A una semana del cónclave crece la polarización

A una semana del cónclave crece la polarización

 

Roma, miércoles 30 de abril. A una semana exacta del comienzo del cónclave, y con una nueva jornada de congregaciones generales concluida, puede decirse sin ambages que hoy ha cambiado el tono.

Hasta ahora, lo que se respiraba por aquí era una paz tensa. Una tregua de silencios y sonrisas discretas, donde los cardenales más alineados con el pontificado saliente —visiblemente avergonzados— se mantenían al margen, procurando no llamar la atención. Pero ese equilibrio artificial ha estallado. La polarización ya es abierta, y lo que hasta hace unos días eran conversaciones discretas, hoy se ha traducido en alineamientos tangibles.

Han emergido dos bloques. No oficiales, por supuesto, pero sí claramente perceptibles. Dos modos de ver la Iglesia, de concebir el papado, de imaginar el futuro. Uno que busca continuidad con el pontificado anterior, con todo lo que eso implica; otro que reclama un giro radical en materia doctrinal, disciplinaria y pastoral. No son simplemente dos sensibilidades: son dos proyectos eclesiales en conflicto.

El día de hoy ha servido, además, para medir fuerzas y explorar los márgenes de bloqueo. Y lo que ha quedado claro es que ninguno de los dos bloques cuenta con la masa crítica suficiente para vetar al otro. Ni los reformistas pueden imponer con facilidad su candidato, ni los restauradores tienen los votos para cerrarle el paso. La tercera fuerza, la gran masa de cardenales indiferentes a las cuestiones doctrinales y teológicas, mantiene el equilibrio en un limbo de oportunismo, desinterés o puro cálculo geopolítico.

Está todo abierto. Completamente. Desde Sarah hasta Hollerich.

Los nombres que hace una semana parecían inverosímiles hoy circulan con naturalidad en las sobremesas y paseos por los jardines vaticanos. Hay quienes apuestan por una solución de compromiso. Otros creen que solo una figura fuerte podrá desbloquear la situación. Y, como siempre, no faltan quienes siguen esperando que algún cardenal “de paso” acabe convertido en Pedro.

Queda una semana. Y puede pasar de todo.

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