El Confidencial ha descubierto la última frontera del sacramentalismo posmoderno: el bautizo civil. Sí, civil. Con agua, sí, pero sin gracia. Con padrinos, pero sin fe. Con discursos sobre los derechos del niño, pero sin renuncia a Satanás. Todo muy íntimo, muy emotivo, muy constitucional.
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¿Y para qué sirve? Para nada. Bueno, para tener fotos bonitas, pagarle 3.000 euros a una oficiante con incienso budista, y que el concejal lea un artículo de la Constitución mientras rocían al niño con lo que haya —agua de mar, de Ibiza, de Vichy Catalán, lo que toque—. Y de paso, te evitas el engorro de hablar con un cura, confirmar a la madrina o recibir un sacramento. Porque lo que importa hoy es la puesta en escena.
Nancy Barbuzano, que lleva años en el negocio de las emociones bien decoradas, organiza bautizos con los cuatro elementos. Dos padrinos por cada elemento. Ocho padrinos. Una especie de akelarre para bebés. A veces con yoga, a veces con budismo, a veces con lo que los padres hayan visto en Pinterest. No hay pecado original, pero sí catering.
Lo mejor es que el agua sigue siendo esencial. Porque aunque hayan quitado a Cristo, a la Trinidad y al diablo, hay que mojar al niño. Aunque sea con un cuenco de diseño. Aunque no signifique nada. Porque el rito sin contenido todavía seduce, como un cascarón vacío con luces LED.
Y mientras tanto, la Iglesia exige cosas. Que el padrino esté confirmado. Que entienda lo que es el bautismo. Que no venga a hacerse la foto sin fe ni propósito. Y eso, claro, es demasiado para algunos. Mejor pagar a una empresa, alquilar un local, contratar a un oficiante laico y salir en Instagram. Total, Dios ya no es trending topic.
Pero por si alguien todavía tiene interés en saber qué es de verdad el bautismo: es el sacramento por el que Dios te hace hijo suyo. No del Estado. No del PSOE. No del universo cuántico. De Dios. Es el comienzo de la vida cristiana, el perdón del pecado original, la entrada en la Iglesia. No es una presentación social, es una regeneración sobrenatural.
Lo que se está haciendo con estos “bautizos civiles” no es otra cosa que copiar lo externo y vaciarlo por dentro. Como si uno hiciera una boda sin matrimonio, una misa sin fe, una confesión con terapeuta. El envoltorio se conserva, pero el contenido se reemplaza por sentimentalismo y superstición. Agua hay. Gracia no.
Y no, no te hace hijo de Dios. Te hace, como mucho, hijo de la época.
