Una mañana con el Papa emérito

|

El periodista Vittorio Messori relata su encuentro con Benedicto XVI, quien le confió que él sólo podía rezar ante la actual situación de la Iglesia.  La mañana del miércoles 9 de septiembre, en la Puerta de Santa Ana del Vaticano, subí a un coche con el que un oficial de la Guardia Suiza, circulando por el laberinto de avenidas de los célebres jardines, me llevó al Monasterio llamado de Maria Mater Ecclesiae. Como saben, éste es el lugar elegido por el Papa emérito para vivir orando y estudiando después de su clamorosa renuncia. Una de las cuatro Memores Domini (la familia religiosa inspirada por don Luigi Giussani) que cuidan a Benedicto XVI me dio la bienvenida y me hizo pasar a un salón del primer piso desde el que se ve toda la Cúpula. Unos minutos más tarde, subí en ascensor y me encontré ante un Benedicto XVI solo, sonriente, esperándome en el umbral de su estudio. Amigos que se ven poco Mi colaboración profesional primero y la posterior amistad con Joseph Ratzinger se remonta a principios de los años ochenta cuando, juntos, preparamos ese Informe sobre la fe que escandalizó a toda la Iglesia. A partir de entonces nos vimos bastante a menudo. Pero cuando fue elegido Papa respeté sus opresivos compromisos, no pedí audiencia y sólo le vi una vez cuando él mismo quiso verme después de la publicación de Por qué creo, el libro que acababa de escribir con Andrea Tornielli. Luego respeté su retiro pero es obvio que la invitación, que me llegó a través de su secretario, para volvernos a ver y hablar entre nosotros, en confianza, me ha causado inmenso placer. Desde que me llegó esta invitación pensé que era mi deber no ponerle en una situación incómoda con preguntas de periodista indiscreto, como su relación con su sucesor o los «verdaderos» motivos de su renuncia. Por lo tanto, pido que se abstengan los habituales amantes de intrigas y conspiraciones que piensen que detrás de este encuentro haya «vete a saber qué motivo». El espíritu, presto; la carne, enferma Mientras me inclinaba para besarle la mano (como requiere una tradición que respeto, sobre todo desde que se intenta reducir el papel y la figura del Supremo Pontífice), Su Santidad me puso una mano sobre la cabeza, otorgándome una bendición que acogí como un gran don. Con la otra mano se apoyaba en un andador con ruedas; ya no puede pasear con su secretario por los jardines. Su capacidad para moverse está tan limitada que para salir tiene que utilizar una silla de ruedas, mientras que en casa deambula sólo pocos metros apoyándose en el andador. Se puede adivinar la delgadez del cuerpo bajo la túnica blanca. En cambio, el rostro no demuestra en absoluto sus casi 90 años: es el rostro de siempre, de eterno muchacho, al que le hace de contraste la corona de cabellos blancos y la vivacidad de sus ojos claros. En resumen, «hermoso», como siempre ha sido su rostro. Yhermosas son también su lucidez intelectual y la atención que presta al interlocutor.Spiritus promptus, caro infirma: la cita viene a la mente espontáneamente estando al lado de este «espíritu» prisionero de una «carne» que ya se fatiga llevándolo. Hace un año, las fotos de Oggi revelaron que Benedicto XVI necesitaba un andador para caminar. Ahora incluso eso le es imposible fuera de casa. Sentados en el borde de dos sillones cercanos -para obviar, acercándonos, una disminución de su oído-, hablamos durante más de una hora. Como he dicho antes, no he planteado preguntas evidentes y demasiado fáciles. En cambio, él planteó muchas. Me escuchó con atención cuando, por petición suya, intenté hacerle una síntesis de la situación eclesial tal como la veo yo. Al final dijo: «Yo únicamente puedo rezar». Todo el día rezando Sin embargo, le pedí que nos haga un regalo: un De Senectute de ciceroniana memoria pero, obviamente, desde una perspectiva cristiana; es más, católica, en la que él mismo narre su experiencia de vejez, a menudo dolorosa, y la apertura al Más Allá, sobre la verdadera vida que nos espera a todos. Una ocasión preciosa para afrontar el tema de esos Novísimos que han sido eliminados por una Iglesia preocupada solamente en el bienestar para todos en esta vida, más que en la salvación eterna. Sacudió la cabeza y me replicó: «Sería algo precioso; varias veces he denunciado este olvido de la muerte, esta eliminación del Más Allá con lo que nos espera ´después´. Pero Usted sabe que estoy acostumbrado a razonar como teólogo, a filtrar la realidad a través de las categorías filosóficas; por consiguiente, no podría escribir nada a no ser que lo hiciera de este modo. De todas formas, me faltan las fuerzas para realizar una tarea como esta». Y después: «Mi deber hacia la Iglesia y el mundo intento hacerlo con una oración que ocupa toda mi jornada«. ¿Oración mental o verbal, Santidad? se me ocurrió, tal vez banalmente, preguntarle. Su respuesta fue inmediata: «Verbal sobre todo: el rosario completo, con sus tres coronas; después los salmos, las oraciones escritas por los santos y los pasajes bíblicos y las invocaciones del breviario». La oración mental se la proporcionan sus muchas lecturas de textos de espiritualidad, que se unen a los de teología y de exégesis bíblica. Pero déjenme decirlo, desafiando la sospecha de vanidad por mi parte: quiso darme las gracias por un libro en particular, esa investigación sobre la pasión de Cristo –¿Padeció bajo Poncio Pilato?– que no sólo cita, sino que recomienda en sus dos primeros volúmenes sobre la trilogía dedicada a Jesús y publicada cuando ya era pontífice. Obviamente, como autor, me ha causado felicidad; no sólo por mí, sino también por esaapologética demonizada después del Concilio hasta el punto de borrar su nombre en los seminarios (“Teología fundamental” es el nombre que le ha dado lo clericalmente correcto), pero que es indispensable para eso sobre lo que Ratzinger ha insistido siempre, primero como teólogo y después como Papa, es decir, como custodio supremo de la fe, a saber: la posibilidad y la necesidad de no poner en contraste sino en mutua colaboración la razón y la fe, el intelecto y la devoción. Hemos hablado de otros temas pero, respecto a estos, es necesaria una obligada discreción. Tengo que añadir -con una sonrisa ironica, dirigida a quienes siguen pensando en un encuentro turbio entro conjurados– que a pesar de que ya había llegado la hora de la comida, incluso se había pasado, no llegó ninguna invitación a comer. Me han dicho que Benedicto XVI come poquísimo («como un gorrión») y solo, viendo de vez en cuando el telediario; es decir, raramente tiene comensales. En resumen, lo que tengo que decir aquí ciertamente no es clamoroso. Si he pensado escribir sobre ello es para consolar a los lectores: justo al lado de la tumba de Pedro hayun anciano admirable que durante ocho años ha guiado la Iglesia y que ahora no tiene otra preocupación que rezar por ella. Con compromiso, pero sin angustia. Es decir, sin olvidarse jamás de que los Papas pasan pero la Iglesia se queda y que hasta el final de la historia resonará la exhortación de su verdadera Cabeza y Cuerpo a nosotros, pusilánimes: «No temáis, pequeño grey, esta barca no se hundirá y a pesar de las tempestades, permanecerá a flote hasta mi vuelta». Artículo publicado en La Nuova Bussola Quotidiana. Traducción de Helena Faccia Serrano, Religión en Libertad.

Ayuda a Infovaticana a seguir informando

Comentarios
0 comentarios en “Una mañana con el Papa emérito
  1. Benedicto XVI se nos muestra como uno de los Papas más insignes de la historia. Por un lado sujetó teológicamentre todo el ponticado de Juan Pablo II, y por otro lado, también está sjetando el pontificado del actual Papa Francisco. Y entre medias de ambos, tenemos sus casi ocho años como pontificado. No recuerdo en la historia de la Iglesia ningún pontificado que haya tenido estas características. Y si el actual Papa actua con tanta libertad, hay razones para pensar que se debe a que detrás de Francisco, está la oración y el poder espiritual de Benedicto XVI. Personalmente, le considero el Papa más grande de la historia de la Iglesia desde un punto de vista Doctrinal y Teológico.

  2. Leer, callar y meditar sería suficiente, porque este
    sencillo y hondo encuentro entre dos amigos en Cristo
    irradia una fuerza espiritual tremenda. Es un tesoro.
    Después de dudar interiormente si hacerlo, o no,
    me decido a compatir algunas reflexiones que han venido a mi mente.
    .
    «Turbio encuentro entre conjurados». Utilizo palabras textuales de
    este escrito.
    No. Nadie se atrevería a pensar esto,
    ni nadie lo creería si alguno osara interpretarlo así.
    Y entonces, ¿con qué intención Benedicto invita a Messori?
    ¿Nostalgia? ¿Necesidad de llenar su soledad? No, no puede ser eso.
    Pienso que el sufrimiento espiritual de Benedicto a causa de la
    deriva bergogliana debe de ser inmenso, inconmensurable,
    pero Benedicto es tan magnánimo que no está pensando en él.
    Creo más bien que invita a Messori para enviar un mensaje de consolación
    a toda la Iglesia, porque él sabe muy bien que no solo sufre él,
    aunque nadie puede sufrir tan intensamente como él.
    Benedicto desea conocer directamente, a través de Messori,
    qué piensan y qué sienten hoy muchos (sólo Dios sabe cuántos)
    de la situación de la Iglesia… Y Messori le cuenta.
    «por petición suya, intenté hacerle una síntesis
    de la situación eclesial tal como la veo yo.
    Al final dijo: “Yo únicamente puedo rezar”.

    Benedicto nos dice, yo también estoy sufriendo con vosotros,
    y estoy sufriendo y orando por la Iglesia; esa, esa es mi vida,
    y ese debe de ser vuestro camino…Al final dijo: «Yo solo puedo rezar».

    «Le pedí que nos haga un regalo: un De Senectute de ciceroniana memoria pero, obviamente, desde una perspectiva cristiana;
    es más, católica, en la que él mismo narre su experiencia de vejez,
    a menudo dolorosa, y la apertura al Más Allá,
    sobre la verdadera vida que nos espera a todos.
    Una ocasión preciosa para afrontar el tema de esos Novísimos
    que han sido eliminados por una Iglesia preocupada solamente
    en el bienestar para todos en esta vida, más que en la salvación eterna.
    Sacudió la cabeza y me replicó:
    “Sería algo precioso; varias veces he denunciado este olvido de la muerte,
    esta eliminación del Más Allá con lo que nos espera ´después´.
    Porque es así, aunque ahora parece que ‘el cuidado de la casa común’ ocupa todo
    el horizonte de la esperanza cristiana. Para esto envio Dios su Hijo al mundo…

    «En resumen, lo que tengo que decir aquí ciertamente no es clamoroso.
    Si he pensado escribir sobre ello es para consolar a los lectores:
    justo al lado de la tumba de Pedro hay un anciano admirable
    que durante ocho años ha guiado la Iglesia
    y que ahora no tiene otra preocupación que rezar por ella.»

    Consolar a los lectores… Cae bien un «De consolatione Benedicti»,
    porque hay un anciano admirable velando junto a la tumba de Pedro.
    Con compromiso, pero sin angustia.
    Dos almas grandes frente a tanta mezquindad…
    ¡Cuánto bien en este gesto!

  3. Yo no tengo palabras tan acertadas, bonitas y profundas como los demas comentaristas, pero quiero dejar constancia del inmenso bien que BXVI ha conseguido para mi alma. El accedió al pontificado en un momento en que yo estaba pensando seriamente dejar mi vida, no diré más. Sus palabras secillas y a la vez profundas, sus reflexiones llenas de sentido y de humanidad, sus gestos medidos, esa timidez amable, la capacidad para llegar a las mentes y los corazones, etc me hicieron reflexionar mucho. Estoy convencido de que con otro Papa mi regreso a la vida y a la Iglesia hubiera sido imposible. GRACIAS SANTIDAD. Rezo a diario por Vd, por la Iglesia, por el mundo.

  4. Que envidia Vittorio!! compartir una mañana con BXVI !! saber que esta el gran Papa lúcido,pensando, bien intelectualmente me llena de alegria. gracias Vittorio por esta sencilla crónica. Me diste una gran alegría. Un abrazo desde la llanura pampeana de Argentina

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 caracteres disponibles