Lecturas LXXXV (V): Las Memorias del cardenal Sebastián

LECTURAS LXXXV (IV): Las Memorias del cardenal Sebastián Cardenal y Olegario González de Cardedal llegan a la Universidad Pontificia de Salamanca con un año de diferencia como profesores contratados (pg, 149) y pronto comienzan «a ser causa de polémicas», provocando «las quejas de algunos profesores» (pg. 152), La explicación que da Sebastián es pueril. Los alumnos dejaban de ir a otras clases para acudir a las suyas. No niego que eso pudiera ocurrir pero había algo más serio que se deduce de las mismas palabras del aragonés: «Se fue formando en la Facultad un ambiente bastante enrarecido de críticas y discusiones. Las diferencias entre los Profesores se manifestaron con toda claridad cuando quisimos renovar el Plan de estudios de la Facultad» (pg. 153). Eran las ideas de Sebastián las que rechazaba el Claustro y en junio de 1968 la Ponti prescinde de él (pg. 153). En 1969 los alumnos se declaran en huelga y  se cierra la Universidad (pg. 153). «Los jóvenes querían ver en ss aulas el nuevo estilo  de teología preconizado por el Concilio y las nuevas actitudes de una Iglesia abierta al mundo, capaz de dialogar con los no cristianos, preocupada por el anuncio del evangelio de Dios en un mundo y a unas personas cada vez más alejadas, más amenazadas, más dominadas por la tentación del ateísmo y del materialismo. También es verdad que en el barullo del momento muchos pedían a la Iglesia lo que no podía ni debía hacer, cambiar el orden social, resolver los problemas de los trabajadores o la sustitución de las instituciones políticas» (pg, 154). Un claustro de notables personalidades, intelectuales y eclesiales, era rechazado por los alumnos que en cambio veían a Fernando Sebastián como un profesor próximo a ellos. Verdaderamente se puede decir que era la persona indicada y estaba en el momento oportuno. Se solicita una visita apostólica y Pablo VI, téngase en cuenta su línea en aquellos años respecto a la Iglesia española, designa como visitador al salesiano Antonio Javierre. Se superó el conflicto con la purga de numerosos catedráticos de solvencia acreditada sustituidos por otros de línea radicalmente distinta como Sebastián que regresaba en triunfo tras haber sido alejado de la Universidad. Se echa de menos la relación de los catedráticos marginados y de los nuevos. También de os integrantes de la Comisisión Pontificia creada para la normalización de la Universidad y la redacción de los nuevos estatutos, de la que sólo sabemos que la presidía Maximino Romero de Lema, entonces obispo de Ávila, ya muy de vuelta de sus iniciales fervores como combatiente voluntario de la España nacional. Sí nos dice, en cambio, los nombres de los delegados de los alumnos que se entrevistaron con el visitador pontificio: Carlos Osoro y Adolfo González Montes, hoy arzobispo de Madrid uno y obispo de Almería otro (pgs. 154-155). De aquella revolución universitaria Sebastián fue el gran beneficiario al salir de ella como decano de la Facultad de Teología y, muy poco después , rector de la Universidad (pg, 156). Y una vez más nuevo fracaso, a la larga, de nuestro personaje, que él mismo reconoce. Porque en esos reconocimientos es pródigo aunque supongan el hundimiento de tantas ilusiones que depositó. La Universidad salida de aquella revolución estudiantil pasaba a ser la del Episcopado español. «Era una fórmula nueva, que en aquel momento nos llenaba de ilusión Luego, en pocos años, muchos obispos han ido creando sus propias Facultades, la Conferencia ha ido perdiendo cercanía y hoy, aunque jurídicamente la Universidad de Salamanca sigue siendo la Universidad del Episcopado Español, la mayoría de los obispos no sienten eficazmente esa vinculación» (pg, 156). Lo que calla Sebastián es la causa de ese alejamiento: el progresismo de la Universidad y la degradación de la misma. Fernando Sebastián ha pasado de la noche a la mañana de desconocido profesor a importante figura de la Iglesia hispana. Y como de torpe no tenía un pelo aprovechará esa pista de lanzamiento para una carrera fulgurante. Y de nuevo el lamento y el reconocimiento del fracaso: «Podía haber sido el principio de una Universidad católica de la Iglesia española con una proyección importante en el desarrollo y la modernización de la cultura católica en España y aun en el área hispánica. Así lo soñábamos algunos y trabajamos intensamente para conseguirlo. No ha sido así. Una vez más el personalismo y la dispersión han hecho imposible un hermoso proyecto» (pg. 158). No soy yo quien me invento el fracaso de la Pontificia, Es Sebastián quien lo reconoce. Da cuenta de una entrevista «borrascosa» con el Ministro de Justicia, Antonio Oriol, que tampoco simpatizaba con el proyecto. Cosa que también puede entenderse, desde su perspectiva, si los conferenciantes invitados por la Universidad eran «Enrique Barón, Gregorio Peces Barba, Javier Solana, Alfredo Pérez Rubalcaba, dirigentes de UGT, CCOO, USO» (pg. 160). Todos ellos sin duda personajes muy idóneos en una Universidad de la Iglesia. Rouco era entonces vicerrector de la Universidad (pg, 161). «Los partidos clandestinos se infiltraban entre los estudiante y trataban de alterar la vida académica inventando razones para declarar huelgas y llamar la atención de los medios de comunicación (…) camuflados entre ellos había también grupos abertzales  de apoyo a ETA y hasta algún militante de ETA» (pg, 162), «Estos grupos movilizaban a los alumnos y provocaban con frecuencia protestas, paros y hasta llegaron a organizar alguna huelga de hambre» (pg, 163), «Yo nunca permití la entrada de la policía en la Universidad» (pg. 163). «En varias ocasiones me volvieron a llamar desde la Dirección General de Madrid para presionarme y amedrentarme» (pg. 165). «En este campo de las personas me tocó ejecutar los ceses de los dieciséis profesores de la Facultad de Teología, decididos por la Comisión Pontificia. Se trataba de profesores veteranos, personas cargadas de méritos, bastante mayores que yo» (pgs, 167-168). Es una pena que no dé los nombres de los purgados y de sus sustitutos. Tuvo gran apoyo, y mucha relación, del Canciller de la Universidad, Maximino Romero, de quien hace un encendido elogio (pgs, 168-169). Estaba «en perfecta sintonía con las orientaciones del Concilio y el talante de Pablo VI (…), estilo que duró demasiado poco en nuestra Iglesia» (pg, 169). Fue Sebastián quien le nombró vicerrector de la Pontificia, «En los años de Salamanca fuimos buenos amigos y trabajamos juntos muy a gusto» (pg. 170). ¿Contiene esta frase reticencias crípticas sobre el después? Es Sebastián quien podría aclararlo. Y llegamos a Tarancón. Pero eso pienso que dará lugar a varias entradas.

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