‘Tenía un sentimiento de náuseas’: el relato de un médico abortista

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“Alguien tenía que hacer el trabajo sucio y yo era uno de esos y todavía lo soy. Es como, para un soldado, ir a la guerra”, cuenta Massimo Segato, el abortista que, tras llevar la mitad de su vida practicando abortos, ahora intenta evitarlos.

Massimo Segato es el nombre del médico abortista de 62 años, subdirector de Ginecología en el hospital de Valdagno (Italia), que quizá ya se ha cansado de matar a los no nacidos. “Alguien tenía que hacer el trabajo sucio y yo era uno de esos y todavía lo soy. Es como, para un soldado, ir a la guerra”, cuenta abortista en una entrevista al diario italiano Il Corriere, recogida en España por Religión en Libertad.

“Salía de la sala de operaciones y tenía un sentimiento de náuseas…”, lamenta el médico que lleva a sus espaldas miles de abortos.  “No estoy sereno. Como no lo están las madres que durante tantos años han pasado por mi consulta. Jamás he visto una contenta con su aborto. Más bien, muchas son devoradas para siempre por el sentimiento de culpa”, se sincera Massimo.

Una ‘accidentada’ crisis de conciencia

Todo comenzó cuando el médico, que realizaba trescientos abortos al año, se equivocó en una intervención. «Había aspirado algo que no era el embrión, me había equivocado», cuenta Massimo todavía emocionado, al mismo tiempo que reconoce haber sido «el error más hermoso de su vida».

“Una mañana volví a encontrarme con esa señora, que acababa de dar a luz. Me detuvo y me dijo: ‘Doctor, ¿se acuerda de mí? ¿Ve esto? Esto es su error’. El niño que iba a ser abortado había tenido una segunda oportunidad. “Ya tenía pelo y tomaba el pecho, tranquilo. Ella sonreía. Fue entonces cuando tuve mi primera crisis de conciencia”.

Herodes, un aficionado a su lado

“Las religiosas del hospital se hacían cruces cuando me veían, el capellán decía que a mi lado Herodes era un aficionado, aunque luego comíamos juntos y nos habíamos hecho amigos. Yo, sin embargo, seguía convencido de mi decisión. La consideraba honrada y llena de sentido cívico, respetuosa de la vida de las madres destinadas a abortar clandestinamente. Querría recordar que antes de la ley de 1978 se usaban las agujas de tricotar y las tenazas y los ginecólogos se movían en un Ferrari porque se hacían pagar bien su trabajo sucio”, cuenta el abortista a Il Corriere.

A pesar de que continuó realizando abortos, las dudas no dejaron de perseguirle. «Cada vez que salía de la sala de operaciones tenía un sentimiento de náuseas. Comenzaba a preguntarme si estaba realmente haciendo lo correcto. ¿Cuántos niños podían ser como aquel pequeño? Pero me respondía que sí, que estaba bien lo que hacía. Lo hacía por esas mujeres”.

“Continuaba solo por compromiso cívico, por coherencia. Alguien tenía que hacer el trabajo sucio y yo era uno de esos y todavía lo soy. Es como, para un soldado, ir a la guerra. Si el Estado decide que hay que ir a la guerra, alguien tiene que ir”. Sin embargo, tras 35 años matando a los no nacidos, este abortista italiano ha decidido reducir el número de abortos.

“Si puedo, lo evito y me siento contento. Sí, sé que yo también debería hacerme objetor, pero no lo hago por no desdecirme respecto a la decisión inicial. La verdad es que cuantos más años pasan más a disgusto me encuentro y sólo intervengo para emergencias. Pero si sucede, no estoy sereno. Como no lo están las madres que durante tantos años han pasado por mi consulta. Jamás he visto una contenta con su aborto. Más bien, muchas son devoradas para siempre por el sentimiento de culpa”, se sincera.

“Cuando vuelvo a verlas me dicen: ‘Doctor, todavía tengo aquella cicatriz, me la llevaré a la tumba’. Luego lo piensas y le das vueltas y te dices que para muchas de ellas habría sido peor no hacerlo, y sigues adelante, autoabsolviéndote”, concluye el hombre arrepentido.