‘Resucitado’, la Resurrección de Cristo desde los ojos de un soldado romano

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Por la interesante perspectiva con la que presenta la película Resucitado (Risen), que se ha estrenado en España el pasado 23 de marzo, reproducimos a continuación la crítica cinematográfica de John Zmirak, editor de The Stream y experto en literatura inglesa. John Zmirak es el editor de The Stream. Es licenciado por la Universidad de Yale y experto en literatura inglesa. Ha escrito en publicaciones como First Things, The American Conservative o National Catholic Register y es autor de seis libros de pensamiento, economía y narrativa. Resucitado es una nueva y potente película sobre la Resurrección de Cristo y los primeros días de la Iglesia. Tiene suspense, intriga, tensas secuencias de persecuciones e incluso algunas buenas escenas de guerra. El film es riguroso, entretenido y veraz sin resultar sermonenante ni melodramático. Casi diría “reverente”, pero la palabra no es correcta: sugiere una lentitud prudente y delicada que casa más con la liturgia que con el cine. ¡Y en Resucitado hay acción! Sus personajes, poderosamente interpretados, y su bien trabado argumento te mantienen atado al sillón desde los títulos de apertura. Yo la vi en un cine que te sirve margaritas, pero no vi a nadie corriendo ni un momento al servicio: no querían perderse ni un minuto. Así que vayan y véanla. Y no, no cuenta como sacrificio cuaresmal, porque van a disfrutarla, con o sin margaritas. Y ahora que les he dado resuelto qué hacer el viernes por la noche, permítanme explicar otra cosa especial en esta película. Contempla la historia de la muerte y resurrección de Jesús exactamente desde la perspectiva correcta: la de un tribuno romano y de corazón duro, Clavius (Joseph Fiennes). Ver Resucitado me obligó a admitir algo que me ha preocupado en todas las películas similares: en cada una de ellas, desde Jesús de Nazaret y El Evangelio de Juan a La Pasión de Cristo, me he encontrado a mí mismo identificándome no con los judíos sino con los romanos. Son éstos gente razonable, que traen el orden y la ley, constructores de carreteras y acueductos. Van afeitados y limpios, con cortes de pelo normales y preocupaciones sanas y universales: quieren un país tranquilo, donde la gente pague sus impuestos y cumpla las leyes. Pero el pueblo al que gobiernan parece ajeno a nuestros ojos: una horda de gentes de Oriente Medio con pelo largo, barbudos, a menudo descalzos, propensos a discutir sobre profecías… y eso cuando no salen de las cavernas dando saltos como esos zelotes cuasi-suicidas de ojos desorbitados.  Cuando los soldados romanos de Resucitado se dispersan por todo Jerusalén registrando las casas de quienes piensan que son terroristas impulsados por la religión, no puedo dejar de pensar en escenas similares de El francotirador (American Sniper). Lo cual es turbador, lo sé. Solía justificar ante mí mismo esta reacción recordando que el Imperio un día se convertiría y serviría como bastión de la Iglesia que evangelizó Occidente. Estando de parte de los romanos, me ponía de lado de una especie de proto-Iglesia que sólo estaba esperando un Constantino que la llevase a su perfección final. No es necesario ser protestante para comprender que esta teoría no es correcta. Como cristiano de toda la vida, me sentiría mejor conmigo mismo si asumiese la perspectiva de los apóstoles, o la de la madre de Jesús, o al menos la de los judíos largo tiempo oprimidos que en multitud buscaban a Cristo para su liberación temporal. Pero, simplemente, no puedo. Y adivino que usted tampoco. En la mayor parte de las películas hay un problema, y es que los cineastas intentan ayudarnos a ver a Jesús a través de los ojos de sus seguidores. Pero nosotros no somos como ellos. No somos miembros de una pequeña tribu de elegidos de raza y religión idénticas, que han padecido durante siglos una ocupación extranjera y ahora ansían un héroe conquistador. (Aunque si usted ha visto a algunos de los partidarios más entusiastas de Donald Trump, tal vez piense de otra manera.) Nos parecemos mucho más a los romanos del siglo I, ciudadanos de un poder mundial decadente que se ha apartado de las virtudes que lo hicieron grande, donde la religión sirve cada vez más para una función puramente decorativa… y nos gusta mantenerla así. Como los romanos, disfrutamos de las ventajas de una cultura humana elaborada que celebra el poder de la mente. Como los romanos, desechamos a nuestros hijos no deseados. Es triste, pero es lo único “razonable” que hacer. La vida es fabulosa, la vida no vale mucho. Resucitado parte de este problema narrativo fundamental y lo convierte en una virtud. Vemos a Clavius conspirando con Poncio Pilato entre las maquinaciones internas del gobierno de Roma, y suena parecido a nuestras conversaciones sobre las elecciones primarias o las intrigas de los despachos políticos. Les escuchamos comentar sobre cómo frenar a un movimiento religioso, y nos recuerda las noticias desde Irak. O con más chispa, escuchamos disimuladamente a estos romanos hablar de las cosas divinas y citar a sus dioses favoritos con la misma mirada vacía en sus ojos con la que cualquier moderno alega ser “espiritual, pero no religioso”. Todos hemos sufrido dudas y vivimos en una cultura que se afirma sobre ellas. Así que podemos ponernos en la piel de Pilato cuando resume indolentemente el precio de una vida de calculada ambición. Señala un cadáver. “Hacemos todo por… esto”. El cero enorme y final que multiplica todos nuestros esfuerzos en la tierra pende sobre estos romanos que abordan la muerte negando la o purgan ese miedo con espectáculos llenos de emoción y sangre. Como admite Clavius ante Pilato, lo que él busca realmente en la vida es “un día sin muerte”. No quiere esto decir que él huya del combate, o del repulsivo trabajo de dirigir crucifixiones. Quiere un día de vida que no esté marcado, manchado, envenenado por la muerte. Y nos dice con una sonrisa triste que sabe que nunca lo encontrará. A no ser que… ¿Qué es esa historia ridícula de que el mesías de los judíos realmente ha resucitado, y justo en la forma que Él prometió? Y ahí nuestros corazones paganos son escépticos y nostálgicos a la vez. ¿Es posible que esas historias sean más que historias, esto es, hechos sobrios y tangibles? ¿Y si pudiésemos encontrarnos con ese Mesías en carne y hueso, comer con Él y verle hablando y sonriendo con sus seguidores, sus amigos? ¿Cómo se sentiría eso? ¿A qué se parecería? ¿Cómo nos cambiaría? Encontramos las respuestas en Resucitado, a través de los mismos pasos vacilantes que debe seguir Clavius. Su escepticismo es nuestro escepticismo, sus vagas esperanzas y dudas son las nuestras, no importa lo fieles que seamos como gente que va a la iglesia. El aire que respiramos, las vidas que vivimos, son romanas de la cabeza a los pies. A nosotros nos corresponde hallar la antigua chispa judía que puede encenderlos. Resucitado nos recuerda que debemos buscar, y nos asegura que encontraremos.   Cinemanet

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Comentarios
0 comentarios en “‘Resucitado’, la Resurrección de Cristo desde los ojos de un soldado romano
  1. Es el eterno conflicto entre fe y razón para andar por el recto camino. En el equilibrio perfecto y dificil de ambos pies está el secreto de no desviarnos de la verdad, la libertad y la luz, el misterio de la Santísima Trinidad.

  2. Una película con una buena ambientación histórica posiblemente, en que las escenas militares romanas, incluidas las escaramuzas, están logradas y bastante fieles a su realidad militar-histórica, desde la «tortuga» al «pilum».
    Pero una película que se permite demasiadas licencias con respecto a la historicidad evangélica, muy metida en las » libertades» y el «pauperismo» de que ahora gusta rodear al cristianismo primitivo y que hace, de las apariciones de Cristo una interpretación, «peliculera», faltando a la realidad incluso si fuera inventada por los evangelistas.
    Una película con fuerza narrativa y que, como dice el artículo, plantea una perspectiva para los que dudan o incluso los ateos porque, si Cristo ha resucitado, todo cambia. Todo menos a veces el corazón humano que no quiere creer porque eso le supone cambiar y, en definitiva, unos más que otros, «…los hombres prefirieron las tinieblas a la luz». La «sentada» del centurión con Cristo resucitado, vale más que mil palabras para saber qué ocurre si el corazón se cierra.

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