«¿Cuál es mi ídolo escondido? ¡Aquel que ocupa el lugar del Señor!»

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La idolatría y la hipocresía no ahorran ni siquiera a la vida cristiana. El Papa Francisco puso en guardia ayer frente a ambos «vicios», durante la homilía de la misa celebrada en la Casa de Santa Marta. Para no ceder a los peligros de estos pecados, dijo, es necesario poner en práctica los mandamientos de amor a Dios y de amor al prójimo.

Convertirse en un apóstol de las propias ideas, o un devoto del propio bienestar, en lugar que de Dios. Hablar mal de alguien porque no se adecua a ciertas formalidades, olvidando que el mandamiento “nuevo” del cristianismo es el amor al prójimo sin condiciones. La liturgia de la misa de ayer fue el motivo de la reflexión del Santo Padre sobre las trampas que constelan la vida de fe. El Papa partió de las palabras de San Pablo, para estigmatizar el pecado de la idolatría, aquel de personas que -como dice el Apóstol- “habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron ni le dieron gracias como corresponde”, prefiriendo adorar “a las criaturas antes que al Creador”.

Es una idolatría, afirmó el Obispo de Roma, que llega a “ahogar las verdades de la fe”, en las que se revela la justicia de Dios”: “Pero como todos nosotros tenemos necesidad de adorar -porque tenemos la huella de Dios en nosotros- cuando no adoramos a Dios, adoramos a las criaturas. Y este es el paso de la fe a la idolatría. Ellos, los idólatras, no tienen ninguna razón para excusarse: a pesar de haber conocido a Dios, no lo han glorificado como a Dios ni dado las gracias como Dios. Y ¿cuál es el camino del idólatra? Se dice claramente: ‘se han perdido en sus vanos razonamientos y su mente obtusa se ha oscurecido’. El egoísmo del propio pensamiento, el pensamiento omnipotente, aquello que yo pienso es lo verdadero: yo pienso la verdad, yo construyo la verdad con mis pensamientos…”.

Las críticas de San Pablo de hace dos mil años, se dirigían a los idólatras que se postraban ante reptiles, aves, cuadrúpedos. Y aquí, Francisco se adelanta inmediatamente a la objeción de que hoy en día nadie va por ahí adorando estatuas. No es así, afirmó el Papa, la idolatría ha encontrado otras maneras y formas:

“Incluso hoy en día, hay tantos ídolos y también hoy en día hay tantos idólatras, tantos que se creen sabios. También entre nosotros, entre los cristianos, ¡eh! Yo no hablo de aquellos que no son cristianos, no de ellos, yo los respeto. Pero entre nosotros – hablamos en familia – se creen sabios, que saben todo… Y se han vuelto necios, y cambian la gloria de Dios incorruptible por una imagen: el propio yo, mis ideas, mi comodidad… Hoy, todos nosotros – sigo adelante, ¡eh! No es una cosa solamente histórica – también hoy en día por el camino se encuentran ídolos, un paso adelante… Todos tenemos dentro algún ídolo escondido. Podemos preguntarnos ante Dios: ¿cuál es mi ídolo escondido? ¡Aquel que ocupa el lugar del Señor!”.

Si San Pablo define necios a los idólatras, en el Evangelio del día, Jesús hace lo mismo con los hipócritas, encarnados por el fariseo que se escandaliza porque el Maestro no se ha lavado antes de sentarse a la mesa. “¡Así son ustedes, los fariseos! -responde Jesús- Purifican por fuera la copa y el plato, y por dentro están llenos de voracidad y perfidia”. Y añade: “Den más bien como limosna lo que tienen y todo será puro”:

“Jesús aconseja: no mirar a las apariencias, ir derecho a la verdad. El plato es el plato, pero lo que es más importante es lo que está en el plato: la comida. Pero si eres vanidoso, si eres arribista, si eres ambicioso, si eres una persona que siempre se jacta de sí misma o que te gusta presumir, porque piensas que eres perfecto, da un poco de limosna y eso sanará tu hipocresía.

Este es el camino del Señor: adorar a Dios, amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo. ¡Es tan fácil, pero tan difícil! Esto se puede hacer sólo con la gracia. Pidamos la gracia”.

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