¿El Niño Jesús y el Buen Ladrón se conocieron en la huida a Egipto?

Ana Catalina Emmerick cuenta en sus visiones un episodio protagonizado por un niño de una familia de ladrones, durante la huida de la Sagrada Familia a Egipto
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Así cuenta Ana Catalina Emmerick el episodio del primer encuentro entre Jesús, siendo un niño que huye con su familia a Egipto, y el Buen Ladrón, venerado en la Iglesia como San Dimas:

La Sagrada familia avanzó unas dos leguas hacia el oriente por el camino principal; el último sitio donde llegaron, entre Judea y el desierto, tenía el nombre de Mará. Pensé en el lugar donde había nacido Ana, pero no es este. Los habitantes eran bárbaros e inhospitalarios, y la Sagrada Familia no recibió ayuda alguna. Entraron más  tarde en un gran desierto arenoso, donde no había camino ni nada que indicara la dirección que debían tomar, y no sabían qué hacer. Después de haber andado un poco subieron por una cadena de montañas sombrías. Estaban de nuevo tristes y se pusieron a rezar de rodillas, clamando al Señor que los ayudase. Varios animales salvajes grandes se agruparon a su alrededor. Me pareció al principio que eran peligrosos, pero aquellas bestias no eran malas; por el contrario, miraban a los viajeros amistosamente, como me mira el viejo perro de mi confesor cuando viene hacia mí. Entendí que aquellas bestias fueron mandadas para indicarles el camino. Miraban hacia la montaña; corrían delante; luego volvían, como hace un perro cuando quiere guiar a su dueño.

Vi a la Sagrada Familia seguir a las bestias y, atravesando esas montañas, llegar a una región triste y agreste. Todo estaba oscuro y los viajeros caminaron a lo largo de un bosque, donde, fuera del camino delante del bosque, había una choza de mal aspecto. A poca distancia de ella estaba colgada una lámpara de un árbol, que se distinguía desde lejos, destinada a atraer a los caminantes. El camino era difícil, cortado a trechos por zanjas. Había hoyos alrededor de la choza y por el camino hilos ocultos tendidos unidos a unas campanillas puestas en la cabaña. Los ladrones eran de este modo avisados de la presencia de viajeros, y salían a despojarlos.

Esta cabaña no estaba siempre en el mismo lugar: como era movible sus habitantes la trasladaban de un lugar a otro, según las necesidades. Cuando la Sagrada Familia llegó a donde estaba la linterna, se encontró rodeada por el jefe de los ladrones y cinco de sus compañeros.

Tenían al principio malas intenciones; pero vi que partía del Niño Jesús un rayo luminoso que como una flecha tocó el corazón del jefe de la banda, el cual ordenó a su gente que no hicieran daño alguno a los viajeros. María vio este rayo luminoso llegar al corazón del efe, porque a su vuelta contó el hecho a la profetisa Ana. El ladrón condujo a la Sagrada Familia a la cabaña, donde se encontraba su mujer y sus dos hijos. Ya era de noche. El hombre contó a su mujer la impresión extraordinaria que le produjo la vista del Niño y la mujer recibió a la Sagrada Familia con timidez, aunque con buena voluntad.

Los viajeros se sentaron en el suelo, en un rincón de la casa y comieron algo de lo que llevaban. Los dueños de casa se mostraron al principio tímidos y reservados, cosa no habitual en ellos; pero poco a poco se fueron acercando. Otros hombres albergaron el asno de José bajo un cobertizo. Aquellas gentes se animaron poco a poco y fueron colocándose en torno de la Sagrada Familia y conversaron. La mujer ofreció a María panecillos con miel y frutas y trajo agua para beber. El fuego estaba encendido en una excavación hecha en un rincón de la casa. La mujer arregló un sitio separado para María y le llenó, a supedido, una gamella llena de agua para bañar al Niño, lavando también sus pañales, que puso a secar junto al fuego. María bañó al Niño Jesús bajo una sábana.

El ladrón estaba tan conmovido, que dijo a su mujer: «Este Niño judío no es un niño común: es un niño santo. Pídele a la madre que nos deje bañar a nuestro hijo leproso en el agua donde ha lavado a su hijo. Quizás esto lo cure de su enfermedad». Cuando la mujer se acercó, la Virgen le dijo, antes de que ella hablara, que debía bañar a su niño leproso en aquella agua, y la mujer trajo a un muchacho de tres años más o menos en sus brazos. Estaba muy comido por la lepra y su cara era toda una costra. El agua donde Jesús había sido bañado aparecía más clara que antes y al ser puesto el niño dentro del agua las costras se desprendieron y el niño se encontró perfectamente curado.

La madre estaba fuera de sí de contenta, y quería besar a María y al Niño Jesús; pero María no se dejó tocar por ella ni tocar al Niño. María le dijo que cavara una pequeña cisterna, echase el agua dentro, y que la virtud curativa del agua pasaría a la cisterna. Conversó un rato con ella, la cual prometió dejar ese lugar en la primera oportunidad que se le presentara. Los padres sentían gran alegría por la curación del hijo, y habiendo acudido otros durante la noche, ellos les mostraban al niño, contándoles lo acontecido. Los recién llegados, entre los cuales había algunos jóvenes, rodeaban a la Sagrada Familia, mirándola con gran asombro. Me extrañó más esta actitud de los bandidos al mostrarse tan respetuosos con la Sagrada Familia, porque los había visto esa misma noche asaltar a varios viajeros atraídos por la luz y conducirlos a una gran caverna que estaba más abajo, en el bosque. Esta caverna, con la entrada oculta por malezas, parecía servirles de depósito, porque vi allí a varios niños robados de siete a ocho años y a una vieja que cuidaba de todo lo que había almacenado.

Allí adentro he visto vestidos, carpetas, carne, camellos, carneros, animales grandes y presas de toda clase. Durante la noche vi a María descansando un rato, la mayor parte del tiempo sentada en su lecho. Salieron por la mañana temprano, provistos de alimentos que les habían dado los bandidos. Aquellas gentes los acompañaron un trecho, los guiaron a través de varias zanjas y se despidieron de ellos con gran emoción. El jefe dijo a los viajeros de modo muy expresivo: «Acordaos de nosotros donde quiera que vayáis». Al oír estas palabras vi de pronto la escena de la Crucifixión escuché al buen ladrón diciendo a Jesús: «Señor, acuérdate de mí cuando hayas llegado a tu reino». Reconocí en el buen ladrón al niño curado de la lepra. La mujer del bandido dejó, después de algún tiempo, la mala vida y fue a vivir en un sitio donde había descansado la Sagrada Familia. Allí había brotado una fuente y crecido un jardín de arbustos de bálsamos. Varias familias buenas fueron más tarde a habitar en aquel lugar.

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