
Aburre a todos menos a ellos mismos que cual niños a quienes se les priva de su juguete, lloran desconsolados como si el volumen del llorar supusiera la recuperación de lo perdido.
Un grupo de colaboradores en la pastoral penitenciaria de la diócesis de Oviedo se vieron, de la noche a la mañana, desposeídos de la representación diocesana. Que deberían pensar era irrevocable en sus personas mientras ellos vivieran, Porque ¿quién como nosotros?
He conocido variados especímenes de autocomplacencia eclesial. La Iglesia no subsistiría sin ellos. Porque le estaban dando, además, un aire nuevo. ¿Dónde iba a ir con esas ideas que ya no sostiene nadie? Menos mal que habían llegado ellos para salvar lo que se hundía. Lo más patético es que eso sólo se lo creían ellos. Nadie más. A todo el resto de la Iglesia y a la sociedad extraeclesial les traía sin cuidado lo que esos salvaiglesias hicieran. O lo que se creían que hacían.
Pastoral penitenciaria. ¿Qué es eso? Los católicos más ilustrados dirían que la atención espiritual y hasta material en lo que quepa a los presos. Cumplimiento puro de una obra de misericordia. Los católicos periféricos y los no católicos hasta es posible que se sorprendan de esta preocupación y actividad eclesial. Pero seguramente ni un uno por cien y hasta por mil, de los católicos más comprometidos con su Iglesia, sepan quien es la persona encargada en la diócesis de esos ministerios. Yo confieso que no tengo ni idea.
Por los motivos que fueren, ciertos o no tanto, la autoridad diocesana pensó que no eran las personas adecuadas para representarla en esa actividad eclesial. Y sabiendo algo del cabecilla de la protesta, cura permanentemente contestatario y que ahora, con sus ochenta años, sigue igual de rebelde que cuando tenía cuarenta, entiendo perfectamente la decisión de la autoridad diocesana. Que se limitó a decir que a partir de una fecha esas personas no tienen la menor representación eclesial para acudir a la cárcel en nombre de la Iglesia. No es que se les prohibiera o impidiera acudir sino que si lo hicieren sería en nombre propio y agenciándose ellos las oportunas autorizaciones.
Tan elemental medida indignó a loa afectados que protestaron airadamente en la prensa local y en alguna página digital afín. Todo en medio de la indiferencia general. Al público le traía sin cuidado que esas personas fueran a visitar a los presos, a escanciar sidra o a comerse una fabes. El arzobispo permanecía impasible ante las protestas, su delegado para esa pastoral, lo mismo, y la vida en la archidiócesis seguía exactamente igual. Como si nada hubiera ocurrido. Y es que verdaderamente no había pasado nada.
Que era lo que tenía de los nervios a los protagonistas. Que ahora escriben al Papa contándole su caso. Al principio se hablaba de 35 defenestrados pero la carta al Papa la firman sólo cuatro. El cura Vilabrille, una hija de la Caridad, una cooperadora salesiana y una médico. ¿Qué fue de los 31 restantes? ¿S han quedado por el camino? ¿Sus nombre no dicen nada?
Es de suponer que si el Papa no lees contesta o si lo hace es recomendándoles ajo y agua, se termine du una vez esta murga penitenciaria que aburre hasta las mismas vaques.
