El Papa reacciona a Trump nombrando al heterodoxo McElroy para Washington

Cardenal McElroy

Dicen que la vejez trae consigo la serenidad, pero parece que en Santa Marta no ha llegado el memo. Con la reciente victoria de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos, no ha pasado ni un respiro para que el Papa haya salido al escenario con su habitual dosis de vendetta ideológica, empaquetada en el flamante nombramiento de otro heterodoxo de manual.

Uno de esos que hacen que uno se pregunte si el Dicasterio para la Doctrina de la Fe ha cambiado sus manuales por panfletos del Foro de São Paulo.

El elegido en cuestión es el cardenal Robert McElroy, un conocido clérigo de izquierdas, defensor a ultranza de causas que encajan perfectamente con el club de las ONGs bien financiadas y los hashtags de moda. Porque, claro, ¿qué mejor forma de responder a la sacudida de Trump que dejar claro que, en Roma, la victoria se combate con más ideología progresista? Es casi entrañable. Como un abuelo al que le han quitado las cartas y patalea sobre la mesa. Solo que aquí el abuelo firma decretos y mueve piezas que repercuten en la vida de millones de fieles.

¿Una casualidad? No lo parece

Si uno repasa los tiempos y las formas, cuesta no levantar una ceja. La victoria de Trump ha supuesto un golpe monumental al discurso globalista que ha dominado las últimas dos décadas. Y mientras los obispos americanos más afines al «mandato de vida y libertad» celebran discretamente, Francisco decide contraatacar como solo él sabe: con un nombramiento que no busca tanto el bien de la Iglesia como apaciguar sus propias frustraciones. Porque ¿qué mejor manera de dar un «portazo simbólico» al bloque conservador que colocar a un izquierdista de manual al frente de una diócesis estratégica?

La paradoja del pontífice rebelde

Aquí es donde el espectáculo roza lo absurdo: un Papa que se ha convertido en el «outsider» de sí mismo. El mismo que se emociona con discursos sobre la paz y el diálogo, pero que cuando la realidad no se ajusta a su hoja de ruta, reacciona con la sutileza de un elefante en una cristalería. Le duele tanto ver el triunfo de un «hombre naranja» con rosario en mano, que su única respuesta es construir una Iglesia paralela, más preocupada por los aplausos de la prensa que por la misión de salvar almas.

La Iglesia, rehén de las emociones

Es triste. Sí, triste. Porque mientras el Papa sigue en su cruzada contra los que no piensan como él, la Iglesia pierde credibilidad y autoridad. Ya no se trata de un simple nombramiento más o menos acertado. Se trata de un patrón: cada vez que la realidad le juega una mala pasada, vemos un movimiento reactivo, infantil casi, para contrarrestar el golpe. Como si la cúpula eclesial fuese un tablero donde ajustar cuentas personales en lugar de un faro de esperanza y verdad.

Pero mientras Trump sigue brindando con un café en su oficina, al otro lado del océano el Papa ve como el mundo se le escapa entre los dedos. Y su única respuesta es gritarle a la marea con nombramientos cargados de ideología.

¿El problema? Que las pataletas nunca cambian el rumbo de la historia. Y el mundo sigue adelante, aunque el anciano que habita en Roma no pueda soportarlo