En un momento de la historia eclesial marcado por debates sinodales, redefiniciones pastorales y una Iglesia cada vez más preocupada por las cuestiones sociopolíticas del mundo, acaba de publicarse un estudio académico que arroja luz —y sombra— sobre uno de los pilares sacramentales de la fe católica: la confesión. Se trata de For I Have Sinned. The Rise and Fall of Catholic Confession in America, editado por Harvard University Press y escrito por el historiador James M. O’Toole, profesor en Boston College. No es un panfleto apologético ni una denuncia moralista, sino un estudio riguroso, histórico y devastadoramente claro: la práctica de la confesión ha desaparecido de la vida habitual de los católicos.
De rito cotidiano a costumbre abandonada
El libro arranca con una escena nostálgica y simbólica: un niño entrando en una iglesia vacía para confesarse. O’Toole no idealiza, pero retrata con precisión una época —la primera mitad del siglo XX— en la que confesarse era un acto habitual incluso para los católicos poco practicantes. No era necesario ser especialmente devoto para arrodillarse ante el sacerdote, reconocer los pecados, recibir la penitencia y salir con la certeza de estar en gracia.
Desde ahí, el autor reconstruye la historia del auge y colapso de la confesión en Estados Unidos, aunque el fenómeno es claramente extrapolable a buena parte del mundo occidental. A través de archivos, estadísticas parroquiales, testimonios y materiales catequéticos, demuestra cómo el sacramento de la penitencia ha pasado de ser el signo distintivo del católico practicante a una práctica marginal, relegada a unos pocos fieles especialmente sensibles o conservadores.
El cambio no comenzó con el Concilio Vaticano II, pero se aceleró en los años 70. Según O’Toole, la confesión empezó a parecer irrelevante, rutinaria o incómoda. Los fieles repetían pecados insignificantes. Muchos dejaron de creer que fueran realmente pecados. La moral católica fue desplazada por una ética personal subjetiva, a menudo informada por la psicología moderna. El pecado mortal fue sustituido por el malestar emocional. Y la confesión, simplemente, se esfumó.
El gran silencio de la Iglesia
La desaparición de la confesión es, para O’Toole, el mayor cambio en la vida católica de los últimos 70 años, por encima incluso de la reforma litúrgica o del impacto de los escándalos. Sin embargo, resulta sorprendente —y escandaloso— que este fenómeno apenas reciba atención por parte de los pastores y teólogos contemporáneos. En medio de interminables sínodos sobre sinodalidad, documentos sobre la ecología integral o nuevas estructuras de escucha, nadie parece preguntarse por qué los católicos han dejado de confesar sus pecados.
Y, sin embargo, lo que está en juego es esencial. Si la confesión desaparece, desaparece la gracia. Si los fieles no se confiesan, comulgan en pecado mortal. Si la comunión deja de ser alimento de salvación y se convierte en gesto social, la Iglesia deja de ser camino al cielo. Todo pierde sentido. Una Iglesia que no conduce a la salvación de las almas no tiene ninguna razón de ser.
Los datos lo confirman: el informe de Pew Research
Este colapso no es solo una intuición teológica o un análisis cultural. Como ya informó Infovaticana, el estudio del Pew Research Center en EE.UU. revela que menos del 5% de los católicos se confiesa con regularidad, y que más del 77 % no se confiesa nunca o casi nunca. Incluso entre los que asisten a misa semanalmente, la mayoría no acude a la confesión ni una vez al año, incumpliendo un precepto básico de ma vida católica.
Recuperar la confesión, gran reto olvidado
El diagnóstico de James O’Toole es tan honesto como pesimista: la confesión no volverá a ser lo que fue. Pero como católicos, no podemos resignarnos. El sacramento de la penitencia no es una práctica opcional ni un gesto cultural anticuado: es la vía ordinaria de reconciliación con Dios. Si queremos recuperar la gracia, la santidad y el sentido mismo de la Iglesia, debemos recuperar la confesión.
Habrá que formar, predicar, invitar, y sobre todo, dar ejemplo. Pero es uno de los grandes retos pastorales y espirituales de nuestro tiempo. Aunque no sepamos si entra dentro de las prioridades “sinodales”, sí sabemos que toca el corazón del Evangelio, que es una necesidad vital para la salvación y para encontrar el sentido profundo de la vida como católicos.
