Hoy es el santo del Obispo emérito de Roma, Benedicto XVI, de nombre secular Joseph Aloisius Ratzinger. El Papa emérito se ha referido en numerosas ocasiones a san José y en InfoVaticana hemos escogido una de ellas, el discurso que dirigió hace 10 años en los jardines vaticanos.
Era el 5 de julio del año 2010, y el Papa estaba inaugurando una fuente en los jardines vaticanos dedicada al padre adoptivo de Jesús, la cual bendijo. Se trataba de un regalo de la Gobernación del Estado del Vaticano, donde se encontraba en ese momento Carlo María Viganò, a quién el pontífice dio las gracias.
Les dejamos las palabras de Benedicto XVI sobre san José, pronunciadas el 5 de julio de 2010:
«Esta fuente está dedicada a san José, figura querida y cercana al corazón del pueblo de Dios y a mi corazón. Los seis paneles de bronce que la embellecen evocan otros tantos momentos de su vida. Deseo brevemente detenerme sobre ellos. El primer panel respresenta los desposorios entre José y María; es un episodio que reviste gran importancia. José era de la estirpe real de David y, en virtud de su matrimonio con María, conferirá al Hijo de la Virgen – al Hijo de Dios – el título legal de “hijo de David”, cumpliendo así las profecías. El desposorio de José y María es, por ello, un acontecimiento humano, pero determinante en la historia de salvación de la humanidad, en la realización de las promesas de Dios; por ello tiene también una connotación sobrenatural, que los dos protagonistas aceptan con humildad y confianza.
Bien pronto para José llega el momento de la prueba, una prueba comprometida para su fe. Prometido de María, antes de ir a vivir con ella, descubre su misteriosa maternidad y se queda turbado. El evangelista Mateo subraya que, siendo justo, no quería repudiarla, y por tanto decidió despedirla en secreto (cfr Mt 1,19). Pero en sueños – como está representado en el segundo panel – el ángel le hizo comprender que lo que sucedía en María era obra del Espíritu Santo; y José, fiándose de Dios, consiente y coopera en el plano de la salvación. Ciertamente, la intervención divina en su vida no podía no turbar su corazón. Confiarse a Dios no significa ver todo claro según nuestros criterios, no significa realizar lo que hemos proyectado; confiarse a Dios quiere decir vaciarse de sí mismos, renunciar a sí mismos, porque solo quien acepta perderse por Dios puede ser “justo” como san José, es decir, puede conformar su propia voluntad a la de Dios y así realizarse.
El Evangelio, como sabemos, no ha conservado ninguna palabra de José, el cual lleva a cabo su actividad en el silencio. Es el estilo que le caracteriza en toda la existencia, tanto antes de encontrarse frente al misterio de la acción de Dios en su esposa, sea cuando – consciente de este misterio – está junto a María en la Natividad – representada en la tercera imagen. En esa noche santa, en Belén, con María y el Niño, está José, al que el Padre Celestial confió el cuidado cotidiano de su Hijo sobre la tierra, un cuidado llevado a cabo en la humildad y en el silencio.
El cuarto panel reproduce la escena dramática de la Fuga a Egipto para escapar a la violencia homicida de Herodes. José es obligado a dejar su tierra con su familia, de prisa: es otro momento misterioso en su vida; otra prueba en la que se le pide plena fidelidad al designio de Dios.
Después, en los Evangelios, José aparece sólo en otro episodio, cuando se dirige a Jerusalén y vive la angustia de perder al hijo Jesús. San Lucas describe la afanosa búsqueda y la maravilla de encontrarlo en el Templo – como aparece en el quinto panel –, pero aún mayor es el estupor de escuchar las misteriosas palabras: «¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49). Esta doble pregunta del Hijo de Dios nos ayuda a entender el misterio de la paternidad de José. Recordando a sus propios padres la primacía de Aquel a quien llama «Padre mío», Jesús afirma el primado de la voluntad de Dios sobre toda otra voluntad, y revela a José la verdad profunda de su papel: también él está llamado a ser discípulo de Jesús, dedicando su existencia al servicio del Hijo de Dios y de la Virgen Madre, en obediencia al Padre Celestial.
El sexto panel representa el trabajo de José en su taller de Nazaret. Junto a él trabajó Jesús. El Hijo de Dios está escondido a los hombres y sólo María y José custodian su misterio y lo viven cada día: el Verbo encarnado crece como hombre a la sombra de sus padres, pero, al mismo tiempo, estos permanecen, a su vez, escondidos en Cristo, en su misterio, viviendo su vocación.
Queridos hermanos y hermanas, esta bella fuente dedicada a san José constituye un recuerdo simbólico de los valores de la sencillez y de la humildad al llevar a cabo día a día la voluntad de Dios, valores que distinguieron la vida silenciosa, pero preciosa del Custodio del Redentor. A su intercesión confío las esperanzas de la Iglesia y del mundo. Que él, junto a la Virgen María, su esposa, guíe siempre mi camino y el vuestro, para que podamos ser instrumentos gozosos de paz y de salvación».
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez ©Libreria Editrice Vaticana]