Saludo
(Oración para todos los días)
Oh María, Virgen del Carmen, Madre amorosa y cercana, aquí llego sediento de tu abrazo y de tu mirada, buscando en Ti consuelo y fuerza para seguir adelante.
Al cruzar el umbral de tu presencia, me encuentro con tus ojos, esos ojos que miran con ternura infinita y firmeza segura, una mirada que alienta y sostiene cuando la vida se vuelve tormenta, una luz serena que disipa las sombras del desaliento.
Con espíritu alegre y humilde, me acerco a saludarte, con el gozo sencillo de quien ha hallado un refugio verdadero. Es un encuentro de confianza plena, de fe sin reservas, de esperanza viva que no se apaga ni ante la prueba más dura.
La ilusión se renueva en mi corazón porque sé que soy tu hijo, y el ánimo crece porque en tu corazón inmaculado está la promesa de un amor que no falla, de una protección constante, de una guía firme hacia la cima donde Cristo, el Monte de la perfección, nos espera para darnos la vida plena.
Madre y Capitana del Escapulario, que proteges a tus cruzados y guías la barquichuela de nuestra vida, cúbreme con tu capa blanca, ciérrame por dentro para que ningún temor ni sombra pueda alejarme de Ti, acompaña cada paso, ilumina cada decisión, y lleva mi corazón hasta la alegría eterna que solo en tu Hijo se encuentra.
Oh estrella de los mares, refugio de los navegantes, sé mi faro en las noches de tormenta, guía firme que conduce a la paz del puerto seguro.
Día 9
Al ver la casa de san Juan como tu único asilo, y a Zebedeo su hijo reemplazar a tu Jesús… Es este ya el último detalle que nos da el Evangelio, de la Virgen María no vuelve ya a hablar más.
Pero, Madre querida, su silencio profundo ¿acaso no revela que el Verbo eterno -él mismo- cantar quiere de tu vida los íntimos secretos, para gozosa gloria de tus hijos, los santos moradores de la patria del cielo?
Yo escucharé muy pronto esa dulce armonía, iré muy pronto a verte en el hermoso cielo. Tú que viniste a sonreírme, Madre, en la suave mañana de mi vida, ven otra vez a sonreírme ahora…, pues ha llegado ya de mi vida la tarde.
No temo el resplandor de tu gloria suprema, he sufrido contigo, y ahora quiero cantar en tus rodillas, Virgen, por qué te amo ¡y repetir por siempre y para siempre que yo soy hija tuya…!
Oración-meditación
Oh Madre Sacratísima, Torre de David y Abogada nuestra, cuando el Evangelio calla sobre tu vida, te escuchamos en el silencio del alma y la fe.
En tu mirada, que siempre nos sonríe, encontramos esperanza para los días difíciles, y la fuerza para ser fieles hasta el fin.
Virgen del Carmen, Reina y Hermosura del Monte Carmelo, permítenos en la tarde de nuestra vida confiar plenamente en tu amor maternal, y vivir siempre bajo tu capa blanca, hasta que por fin podamos gozar contigo en el cielo.
Amén.
Por: Pbro. Alberto José Glez. Chaves
