
Un lector, amigo del sacerdote fallecido, me envía una carta que contribuirá a que se conozca más a esa persona notabilísima, como hombre y como cura, del que guardamos un recuerdo inolvidable.
La publico tal como me llegó eliminando sólo, a petición del remitente, lo que pudiera identificarle.
He hablado no poco de Xosé Manuel Carballo, verdadera cerna de carballo. Sólo añadiré que pensamos invitarle a concelebrar nuestras bodas de oro pero que no lo hicimos pensando que en su estado deberíamos ahorrarle el viaje de unos 70 kilómetros. Nos lo recriminó después con ese sentido del humor galaico que en él era permanente pese a su situación. Un cura celebrando en silla de ruedas siempre adorna mucho las fotografías, nos dijo.
«Apreciadísimo Señor:
En alguna ocasión he participado con algún comentario en su blog de Infovaticana. No somos, estimado señor, de las mismas ideas en muchos sentidos. E incluso a veces creo que he escrito pidiendo más caridad entre los participantes. Y requiriéndola también de usted. Mal empezaría yo una carta con reproches. No entienda lo hasta ahora escrito como tal. Digamos que es una precaución. Para usted, obviamente. Y quizá esto que le anticipo sea necesario para entender lo que a continuación le expondré. Como arriba pone, mi nombre es (…). Soy gallego, de (…) —ya sabe usted por adónde cae—, diocesano de Mondoñedo-Ferrol. Vivo a caballo entre (…). Y poco más. Participo de la vida de mi diócesis y de la que me acoge como puedo, que fundamentalmente consiste en ser un católico más, que no hace cosas extraordinarias, pero ayuda en lo que puede. Y que es poco. Pero es lo que hay.
El motivo de esta carta es hacer constar un testimonio acerca de la vida de nuestro muy querido amigo Xosé Manuel Carballo. Que sin duda, y sin caer en la herejía, en paz está.
La primera vez que tuve conocimiento de su existencia fue en el año 2.002. Más o menos. Tendría yo 16 años. Y en el teatro de (…), el día de los Santos Inocentes, le vi hacer una tortilla francesa de un huevo en el sombrero de un espectador, y usando un mechero como hornillo. Se quejó el dueño de la improvisada sartén de que la tortilla estaba fría. Y San Xosé Manuel Carballo le respondió: «E non pretenderá que, co pouco gas que gastamos, estuvese quente a tortilla.» (Y no pretenderá que, con el poco gas que hemos gastado, la tortilla estuviese caliente). Se metió al teatro en el bolsillo.
Años después volví a encontrarme con el en alguna celebración diocesana, antes de su particular cruz y calvario. Incluso alguna profesora de la Facultad de Derecho le conocía bien, y le trataba a menudo. Hablábamos de él, y cómo no, de su total ausencia de enemigos íntimos.
Y aquí vino usted a enredarlo todo un poco, Mr. de la Cigoña. Fui testigo de sus recíprocas cartas donde se ponían como chaqueta de gitano. Bien zurrados. Yo, como conocía a Xosé Manuel, le mandé un mail dándole ánimos, y diciéndole que no merecía la pena mucho el follón. Que ninguno saldría ganando, y no sé por qué, el que más iba a perder era el señor cura. En todo caso, andando el tiempo, y seguro que sus comunicaciones, se acabaron reduciendo mutuamente al gremio de su gracia. Y todos nos alegramos. San Carballo y yo acabamos teniendo contacto con más frecuencia. Aunque no sabía de su último ingreso.
Después de la presentación, viene lo que creo que es más importante: voy a relatarle la impresión que tuve la última vez que hablamos en persona Xosé Manuel Carballo y yo. Y lo grande de la circunstancia.
El Sábado de Gloria de este mismo año había quedado con un amigo en vernos en la Vigilia Pascual, en la Catedral de Mondoñedo. Este amigo mío, muy bueno, vive lejos, está bastante ocupado casi siempre y nos vemos poco. El esfuerzo de ir a Mondoñedo merecía la pena. De paso aprovecharía para ver allí a otros amigos, como el Rector del seminario. Y tenía un recado que dar a otro amigo mindoniense, que seguro que estaría en la Catedral. Mataba varios pájaros de un tiro.
Llegué a Mondoñedo como media hora antes de la Vigilia. Aparqué delante del seminario y subí por la calle Pascual Veiga, por el lateral de la Catedral. Allí me encontré con dos personas, una de ellas que, con muchos trabajos, descendía de un coche varios aparatos. Como era de noche no reparé en quien era.
Entré en la Catedral por el portillo lateral. Al entrar, me encontré con el (…), y estuvimos hablando un rato. Mientras tanto, dos señoras, pianista y soprano, estaban ensayando algo en un piano electrónico que tenían y cantando. “Panis Angelicus” de Franck, y algo de Händel que no recuerdo. Mientras hablábamos, llegaban más sacerdotes, y otras personas. Y con los mismos trabajos que estaba vaciando su coche, apareció por aquella puerta lateral de la catedral Xosé Manuel Carballo empujando por su carro de maquinaria vital.
Nos saludamos y nos abrazamos. Hacía bastante tiempo que no nos veíamos en persona. Hablamos de todo un poco. También de usted, Mr. de la Cigoña. Nos dijo que la cantante y pianista habían venido con él. Eran rusas, y vivían en la Chaira de Villalba, de donde habían venido con su marido y padre. Feligresas suyas —desconozco si eran feligresas de religión ortodoxa—. Pero en todo caso, que se habían ofrecido al obispo para participar con música en la Vigilia Pascual, en algunas partes de la liturgia —había también coro y órgano—. El organista de la catedral me propuso, si yo quería y tenía algo ensayado, tocarlo en la procesión de salida de los celebrantes.
El padre Carballo se fue a su sitio: un banco que está justo enfrente de la consola del órgano —del teclado—. Como usted sabe, está situada en el coro. Como el altar de la Catedral de Mondoñedo está bajo el crucero, el coro, situado en la nave lateral del lado del Evangelio, el padre Carballo quedó, por decirlo así, casi en el presbiterio. Allí se revistió, y se sentó toda la celebración. Yo, después de la entrada y la procesión con el Cirio Pascual, me quedé a su lado.
Y esto es lo que más me sorprendió: Xosé Manuel Carballo concelebró así, sentado, a distancia. Me sorprendió su fuerza y su voluntad. Un hombre, en aquél estado, a aquéllas horas de la noche, lejos de su casa, y por las carreteras gallegas —que no son precisamente un ejemplo de modernidad y buen estado—. Y él eligió acompañar a sus dos amigas y feligresas hasta Mondoñedo. Y con todos sus impedimentos encima, aguantó una liturgia que suele ser larga hasta el final, participando en ella como sacerdote. No como mero espectador.
Allí, en aquél momento, yo di por demostrada la enorme virtud, como sacerdote y como hombre, de Xosé Manuel Carballo. No sólo era una persona buena. Era un hombre comprometido. Pero más —que es lo que se suele ver— que con los hombres, con la solidadaridad o con otras cosas. Era un hombre leal a la palabra dada. Fiel a su orden sagrado y a Cristo. Era un sacerdote de los pies a la cabeza, se daba cuenta de que lo era, y actuaba como tal hasta las últimas consecuencias. Hasta en su aliento, mecánicamente ayudado por una máquina que le acompañaba allí al lado. ¿Quien puede dudar de un hombre que deja a un lado su comodidad, y quizá un descanso conveniente, para hacer lo que hizo Xosé Manuel Carballo aquél día? Si él que era fiel a todo eso, y además a los hombres ¿cómo no iba a tener los amigos que tenía? Un ejemplo.
En el momento de la paz, el obispo bajó del presbiterio a dar la paz a los que estábamos allí. Al primero, a Xosé Manuel Carballo, que quiso levantarse para recibirla. El obispo, con un gesto, le hizo saber que se estuviese sentadito, y le dio un abrazo de paz. Le acercó la comunión. Y después de la liturgia, muchos de los que estaban allí se acercaron a saludar, abrazar y a hablar con el padre Carballo. Rápidamente nos despedimos: era tarde, y dijo que había que comprender que por él se quedaría, pero “la máquina tiene sus necesidades, y no espera por mí”.
Y este era el testimonio que quería darle. Por eso quería contactar con usted. Si quiere publicarlo, hágalo, pero le ruego que omita nombres —excepto el del padre Carballo, obviamente—. Si quiere comprobar su veracidad hágalo, pues testigos le he dado a los que seguro conoce.
Le envío esto como testimonio que podría servir para que muchos le conociesen bien; aunque puede ser que no le aporte nada nuevo a usted, que ya lo conoció en persona y disfrutó de su compañía. Me sentía en la obligación de comunicarle esto a usted. Comunicarle mi constancia de ver cómo un hombre se entregó a su Dios, a su Iglesia y a los demás hasta en estas cosas, que pueden considerarse pequeñas. Pero que en su último estado deberían ser tan trabajosas y difíciles que nos indican el grado de heroísmo, de virtud y de integridad y compromiso para con su Fe del padre Xosé Manuel Carballo. De San Xosé Manuel Carballo.
Le agradezco su atención, al tiempo que le pido disculpas por la extensión de la carta. Y le envío un cordial saludo.