«Es rídiculo pensar que el Papa va a las periferias para recibir el aplauso»

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Así de firme se ha mostrado monseñor Gänswein, prefecto de la Casa Pontificia y secretario de Benedicto XVI, durante una entrevista concedida al diario La Nación.


Georg Gänswein es el secretario del Papa Emérito y el prefecto de la Casa Pontificia del Papa Francisco. Este sacerdote alemán, que colaboró estrechamente con Benedicto XVI durante su pontificado, ahora sirve a dos pontífices con caracteres y estilos muy distintos, aunque sostiene que tiene muy claro que su «primer servicio es para el papa Francisco». En sus declaraciones a los medios de comunicación durante los dos últimos años, Georg Gänswein no se ha cansado de repetir que Francisco y Benedicto XVI no son opuestos, sino complementarios y que el primero no ha hecho más que continuar con el legado del que es ahora Papa Emérito. Según él mismo asegura, de Benedicto ha aprendido «la serenidad» y a «no tener miedo a nada y a nadie» y de Francisco, «a mirar adelante y abrirme a nuevas cuestiones». Esta postura es la que ha mantenido durante una entrevista concedida al diario La Nación, en la que además ha reconocido que su relación inicial con el Papa Francisco se vio ensombrecida por el escándalo de Vatileaks. Para Gänswein, lo que más asombra de este Pontífice es su capacidad de trabajo y su espíritu de oración: «Impacta la coherencia entre una vida muy activa y el tiempo que le dedica a la oración, es decir, a la vida contemplativa». El prefecto de la Casa Pontificia ha afirmado además que es «ridículo» pensar que «el Papa Francisco va a las periferias para recibir el aplauso, no encuentra a las personas en la cárcel para aumentar su popularidad». -¿Cómo es su relación con Francisco? -Muy cordial, la sintonía ha ido creciendo día tras día. Al principio no me conocía, quizá tenía una imagen de mí no muy favorable por lo que se había escrito de mí en los tiempos de VatiLeaks. Pero una cosa es la imagen creada y otra la imagen real. Y cuando se trabaja juntos es natural que se establezca un espíritu de colaboración y de equipo. -¿Fue difícil para usted, un alemán acostumbrado a un papa alemán, de golpe estar al lado de un papa argentino muy informal, que tiene una relación difícil con el protocolo? -El cambio más profundo para mí fue el de función: pasar de ser secretario particular del Papa Benedicto a prefecto de la Casa Pontificia con el papa Francisco. Fue un gran desafío no sólo en cuanto al trabajo, sino en cuanto al estilo. Como cada persona, también los papas tienen su impronta personal, su estilo inconfundible, con el que se distinguen. Es claro que para quien está acostumbrado a un cierto estilo durante muchos años, si hay un cambio hace falta un esfuerzo para orientarse en modo nuevo. -¿Cómo vive usted esta dualidad de servir a dos papas, uno en funciones y el otro, emérito? ¿No se siente un poco dividido? -No, para nada. Claro, tuve que acostumbrarme primero a la nueva realidad de un papa reinante y un papa emérito. Aunque nunca tuve dudas de que mi primer servicio es para el papa Francisco. Y luego también sirvo al papa Benedicto. Los primeros meses tuve que hacer obviamente un trabajo personal, conmigo mismo. Pero con el paso del tiempo espero haber encontrado el modo justo de relacionarme con cada uno de ellos. -¿En estos dos años, qué es lo que más lo impactó de Francisco? -En el aspecto humano, la capacidad de trabajo, porque en este sentido es un fenómeno extraordinario, trabaja por dos y tiene 78 años; y la atención personal que presta a las muchísimas personas que encuentra todos los días. En el aspecto espiritual: su vida espiritual de oración. Como es sabido, se levanta muy temprano para meditar y prepararse para la santa misa. Impacta la coherencia entre una vida muy activa y el tiempo que le dedica a la oración, es decir, a la vida contemplativa. La espiritualidad ignaciana está realmente encarnada en él. -¿Qué es lo que más le gusta de Francisco y lo que le resulta más difícil? -Una dote particular es su habilidad de relacionarse con las personas. La palabra «encuentro», junto a «misericordia», se han vuelto palabras clave del pontificado y esto vale para los grandes del mundo como para los «pequeños», los discapacitados, los enfermos. Esto es algo que admiro y que me da aliento. Lo que resulta un tanto difícil es una cierta imprevisibilidad en el actuar, en los cambios, sorpresas de último momento que nunca faltan… El propio Papa bromea con eso cuando habla del protocolo y de la «burocracia» del Vaticano… Pero, bromas aparte, creo que el Papa ha ido experimentando que el protocolo y todos los que trabajan en ese sector no quieren para nada condicionarlo, sino servirlo y ayudarlo en su servicio petrino. -Usted ha trabajado con dos papas muy de cerca: ¿qué ha aprendido de cada uno? -De los dos he aprendido algo importantísimo: el amor hacia el Señor y hacia la Iglesia. Como secretario personal del papa Benedicto he aprendido la serenidad al enfrentar los desafíos diarios de modo valiente y sincero y a no tener miedo de nada y de nadie. Del papa Francisco estoy aprendiendo a mirar adelante, a abrirme a nuevas cuestiones. Las experiencias de las periferias, de las que ama hablar, tienen algo que es diferente respecto de las experiencias eclesiales que tenemos en Alemania, en Italia, en el resto de Europa. -¿Quiere decir que quizás había demasiado eurocentrismo en el Vaticano? -Puede ser… Es claro que las experiencias personales de un papa tienen mucho que ver con su pontificado y con el gobierno de la Iglesia. -Luego de dos años de pontificado de Francisco se habla de resistencias a la reforma de la curia, puesta en marcha por él junto al consejo de nueve cardenales consultores (C9). ¿Usted percibe estas resistencias o malestar en la curia? -Al principio se habló un poco demasiado de «reforma» de la curia sin conocer bien ni la curia, ni su trabajo diario al servicio del Papa. Después de dos años se han reducido las voces y también las expectativas. Claro, hay algunas cosas que deben mejorarse, pero no hay que empezar desde cero. Un árbol que crece siempre debe ser podado. Al respecto, no veo resistencias, sino una visión más realista de las cosas. Para ser sincero, también debo decir que se puede percibir cierto malestar sobre algunas cosas en la marcha de los trabajos de reforma. La única novedad hasta ahora ha sido la creación de un nuevo órgano, es decir, de la Secretaría para la Economía y el Consejo para la Economía. -En la reciente entrevista a Televisa, el Papa pareció fustigar a la curia, al definirla como la última corte en Europa. ¿Usted la ve así? -En Europa, aún existen cortes reales verdaderas: España, Inglaterra, Dinamarca, Holanda, etcétera… En 1968, el beato Pablo VI con el motu proprio Pontificalis Domus abolió la Corte Pontificia y creó la Casa Pontificia, cambiando profundamente su índole. Ya no existe la corte vaticana… Por eso quedé sorprendido con esa afirmación del papa Francisco. -¿El discurso que el Papa le hizo a fin de año a la curia con las 15 enfermedades fue demasiado duro? -Fue un discurso que sorprendió a todos, un discurso fuerte. Ofrecía la ocasión de hacer un examen de conciencia y yo lo hice. Temo, sin embargo, que las palabras del Papa puedan ser instrumentalizadas en contra de sus colaboradores más cercanos: el Papa bueno por un lado y, por el otro, la curia enferma, corrupta. ¡Pero donde hay una enfermedad, también hay un antídoto! -Los sectores ultraconservadores critican a Francisco por haber decidido no vivir en el Palacio Apostólico, creen que está desacralizando la figura del pontífice, lo acusan de ser un populista… -Son críticas que no tienen ningún fundamento. El papa Francisco no va a las periferias para recibir el aplauso, no encuentra a las personas en la cárcel para aumentar su popularidad, es ridículo pensar eso. En cuanto a su estilo de vida, recuerdo bien que una de sus primeras afirmaciones, después de asumir, fue: «Yo tengo 76 años, yo ya no cambio mi vida». Fue y es así. Lo veo todos los días. Considero, por último, que es absurdo hablar de una desacralización de la figura del pontífice. Quien hace este tipo de críticas tiene una imagen irreal del papado. Basta con observar en la historia de los papas y se ven muchos cambios exteriores, por diversos motivos, pero lo que permanece idéntica e irreversible es la sustancia de la promesa del Señor a Pedro.