El Obispo de Alcalá de Henares, Mons. Juan Antonio Reig Pla, ha presidido, en el Cementerio de los Mártires de Paracuellos, la Santa Misa con ocasión del Día de la Iglesia Diocesana, la Clausura del Año Diocesano de la Caridad y el LXXIX Aniversario del Martirio de 134 Beatos. La celebración ha tenido lugar el domingo 15 de noviembre a las 12 horas. Concelebraron superiores y representantes de las órdenes a las que pertenecen los religiosos y sacerdotes cuyos restos mortales descansan en este Camposanto. La iglesia del Cementerio quedó totalmente desbordada, por lo que gran número de fieles debieron seguir la celebración desde el exterior. Durante la homilía Mons. Reig explicó que «unidos a los Santos Niños Justo y Pastor, a San Félix de Alcalá martirizado en Córdoba en el siglo IX, los mártires de Paracuellos son el mejor regalo que nos hizo San Juan Pablo II [cuando restauró en 1991 la Diócesis Complutense], poniendo en evidencia la vocación martirial de nuestra querida Diócesis de Alcalá de Henares». Como testimonio de ello, el Obispo recordó las palabras que pronunció antes de ser martirizado el beato P. Francisco Esteban Lacal, de 48 años, Provincial de los Oblatos: «Sabemos que nos matáis por católicos y religiosos: lo somos. Tanto yo como mis compañeros os perdonamos de todo corazón. ¡Viva Cristo Rey!». Por otra parte, Mons. Reig explicó que, el próximo año, la Diócesis de Alcalá de Henares celebrará las Bodas de Plata de la restauración de la antigua Diocesis Complutense, y explicó que «con este motivo la Penitenciaría Apostólica nos ha concedido un Año Jubilar que inauguramos el pasado 24 de octubre y que se prolongará hasta el mismo mes de octubre de 2016». El Obispo también recordó que el Santo Padre nos va a obsequiar con el Año del Misericordia, y afirmó: «a la misericordia de Dios nos confiamos todos, dispuestos a celebrar con toda la Iglesia Católica el gran Jubileo que abrirá el Papa Francisco el día de la Inmaculada Concepción, Patrona de España». Al terminar la homilía Mons. Reig pidió oraciones por las víctimas de los atentados de Paris y por todo el Pueblo de Francia. Tras la Santa Misa se procedió a la exposición mayor del Santísimo Sacramento. Monseñor Reig Pla portando en sus manos la custodia con el Cuerpo de Cristo, y acompañado por los sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y el pueblo fiel, recorrió las siete granes fosas donde yacen los beatos mártires y demás víctimas. Monseñor Reig recordó en la homilía que el Papa Pío XII invitaba a «promover y consolidar el reinado social de Jesucristo en el Santísimo Sacramento» (22-4-1951), por ello, el Obispo junto con los presentes pidieron «al Amor de los amores, que interceda por nuestro pueblo» para que la Doctrina Social de la Iglesia sea acogida y practicada en nuestra Patria. Al llegar a cada fosa, sonaban, en primer lugar, unos breves acordes del «toque de silencio», tras lo cual Mons. Reig Pla leía una oración por los difuntos; dicho esto, y mientras se entonaba por todos los asistentes el canto «Christus vincit, Christus regnat, Christus ímperat», el Obispo procedía a bendecir a los presentes con el Santísimo Sacramento, “anunciando” a los que allí “duermen” «que Cristo ha resucitado y que en Él está depositada toda nuestra esperanza de salvación». Ciertamente «los mártires brillarán como las estrellas por toda la eternidad». La homilía del Obispo Complutense durante la Santa Misa la reproducimos íntegramente a continuación: El 23 de julio de 1991 San Juan Pablo II firmó la Bula «In hac beati Petri cathedra» por la que se restauraba la antigua Diócesis Complutense cuyo territorio estaba vinculado en los últimos años a la Archidiócesis de Madrid-Alcalá. El próximo año celebraremos las Bodas de Plata de este acontecimiento. Con este motivo la Penitenciaría Apostólica nos ha concedido un Año Jubilar que inauguramos el pasado 24 de octubre y que se prolongará hasta el mismo mes de octubre de 2016. Durante todo este tiempo se podrá alcanzar la gracia de la indulgencia plenaria siguiendo las pautas habituales indicadas por la Penitenciaría Apostólica y peregrinando a la Catedral de Alcalá de Henares para venerar las reliquias de los Santos Niños Justo y Pastor, mártires y patronos de nuestra diócesis. La Providencia ha querido que la misma Diócesis Complutense que nació en el siglo V al calor del testimonio martirial de los Santos Niños, sea ahora la responsable de esta “Catedral de los mártires” que en 1936 regaron con su sangre esta bendita tierra de Paracuellos de Jarama. Ahora podréis comprender por qué como obispo he querido celebrar el Día de la Iglesia Diocesana y la clausura del Año de la Caridad aquí, en este Camposanto, unido a la Hermandad de Nuestra Señora de los Mártires, acompañado de los provinciales y delegados de las congregaciones y órdenes religiosas de los 134 beatos aquí sepultados, por el clero diocesano, seminaristas, familiares de las víctimas y cuantos peregrináis a este lugar para guardar memoria de todos aquellos que nos precedieron como testigos de la fe. Unidos a los Santos Niños Justo y Pastor, a San Félix de Alcalá martirizado en Córdoba en el siglo IX, los mártires de Paracuellos son el mejor regalo que nos hizo San Juan Pablo II, poniendo en evidencia la vocación martirial de nuestra querida diócesis de Alcalá de Henares. Como nos recordaba el profeta Daniel «los que duermen en el polvo despertarán…para la vida eterna» (Dan 12, 2). Esta es la justicia para los que mueren en el Señor: participar de la victoria de la resurrección y el gozo pleno por toda la eternidad. Ellos están inscritos en el libro de la vida con letras de sangre y, ahora, brillan con fulgor como las estrellas en el firmamento. Revestidos con los dones del Espíritu Santo murieron dando testimonio de la fe con fortaleza y de sus labios brotaron palabras de sabiduría y perdón: «Sabemos que nos matáis por católicos y religiosos: lo somos. Tanto yo como mis compañeros os perdonamos de todo corazón. ¡Viva Cristo Rey!» (P. Francisco Esteban Lacal, 48 años, Provincial de los Oblatos, 1936). Hoy cuando contemplamos la decadencia moral de España y la pérdida de sus raíces cristianas, hemos de volver la mirada hacia estos gigantes del espíritu para aprender el verdadero sendero de la vida (Sal 15). Ellos son los «sabios que enseñaron a muchos la justicia» (Dan 12, 3) y supieron entregar a sus hermanos el fruto granado de la Tradición. Con el testimonio de su muerte, con sus palabras y escritos, ellos nos enseñan, en efecto, que la grandeza de España depende de los fuertes vínculos con la familia, con la Religión y con la Patria, la tierra de nuestros padres. Estos fueron sus grandes amores que hoy solicitan de nosotros la fidelidad a quienes nos dieron la vida y nos enseñaron la fe, la adhesión a Jesucristo, a la Iglesia nuestra Madre y a esta tierra bendita que, inspirada por un alma católica, ha florecido con tantos santos y mártires. Hoy los católicos, como los primeros cristianos, hemos de hacer de nuestras familias, parroquias, movimientos eclesiales, colegios, comunidades de vida consagrada, etc. verdaderos oasis donde se pueda vivir cristianamente ganando terreno al desierto cultural y social que vive España. Como San Benito ante la decadencia y caída del Imperio Romano, hemos de volver a Dios, buscándole infatigablemente para recuperar la vida del espíritu y seguir las palabras del Evangelio. «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará como añadidura» (Mt 6, 33). Si expulsamos a Dios de las leyes del Estado, si lo expulsamos de la sociedad y del corazón humano, nuestra tierra será una estepa y el desierto irá avanzando. Pero los reunidos hoy aquí estamos convencidos de que éste no es el destino de nuestro pueblo. Por eso, alentados por el testimonio de nuestros hermanos mártires, de nuevo queremos proclamar ante sus tumbas las palabras del salmo: «El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano; me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad» (Sal 15, 5-6). Esta es la Buena Noticia que llevó a San Benito a reemprender la cristianización de Europa, a comenzar de nuevo con la certeza que deriva de las palabras del Salmista: «Tengo presente siempre al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré…porque no dejarás a tu siervo conocer la corrupción» (Sal 15, 8-10). La fe que nos transmitieron nuestros padres es nuestro mejor escudo para llevar adelante la obra de la evangelización. España necesita de nuevo ser evangelizada, necesita, como nos recuerda el Papa Francisco, de nuevos discípulos y misioneros que lleven en sus labios y en sus corazones la Buena Noticia de la paz y de la reconciliación. Sin Dios no hay futuro y no se ve más horizonte que la muerte. Por eso el testimonio de los mártires es como la lluvia que necesita nuestra tierra para no acabar agostada y sin vida. Su muerte, como la de Cristo, fue una victoria, no un fracaso. Es la victoria del amor, la victoria de la esperanza que posibilita la verdadera alegría. Ellos, comulgando clandestinamente en las cárceles, supieron después asociarse con su sangre al sacrificio de Cristo (Hb 10, 12) para el perdón de los pecados y en su muerte podían proclamar: «Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas y mi carne descansa serena» (Sal 15, 9). Como el diácono Esteban, los mártires van a la muerte viendo el cielo abierto. Del mismo modo nosotros estamos llamados a devolver a nuestro pueblo la verdadera justicia: el cielo abierto, donde el Señor «enjugará nuestras lágrimas, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor» (Ap 21, 4). No hay verdadera justicia sin la resurrección de la carne y sin la gloria del cielo. Esta es la verdadera herencia que esperamos y que queremos anunciar con palabras y obras a todos nuestros hermanos. Queremos aprender la parábola de la higuera como nos recordaba el Evangelio. Como centinelas en la noche cultural que vive nuestro pueblo, queremos reconocer los signos de los tiempos, convencidos de que el Señor cumple todas sus promesas y volverá como acabamos de escuchar en el texto de San Mateo: «Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos de horizonte a horizonte» (Mt 13, 25). Mientras tanto, queridos hermanos, en este Año del Jubileo de la Misericordia, nosotros estamos llamados a promover el amor y la reconciliación. Este Camposanto es un lugar sagrado que nos invita a edificar, por la gracia de Dios, una sociedad fraterna donde reine el perdón; una sociedad justa inspirada en la Doctrina Social de la Iglesia, donde la vida sea respetada, cuidados los matrimonios y fortalecidas las familias; donde los pobres, los enfermos y los mayores sean acogidos con el mismo amor que hemos recibido de Jesucristo, el icono de la misericordia, como nos recuerda el Papa Francisco. Si Él reina en nuestros corazones y en nuestra sociedad, España dejará de ser un desierto para convertirse en un vergel. Así lo pediremos a nuestros hermanos mártires, cuando, al finalizar la Santa Misa, realicemos una procesión con el Santísimo (Cf. C.I.C. c. 944§2 y Ceremonial de los Obispos nn. 1093-1101). Del mismo modo que en su momento Pío XII nos invitaba a «promover y consolidar el reinado social de Jesucristo en el Santísimo Sacramento» (Radiomensaje al Primer Congreso Eucarístico Nacional de Guatemala, 22-4-1951), nosotros le pediremos al Amor de los amores, que interceda por nuestro pueblo y, deteniéndonos en cada una de las fosas, oraremos por nuestros hermanos difuntos y les “anunciaremos” que Cristo ha resucitado y que en Él está depositada toda nuestra esperanza de salvación. No quiero acabar esta homilía sin pediros a todos que oremos por los asesinados en los recientes atentados terroristas de París. Elevemos una oración por el eterno descanso de sus almas; oremos también por los heridos, por las familias y amigos, por los equipos de emergencia, por las fuerzas de seguridad, por los gobernantes y por todo el pueblo de Francia. También debemos orar para que triunfe la paz y la justicia y, por la gracia de Dios, también se conviertan todos los terroristas. Sin faltar a la justicia, frente al odio, la fuerza del cristiano es el perdón al enemigo y el amor que redime: sobre estos pilares, que ahora se dinamitan desde dentro y desde fuera, se ha edificado la civilización cristiana durante dos mil años. A la misericordia de Dios nos confiamos todos, dispuestos a celebrar con toda la Iglesia Católica el gran Jubileo que abrirá el Papa Francisco el día de la Inmaculada Concepción, Patrona de España. A la Virgen María encomendamos nuestras vidas y el destino de nuestro pueblo. Que la sangre de nuestros mártires sea nuestra intercesora con todos los santos que han hecho brillar la luz de Cristo en nuestra tierra. Amén. XJuan Antonio Reig Pla Obispo Complutense Los datos En la Guerra Civil española, durante la batalla de Madrid de 1936, varios miles de prisioneros fueron asesinados en el paraje del Arroyo de San José, en Paracuellos de Jarama. Las matanzas se realizaron con ocasión de los traslados de presos, conocidos como “sacas”, desde diversas cárceles de Madrid entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936. Muchas de aquellas víctimas fueron asesinadas únicamente como consecuencia de su fe católica y en el contexto más amplio de la persecución religiosa que venía dándose en España desde años atrás. Al finalizar la guerra aquel paraje fue progresivamente dignificado construyéndose allí una pequeña iglesia y dando lugar a lo que hoy conocemos como Cementerio de los Mártires de Paracuellos. Dicho Cementerio está custodiado por la Hermandad de Ntra. Sra. de los Mártires de Paracuellos, asociación de fieles católicos perteneciente a la Diócesis de Alcalá de Henares. Según consta en los archivos, son miles las víctimas inocentes, centenares de ellas menores de edad, cuyos restos descansan en aquel Camposanto. De entre dichas víctimas hay sacerdotes y seminaristas de, al menos, ocho arzobispados y diócesis: Archidiócesis de Madrid, Arzobispado Castrense, Archidiócesis de Toledo y las Diócesis de Getafe, Ciudad Rodrigo, Jaén, Lugo y naturalmente Alcalá de Henares. Allí también reposan los restos mortales de centenares de religiosos pertenecientes, al menos, a 20 órdenes religiosas: Agustinos, Capuchinos, Carmelitas, Carmelitas Descalzos, Claretianos, Dominicos, Escolapios, Franciscanos, Hermanos de las Escuelas Cristianas, Hospitalarios de San Juan de Dios, Jerónimos, Jesuitas, Marianistas, Maristas, Misioneros Oblatos, Paules, Pasionistas, Redentoristas, Sagrados Corazones de Jesús y María y Salesianos. De entre estos religiosos ya han sido beatificados por el papa San Juan Pablo II, el papa Benedicto XVI y ahora el papa Francisco, 134 mártires: 63 religiosos Agustinos, 22 Hospitalarios de San Juan de Dios, 13 Dominicos, 6 Salesianos, 15 Misioneros Oblatos, 3 Hermanos Maristas, 1 sacerdote de la Orden de San Jerónimo, 1 Capuchino, 1 religioso de la Orden del Carmen y 9 Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle). De entre los miles de seglares católicos, cuyos restos mortales descansan en ese mismo lugar, muchos pertenecían a asociaciones y movimientos apostólicos como Acción Católica, la Adoración Nocturna Española o las Congregaciones Vicencianas. Respecto a muchos de estos cristianos laicos se iniciará en su momento una causa de beatificación; a tal efecto el Sr. Obispo Mons. Juan Antonio Reig nombró un Delegado y un Subdelegado para la Causa de los Santos, que con las ayudas pertinentes, han dado los primeros pasos en este sentido. Todas estas circunstancias hacen del Cementerio de los Mártires de Paracuellos un lugar sagrado, un verdadero ‘coliseo’ español, una verdadera «‘catedral’ de los mártires», levantada con la sangre de multitud de Testigos de la Fe, muchos de ellos elevados ya a la gloria de los altares.
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Monseñor Juan Antonio Reig Plá, ¡Qué pena no sea Ud. el Obispo de la Diócesis de Madrid! Aunque personalmente, yo así lo considero.
Mientras los asesinados perdonaban a sus asesinos, en la actualidad los nietos de esos asesinos nos siguen odiando. En realidad odian la verdad de nuestras creencias y que demuestran las mentiras de las suyas.