Cardenal obispo de Ostia y doctor de la Iglesia. Habiendo entrado en el eremo de Fonte Avellana, promovió denodadamente la vida religiosa y en los tiempos difíciles de la reforma de la Iglesia trabajó para que los monjes se dedicasen a la santidad de la contemplación, los clérigos a la integridad de vida y para que el pueblo mantuviese la comunión con la Sede Apostólica. Falleció el día veintidós de febrero en Favencia, de la Romagna en 1072.
(Catholic.net)- Nació en Ravena y fue una de esas figuras severas que, como San Juan Bautista, surgen en las épocas de relajamiento para apartar a los hombres del error y traerles de nuevo al estrecho sendero de la virtud.
Debido a la prematura muerte de sus padres, el santo fue criado por su hermano, convirtiéndose en un excelente discípulo, y más tarde en un profundo servidor de Cristo.
Pedro decidió abandonar el mundo exterior y abrazar la vida religiosa en otra región, entrando al convento de Fonte Avellana, comunidad de ermitaños que gozaba de gran reputación.
Allí se dedicó a la oración, lectura espiritual y estudios sagrados, viviendo con gran austeridad.
Pese a su negativa, Pedro asumió la dirección de la abadía en 1043 gobernando con gran prudencia y piedad.
Fundó otras cinco comunidades de ermitaños, donde fomentó entre los monjes el espíritu de retiro, caridad y humildad y además estuvo al servicio de la Iglesia, siendo nombrado Cardenal y Obispo de Ostia en 1057.
San Pedro escribió varios documentos que ayudaron a mantener la observancia de la moral y de la disciplina, particularmente en lo que se refiere a los deberes de los clérigos y monjes.
A pesar de su severidad, el santo sabía tratar a los pecadores con bondad e indulgencia, cuando la caridad y la prudencia lo pedían. Murió el 21 de febrero de 1072. Inmediatamente la gente empezó a considerarlo como un gran santo y a conseguir favores de Dios por su intercesión.
El Papa León XII lo canonizó en 1823 y, por los elocuentes sermones que compuso y por los libros tan sabios que escribió, lo declaró Doctor de la Iglesia en 1828.
Artículo publicado en Catholic.net
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Qué nos haga el favor, de dejar por un rato las maravillas del cielo, y venga a poner orden en la casa de Dios que se encuentra en la tierra,. La están queriendo derribar, y por los mismos motivos que él una vez recriminó tan justa, y eficazmente. Auxilio, San Pedro Damián!,
A ver si surge otro Pedro Damián. Nos hace mucha falta. La mediocridad se ha hecho con el episcopado y el cardenalato, salvo rarísimas excepciones.
¡¡¡Y con el papado, Belzunegui,y con el papado!!!