Ella es la mujer católica que ocultó a Ana Frank en la Segunda Guerra Mundial

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“No soy un héroe”, escribió la holandesa Miep Gies en la primera frase del prólogo del libro que escribió acerca de sus experiencias dando refugio a Ana Frank y su familia durante la Segunda Guerra Mundial.

En el Diario de Ana Frank, convertido en un “best seller” con valor histórico, la adolescente recuerda los 25 meses que pasó escondida de los nazis en un ático de Amsterdam en Holanda, hasta que las tropas alemanas los encontraron en 1944 y la enviaron al campo de concentración de Bergen-Belsen (Alemania), donde murió de tifus a los 15 años.

“Nunca pronunció una sola palabra sobre la carga que debemos ser”, escribió Ana Frank sobre Miep Gies en su diario.

En un artículo de The Jerusalem Post, se destacó el valor de Gies, la holandesa católica cuyas buenas acciones durante el Holocausto hasta hoy son recordadas.

Miep Gies era miembro de una familia obrera en Viena (Austria) durante y después de la Primera Guerra Mundial, pero apenas tenían para para comer.

Por tal motivo, en 1920 se le ofreció a Miep reubicarse en los Países Bajos, en virtud de un programa de ayuda de la asociación holandesa de trabajadores para ayudar a niños desnutridos después de la guerra. En diciembre de aquel año, llegó a Leiden, y fue acogida por una familia cristiana.

“La amabilidad, en mi estado de agotamiento, era muy importante para mí. Era medicina tanto como el pan, la mermelada, la leche holandesa y la mantequilla con queso, como la temperatura agradable de las habitaciones», escribió Gies en su libro “Ana Frank recordada: La historia de la mujer que ayudó a ocultar a la familia Frank».

La pobre condición física de Gies hizo que permaneciera en los Países Bajos más allá de la fecha establecida. Pero con el permiso de la familia adoptiva y sus padres, decidió quedarse en el país hasta la adultez.

Buscando empleo durante la Gran Depresión, en 1933 Gies encontró trabajo con un hombre de negocios suizo-alemán vendiendo pectina para hacer mermelada. Su nombre era Otto Frank, el padre de la famosa Ana Frank.

Gies y su futuro esposo se hicieron amigos de la familia Frank, invitándolos con frecuencia. Y cuando llegó el día de su casamiento, Otto organizó una pequeña fiesta para que los dos pudieran vivir aquel banquete bodas que debieron tener, de no ser por la ocupación nazi. Y cuando llegó el momento de que Gies devolviera la bondad a su empleador y su familia, la respuesta fue un rápido “sí”.

“Sentimos profunda preocupación por nuestros amigos judíos. Tuve una sensación de pesar. ¿Cómo habíamos sido tan ingenuos como para pensar que nuestra neutralidad sería respetada por un hombre inmoral como Adolfo Hitler? Cuando el Sr. Frank me confió sobre el plan del refugio, le dije aquella misma noche a Henk (su esposo) sobre nuestra conversación. Sin discusión, Henk afirmó su ayuda incondicional”, escribió Gies en su libro.

Gies y sus otros conocidos holandeses lograron sostener a la familia Frank en las instalaciones de la compañía donde trabajaban. Pero el 4 de agosto de 1944, un oficial de la S.S. los arrestó y el único deportado judío que sobrevivió fue Otto.

En aquel tiempo, Ana Frank fue capaz de discernir lo amables que eran sus colaboradores holandeses.

«Nunca han pronunciado una sola palabra sobre la carga que debemos ser, nunca se han quejado de que somos demasiado problema. Nos traen flores y regalos para cumpleaños y días festivos y siempre están dispuestos a hacer lo que pueden. Eso es algo que nunca debemos olvidar. Mientras que otros muestran su heroísmo en la batalla o contra los alemanes, nuestros amigos prueban el suyo cada día por su buen ánimo y afecto», fueron las palabras de Ana Frank en su diario.

Después de la guerra, Gies recogió los escritos de Ana con la esperanza de entregárselos. Sin embargo, la niña ya había fallecido en el campo de concentración. Finalmente, entregó los escritos a su padre Otto, que sobrevivió a la guerra y los recopiló en el famoso libro publicado por primera vez en 1947.

Gies fue honrada como el título “Justos entre las Naciones” el 8 de marzo de 1972. Falleció a la edad de 100 el 11 de enero del año 2000.

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Comentarios
6 comentarios en “Ella es la mujer católica que ocultó a Ana Frank en la Segunda Guerra Mundial
  1. HC, ¿eres imbécil o solo lo finges? O quizá eres uno de esos neonazis que se dedican a atacar la autenticidad del diario de Ana Frank, porque es un testimonio incómodo.

  2. Joaquín es usted un dino candidato a “Justo entre las Naciones” sin duda insultando, de entrada a quienes no piensan o creen o no se dejan engañar como usted. Hace usted muy bien siempre es mejor ponerse de parte del poderoso, sobre todo si este es el que gana una Guerra Total después de haber empujado a los demás a la misma. La historia de la pobre Anna Frank es una triste e injusta historia de una pobre niña en medio de una locura desatada por los beneficiarios de la misma. Ni ella ni sus captores tenían la culpa de que muchos hebreos lucharan como partisanos terroristas (colocando bombas, etc..) en los territorios ocupados por el Reich alemán. Tampoco sus captores tuvieron la culpa de que muriera de tifus en un campo de concentración desprovisto de alimentos y de Ziklón B (el insecticida destinado a combatir a los piojos que transmitían el tifus) por haber quedado toda Alemania colapsada a causa de los bombardeos masivos de la aviación aliada. Tampoco esta fatalidad sobrevenida le convierte en una víctima más digna de lástima que los millones de niños alemanes asesinados salvajemente por las bombas de fósforo de la misma aviación aliada o aquellos otros de la Hitler Jugend, los famosos Tarsicios, que fueron masacrados y martirizados por las tropas soviéticas, a causa de tratar de evitar- a instancias del Führer- la profanación de las sagradas formas de la iglesias de sus parroquias . Que el Diario de Ana Franck fuera obra en su totalidad por el escritor judío norteamericano Meyer Levin como ha sido demostrado reiteradamente, no aminora en nada la tremenda tragedia de la víctima, ni la de los miles de prisioneros fallecidos en los campos alemanes por los motivos señalados más arriba, pero que esta obra se haya convertido no sólo en un best-seller mundial (con innumerables ediciones, traducciones, teatralizaciones y adaptaciones cinematográficas), en libro de lectura obligatoria en las escuelas alemanas, etc… dice bastante de la perfidia y el omnímodo poder de los actuales detentadores del poder mundial, del NOM o del “princeps huius mundi”. La verdad es que la pobre Ana cayó enferma de tifus, enfermedad de la que murió a mediados de Marzo de 1945, pero no fue ejecutada ni asesinada. Anne Frank pereció -al igual que miles de judíos y millones de no judíos en Europa durante los meses finales del conflicto- como víctima indirecta de la guerra más Bestial-apocalíptica y devastadora conocida. Su padre, Otto Frank, cayó igualmente enfermo de tifus y fue transferido por los alemanes a la enfermería del campo de Auschwitz, donde se recuperó. Todavía rige el viejo aforismo del Derecho Penal, rescatado más tarde por Ignacio de Loyola, de que “quien es causa de la causa es causa del mal causado”. Y la causa no fue el hecho de que muchos hebreos fueran detenidos después de que las organizaciones sionistas mundialistas declararan la guerra a Alemania ya en 1.933, sino de quienes buscaron con sus bombas de fósforo acabar con Alemania entera sin discriminar objetivos militares de población civil, o prisioneros de guerra, o cualquier soplo de vida. “¿Quién como la Bestia, quién podrá guerrear contra ella?” (Apoc. XIII, 4). Esto sólo debería nacernos pensar.

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