certeza es negar que lo que se ha hecho sea pecado.
Esta mentalidad transciende la fe y se ha instalado por defecto en la opinión secular dominante a través del país hegemónico, Estados Unidos, fundado precisamente por puritanos, y podría expresarse burdamente y sin matices así: hacer algo malo me convierte en alguien malo; yo hago esto, y yo no me puedo considerar malo, luego esto no es malo.
Las relaciones homosexuales son malas o no lo son. Si no lo son, la Iglesia se equivoca y, por tanto, no es la verdadera Iglesia; si lo son, el amor no prescribe el aplauso, igual que ninguna madre, por amor a su hijo alcohólico, va a aplaudir el alcoholismo.
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