Monseñor Fernández y la curva de aprendizaje

Monseñor Fernández y la curva de aprendizaje

(George Weigel/First Things)-“El Papa Francisco acaba de dar al Vaticano su Ratzinger”, declaraba un titular el pasado 2 de julio; «El Papa Francisco encuentra a su Ratzinger», anunciaba otro, cuatro días después. Ambas rápidas evaluaciones del nombramiento del arzobispo argentino Víctor Manuel Fernández como prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe eran erróneas.

El arzobispo Fernández no es Joseph Ratzinger ni en peso teológico (algo que el propio Fernández reconoció implícitamente en una de sus entrevistas posteriores al nombramiento) ni en su relación con el Papa al que servirá.

Respecto a este último punto: Juan Pablo II no convirtió a Joseph Ratzinger en una gran figura de la Iglesia mundial; Ratzinger, uno de los teólogos más importantes del Concilio Vaticano II, era ya un influyente eclesiástico a nivel mundial mucho antes de que el Papa polaco lo nombrara prefecto de la entonces llamada Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF). La carrera del arzobispo Fernández, sin embargo, ha sido casi enteramente una creación del Papa Francisco. Como arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio nombró a Fernández rector de la Universidad Católica Argentina (a pesar de las objeciones de la CDF y de la Congregación para la Educación Católica), y una vez que llegó a Roma, el «Papa Bergoglio» (como lo llaman los italianos) empleó a su protegido en diversas funciones.

Tampoco aquí las relaciones intelectuales son simétricas. Juan Pablo II y Joseph Ratzinger colaboraron estrechamente durante un cuarto de siglo. Pero sus formas de pensar no eran en absoluto idénticas y discreparon (sin acritud) en varios momentos clave, como expliqué en mi libro Testigo de la esperanza. Además, ambos tenían visiones muy distintas de la modernidad tardía: Juan Pablo II era más bien optimista sobre las perspectivas del mundo posterior a la Guerra Fría; Ratzinger tendía a pensar en la destrucción de la cultura católica bávara de su juventud como un anticipo de las perturbaciones que se avecinaban para todo Occidente. En cambio, es difícil detectar un centímetro de distancia entre el pensamiento del Papa Francisco y el arzobispo Fernández, entre otras cosas porque el más joven parece haber sido guionista y amanuense de su patrón.

Cuando Joseph Ratzinger se convirtió en el principal asesor doctrinal del Papa, era uno de los hombres más eruditos del mundo, profundamente versado en estudios bíblicos, filosofía, historia y teoría política, así como en las diversas subdisciplinas de la teología. El arzobispo Fernández es un hombre inteligente, pero nadie podría afirmar que es tan competente, en una gama tan amplia de temas, como lo era Ratzinger. De hecho, en varias de sus (numerosas) entrevistas posteriores a su nombramiento, el arzobispo delató una lamentable falta de familiaridad con la creativa teología moral que se ha desarrollado en la Iglesia desde la encíclica de Juan Pablo II de 1993, Veritatis Splendor (El esplendor de la verdad). En una conversación, por ejemplo, Fernández opinó que, aunque Veritatis Splendor fue un correctivo necesario a ciertas tendencias desfavorables de la teología moral católica postconciliar, la encíclica no había fomentado la creatividad teológica con un impacto pastoral real.

Siento discrepar. La teología moral católica seria y la filosofía moral se han visto vigorizadas en los últimos treinta años por el brillante análisis teológico y pastoral de la vida moral de Juan Pablo II. Mientras el arzobispo Fernández se prepara para asumir sus nuevas funciones en Roma, quizá podría acelerar su curva de aprendizaje familiarizándose con libros tan creativos y posteriores a Veritatis Splendor como Veritatis Splendor and the Renewal of Moral Theology (editado por Joseph Augustine Di Noia, Avery Dulles y Romanus Cessario); La Moral Católica (de Servais Pinckaers); Living the Truth in Love: A Biblical Introduction to Moral Theology (de Benedict Ashley); The Abuse of Conscience: A Century of Catholic Moral Theology (por Matthew Levering); Biomedicine and Beatitude: An Introduction to Catholic Bioethics (por Nicanor Pier Giorgio Austriaco); Aquinas and the Market: Toward a Humane Economy (por Mary Hirschfeld); Good and Evil Actions: A Journey through Saint Thomas Aquinas (por Steven Jensen); Action and Conduct: Thomas Aquinas and the Theory of Action (por Stephen Brock); Cooperation With Evil: Thomistic Tools of Analysis (por Kevin Flannery); Participar en las virtudes de Cristo (por Livio Melina); o The Christian Moral Life (por John Rziha).

Veritatis Splendor sacó de quicio a los teólogos morales católicos light en 1993 por su vigorosa defensa de la interpretación católica clásica de que algunos actos son «intrínsecamente malos» -malos en cualquier circunstancia- y la encíclica ha sido desde entonces un hueso en la garganta del gremio teológico católico establecido. Sería más que trágico que el nuevo prefecto de la Doctrina de la Fe utilizara su cargo para promover la falsa afirmación del gremio de que Veritatis Splendor fue un ejercicio de rechazo papal a favor de un inmovilismo teológico y de la rigidez pastoral.

Ayuda a Infovaticana a seguir informando