«(…) No, no vaya a ser que, al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad que crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega les diré a los segadores: “Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla; el trigo, en cambio, almacenadlo en mi granero”» (Mt 13, 29-30)
Una maravillosa síntesis del Plan de Dios. El hombre introdujo el mal en el mundo con el pecado original, y el mal pasó a formar parte de él. Dios quiere destruir el mal, pero no puede hacerlo sin destruir también la esencia de Su imagen en el hombre, que es su libre albedrío; en definitiva, sin destruir también al hombre como tal.
Por eso Dios permite que el trigo y la cizaña crezcan juntos en el corazón del hombre, al que proporciona, respetando su libertad, todo cuanto necesita – incluso Su propio Hijo – para que sea capaz de realizar progresivamente por sí mismo esa separación. Dios le concede un tiempo, transcurrido el cual enviará a los segadores, que separarán definitivamente el trigo de la cizaña.
La cizaña será arrojada a la hoguera, y con ella todos cuantos hayan convertido en cizaña su corazón, tras haber despreciado incluso el Sacrificio del Hijo.
Ese es el Plan de Dios, la separación progresiva del bien y el mal, la progresiva puesta de manifiesto e identificación del mal que ahora está mezclado con el bien, de tal forma que pueda producirse la ‘gran separación’, porque el Plan de Dios consiste finalmente en la destrucción del mal para que todo sea uno en el Uno.
A nosotros nos corresponde contribuir al avance de ese Plan identificando y separando el mal en cada uno de los aspectos de nuestra vida individual y comunitaria. Es una responsabilidad personal y colectiva.
La Gran Separación según Savini y Ratzinger
En su libro L’ultimo Anticristo, Armando Savini nos propone una interesante reflexión con el título La Gran Separación, haciendo a su vez referencia al libro-entrevista de Peter Seewald Benedetto XVI. Una vita.
En él, el Papa Ratzinger se refiere a la influencia de Ticonio y su Liber Regularum, y al de Giorgio Agamben Il mistero del male. Benedetto XVI e la fine dei tempi. Me permito extractar a continuación algunos párrafos e ideas significativas como base del posterior razonamiento:
Ticonio fue un teólogo donatista, casi contemporáneo de San Agustín, a quien Ratzinger consideraba un gran teólogo, que “vio reflejarse en el Apocalipsis el misterio de la Iglesia. Ticonio había llegado a la convicción de que la Iglesia es un cuerpo bipartito: una parte – dice – pertenece a Cristo, pero hay otra parte de la Iglesia que pertenece al diablo” (extracto de Seewald).
“Que la tesis de Ticonio, definido como un ‘gran teólogo’, reciba ahora la sanción del obispo de Roma, no es algo indiferente. Y lo que está en cuestión no es solamente la tesis del cuerpo bipartito de la Iglesia, sino también y principalmente sus implicaciones escatológicas, es decir, la ‘gran discessio’, la gran separación entre los malvados y los fieles – entre la Iglesia como cuerpo del Anticristo y la Iglesia como cuerpo de Cristo – que debe producirse en el fin de los tiempos (…)
Benedicto XVI sabe que esa separación puede y debe suceder únicamente en el momento de la segunda venida de Cristo, que es precisamente lo que la bipartición del cuerpo de la Iglesia, actuando como katechon, parece destinada a retardar (…)
Ya al final del siglo IV existía una escuela de pensamiento que veía en la Iglesia romana, más precisamente en el carácter bipartito de su cuerpo, la causa del retraso de la parusía. Eso significa, en el caso de la separación entre los dos lados del cuerpo de la Iglesia, que la ‘gran discessio’ (…) no es sólo un acontecimiento futuro (…), sino más bien algo que debe orientar qui e ora la conducta de todo cristiano y, en primer lugar, del pontífice.
Situado en este contexto que le es propio, el ‘gran rechazo’ de Benedicto XVI (…) recuerda (…) que no es posible que la Iglesia sobreviva si remite pasivamente al fin de los tiempos la solución del conflicto que destruye el ‘cuerpo bipartito’” (extracto de Agamben).
Según esta tesis de Ratzinger, es la pervivencia en la Iglesia de ese cuerpo bipartito lo que retrasa la segunda venida de Cristo. O, lo que es lo mismo, que el cumplimiento del Plan de Dios requiere identificar y expulsar de la Iglesia a ese “cuerpo del Anticristo”.
Esto probablemente conduciría a la sucesión de eventos que deben preceder a la parusía: el reino del Anticristo, la persecución, pasión y “muerte” de la Iglesia previa a su resurrección gloriosa, y la purificación-destrucción final del mal en el Juicio Final.
Es una perspectiva humanamente ingrata, ¿pero acaso no debe pasar el cuerpo por donde pasó la Cabeza?
Leemos en los Cuadernos de 1943 de Maria Valtorta: “Debe suceder que la Iglesia sufra cuanto sufrió su Creador antes de morir para resucitar de forma eterna. Debe suceder que la Iglesia sufra mucho más tiempo, porque la Iglesia no es, ni lo son sus miembros, perfecta como su Creador, y si Yo sufrí durante horas, ella debe sufrir durante semanas y semanas de horas”.
Proximidad de la Parusía y Profecías
¿Y qué tiene que ver todo ello con nosotros, con nuestro tiempo? ¿Estamos acaso tan cerca de la parusía que debamos sentirnos directamente concernidos? El debate está en el ambiente, y diversas figuras punteras de la Iglesia, como Juan Pablo II y Benedicto XVI, así lo consideran.
Fátima habla de un periodo futuro de paz, anterior, por tanto, a la parusía:
«Si atienden mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones de la Iglesia: los buenos serán martirizados; el Santo Padre tendrá que sufrir mucho; varias naciones serán aniquiladas. Al final, Mi Inmaculado Corazón Triunfará. El Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal el dogma de la fe se conservará siempre» (Cova da Iria, 13 de julio de 1917)
Apocalipsis 20 habla de un “milenio” durante el cual Satán permanece encerrado, antes de su liberación definitiva para la batalla final:
“Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años, y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo.” (Ap 20, 1-3)
“Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar.” (Ap 20, 7-8)
Interpretaciones del Milenio: Agustiniana vs. Milenarismo Atenuado
¿Es ese “tiempo de paz” anunciado en Fátima el “milenio” del que habla Apocalipsis 20, o, por el contrario, corresponde ese “milenio” a un tiempo ya pasado o al tiempo que estamos viviendo, y que precederá, por tanto, inmediatamente – “cuando los mil años se cumplan” – al proceso que conducirá a la parusía?
Asistimos en este momento a dos interpretaciones opuestas de Apocalipsis 20. Una interpretación extendida, que podría tal vez calificarse de milenarismo atenuado, considera que, efectivamente, el triunfo anunciado del Corazón Inmaculado de María, tras un periodo de convulsiones y sufrimiento en el que el mundo será purificado, dará paso a lo que se ha dado en llamar “Reino Eucarístico de Cristo en la Tierra”.
Un periodo en el que, sin la presencia física de Cristo – por tanto, sin que se haya producido la parusía – el mundo será fiel a la Ley de Dios y vivirá en armonía. Hasta que, habiéndose adueñado de nuevo el mal del corazón del hombre, sobrevenga la gran apostasía, el reino del último anticristo y el Juicio Final.
Antes de ese Triunfo mariano se producirían previsiblemente acontecimientos que guardarían una relación de analogía con los que deben preceder inmediatamente a la parusía. Por lo que aparecería tal vez un anticristo (no el último) tras una apostasía general (no la última), una persecución a la Iglesia y finalmente una purificación del mundo que expulsaría de él gran parte del mal.
Esto haría posible ese “Reino Eucarístico”. Según esta interpretación, el milenio pertenecería al futuro.
La interpretación opuesta, que podemos llamar agustiniana, pues se basa fundamentalmente en la escatología de San Agustín, expresada especialmente en las Dos Ciudades, considera que la atadura durante mil años de Satán tiene lugar en el momento de la muerte y resurrección de Cristo.
Puesto que su propósito es permitir la predicación y difusión del Evangelio a todas las naciones, el milenio sería ya parte del pasado o, en una interpretación no literal del concepto “mil años”, su final correspondería a nuestro tiempo:
“El diablo, pues, es atado y encerrado en el abismo para no seducir a las naciones que se han unido a la Iglesia, y a las que sedujo antes de que la Iglesia existiera (…) Ahora bien, el diablo fue atado de esa manera, no sólo cuando la Iglesia comenzó a extenderse más y más entre las naciones más allá de Judea, sino que está y estará atado hasta el fin del mundo, cuando será desatado” (Ciudad de Dios XX:7-8).
San Agustín sitúa el periodo de liberación de Satán al final del milenio, y debe ser incluido dentro del propio milenio y no tras él:
“Y cuando se cumplan los mil años, Satanás será liberado de su prisión, y saldrá a seducir a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, Gog y Magog, y las atraerá a la batalla, cuyo número es como la arena del mar (…) Y las palabras ‘saldrá a engañar’ significan que pasará del odio acechante a la persecución abierta. Porque esta persecución, que tendrá lugar mientras el juicio final es inminente, será la última que soportará la santa Iglesia en todo el mundo, siendo toda la ciudad de Cristo asaltada por toda la ciudad del diablo, tal como cada una existe en la tierra”. (Ciudad de Dios XX:11)
Parece evidente la incompatibilidad de ambas interpretaciones: o vivimos en el milenio o en sus postrimerías, Satán ha sido ya liberado (lo que concordaría con la visión de León XIII relativa a los 100 años en que le es concedido al diablo un poder casi ilimitado) y es inminente la aparición del anticristo y la persecución de la Iglesia.
O bien el milenio es parte de un futuro que se iniciará con el triunfo del Corazón Inmaculado de María.
En cualquier caso, y como afirma Benedicto en su entrevista con Seewald, “la ‘gran discessio’ (…) no es sólo un acontecimiento futuro (…), sino más bien algo que debe orientar ‘qui e ora’ la conducta de todo cristiano y, en primer lugar, del pontífice”.
Acabamos de recibir a un nuevo pontífice. ¿Será capaz de comprender el mensaje de su antecesor? Si lo hace, el trabajo que le espera es hercúleo. Oremos para que sea capaz de llevarlo adelante.
