Reforma divina: el legado olvidado de John Colet

Retrato de John Colet, teólogo y reformador católico inglés del siglo XVI.

Por Francis X. Maier

Me fascina la historia porque es una gran maestra. Y hablo mucho de la Reforma porque, aunque nuestro mundo y el de aquella época son muy distintos, también comparten similitudes sorprendentes: inestabilidad política y social, grandes cambios tecnológicos que transforman cómo aprendemos, pensamos, nos comunicamos, trabajamos y creemos, y una Iglesia marcada por la ambigüedad y los conflictos internos. Nombres como Tomás Moro, Juan Fisher y Erasmo son ampliamente conocidos. John Colet, sacerdote y erudito, apenas se recuerda. Pero quiero centrarme en él porque su amor por la Iglesia y su misión habla directamente a nuestra época.

Colet nació en Inglaterra en 1467. A mediados del siglo XV se vivía el caos de tres papas simultáneos y en competencia. El siglo estuvo marcado por conflictos políticos encarnizados. Y concluyó con un papado renacentista corrupto.

Colet fue ordenado sacerdote a finales de la década de 1490. Inició su ministerio durante el pontificado de Alejandro VI (Rodrigo Borgia), uno de los peores Papas de los 2.000 años de historia. Nada de esto lo alejó de la Iglesia. Pero sí lo enfurecía, como a Cristo los mercaderes del templo. Busca en Google «John Colet, sermón de 1512» y encontrarás una homilía dirigida a los líderes eclesiásticos ingleses pocos años antes de que Lutero publicara sus 95 tesis. Cinco siglos después, sigue siendo una denuncia impresionante de la corrupción, la ambición, la codicia y la indiferencia entre los prelados, y un clamor ardiente por la reforma eclesial urgente. Nadie escuchó.

Colet murió en 1519, justo cuando Lutero cobraba impulso en Alemania. Por eso algunos lo describen como un proto-protestante. Pero los hechos no respaldan eso. Fue amigo de Moro y Fisher, y tuvo una enorme influencia sobre Erasmo. Valoraba profundamente su sacerdocio y creía firmemente que el clero, a pesar de sus debilidades humanas, era absolutamente necesario para la misión salvadora de la Iglesia. No quería redefinir doctrinas ni sacramentos. Fue un hombre de humildad, fidelidad y continuidad católica.

Hasta aquí, algo de contexto. Pero he mencionado a Colet por una razón más profunda.

Tenía un amor constante por la claridad y el fervor de san Pablo. En 1497, con apenas 30 años, dio una serie de conferencias en Oxford sobre la Epístola a los Romanos. Sus exposiciones conservan una fuerza notable. Hablan directamente a nosotros, aquí y ahora.

Y esta es la razón: la Roma que san Pablo describe en los primeros capítulos de Romanos es extrañamente familiar. Repleta de maldad, confusión sexual, vanidad y contienda. Pablo escribió a la Iglesia naciente en Roma con un propósito sencillo: ¿Cómo debe vivir un cristiano en una ciudad pagana, capital de un imperio pagano? Roma era entonces una potencia mundial dominante, como lo es hoy Estados Unidos. Muchos romanos del siglo I veían el cristianismo como una superstición peligrosa. Algunos lo consideraban una amenaza al orden y al bien común. Y si creemos que nuestros líderes políticos son decepcionantes, los cristianos de Roma tenían a Nerón.

Colet hizo una amplia exposición de la carta paulina ante el público de Oxford. Pero dos ideas son especialmente valiosas para nuestra reflexión de hoy.

Primero, tanto para san Pablo como para John Colet, hemos de vivir y actuar donde Dios nos ha colocado, en las condiciones de nuestro tiempo. No podemos escondernos ni aislarnos de la realidad. Estamos inmersos en el mundo y debemos afrontarlo. Los cristianos deben dar ejemplo de buena voluntad, discreción, servicio y caridad, incluso con sus enemigos, por el bien del mundo incrédulo que los rodea.

Segundo, y aquí cito directamente a Colet:

De la moderación, el orden y el amor brota toda la belleza de las cosas». Y añade: «Esto es lo que san Pablo exige aquí: que [los cristianos de Roma] se transformen con un nuevo modo de pensar y juzgar las cosas; que lo prueben y manifiesten por sus obras… aquello que es bueno, perfecto y agradable a Dios, en vez de a sí mismos».

Segundo Colet tenía una especial predilección por Romanos 12,2:

No os conforméis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestro entendimiento, para que discernáis cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto

.

El corazón del testimonio de John Colet, en una época de confusión generalizada y corrupción profunda, fue el llamado al arrepentimiento, la conversión del corazón y una vida cuyas elecciones y actos reflejen el amor de Dios y la verdad del Evangelio. Para él, esa era la única fuente de reforma duradera, la única respuesta a las crisis de su tiempo, y la tarea esencial de una «reforma divina» de la Iglesia y el mundo, que comienza en el encuentro personal con los fundamentos de la fe cristiana. Y lo mismo se aplica hoy.

No queremos escuchar eso. Lo «personal» suena demasiado pequeño, lento y piadoso. Los estadounidenses pensamos compulsivamente en grande. Está en nuestro ADN. Queremos planes, políticas, programas, comités; la maquinaria que hace que las cosas pasen. Y claro que todo eso tiene su lugar.

Pero lo que hace que expresiones como «conversión personal» o «justicia personal» parezcan irrelevantes frente a los Grandes Temas de la Iglesia y la vida nacional, es que nadie quiere tomárselas en serio. Y no lo hacemos –yo no lo hago– porque es difícil. Es durísimo examinarse y decirse la verdad; reconocer sinceramente nuestros pecados y odios; arrepentirse y convertirse; perdonar precisamente a quienes más nos irritan con sus ideas y conductas.

Y sin embargo… esa es la tarea que tenemos por delante si no queremos mentir cuando rezamos.

Sobre el autor:

Francis X. Maier es investigador principal en estudios católicos en el Ethics and Public Policy Center. Es autor de True Confessions: Voices of Faith from a Life in the Church.