¿Coronavirus o paganismo?

¿Coronavirus o paganismo?

«¿Estás listo para morir? ¿Sabes que tu vida acabará un día ya sea por este virus o por otra razón? ¿Sabes que te encontrarás con Dios cara a cara?»

Todo peligro debe ser enfrentado responsablemente, más aún si estamos ante una enfermedad real: un virus que se extiende por el mundo. Poner los medios adecuados será prudente, siempre que no se exagere o se utilice este peligro para intereses personales. El cómo se enfrenta hoy la situación del coronavirus habla mucho de quiénes somos como sociedad: más moderna y preparada, más comunicada y muchas veces más solidaria; también más precavida y con más medios al alcance. Pero a la vez el coronavirus ha mostrado una característica en la sociedad actual: que estamos en una sociedad pagana.

El peligro físico de este virus, que es real, por ahora no es tan extenso, y no sabemos si lo será. Pero el peligro espiritual que ha mostrado si es alto, actual y dramático. La sociedad se preocupa de no contagiarse, de no estar con gente que pueda tener síntomas e incluso de no estar con gente, aislándose, como ha pasado en Italia. Entran en pánico, a veces sin fundamento, y se proveen de agua y otras cosas como si fuese el acabose. Se instalan políticas públicas, comunicados y campamentos médicos; los colegios sacan de sus aulas al niño que presente el menor síntoma de cualquier enfermedad (así no tenga nada que ver con este virus). Algunos medios de comunicación repiten y repiten noticias con no poca exageración teatral, y venden información que la verdad no sé si ayuda o perjudica. Y en el tren de esta actitud entra, lamentablemente, no poca gente de Iglesia que, cual organización gubernamental, dice lo mismo: cuidemos la salud física. Pero ¿Y el alma?

Hay como un horror a pensar en la muerte; hay una ausencia dramática de invitar a la gente a rezarle a Dios para que nos ayude, creyendo que nosotros solos resolveremos el problema. No se invita a tener adoraciones del Santísimo como reparación, o cadenas de confesiones para prepararse ante la muerte, que nos puede llegar a todos de cualquier forma. No se piensa en el juicio final y en tener la vida lista. Se receta mascarillas, jabón y otras cosas, pero no el rosario, el Santísimo y los sacramentos. Y ojo, no se trata de falsas oposiciones: hay que cuidar el cuerpo, pero también el alma. El coronavirus no ha mostrado una sociedad incapaz de cuidarse físicamente, no; lo que ha mostrado es una sociedad pagana, donde Dios no tiene espacio, y que es incapaz de preguntarse por la salvación eterna. Incluso desde la Iglesia. Y esto es lamentable. Y cuestionante.

Esta situación debería hacernos pisar tierra y enseñarnos cuán frágiles somos; mostrarnos que no hay fundamento para la nefasta autosuficiencia que predica a un super hombre que lo puede todo. Debemos aceptarlo: somos débiles y no nos bastamos a nosotros mismos. No somos infalibles ni todopoderosos, y eso necesitamos reflexionarlo. Para ser humildes, y para acudir al auxilio de quien sí puede ayudarnos: Dios. Este virus, que roguemos no se tan nefasto, es una ocasión para volver a Dios. Pero eso no está pasando.

A la vez se muestra cuán acomodados estamos, al punto que nos aterra el sufrimiento; y no lo digo para que tengamos que contagiarnos, sino para salir a buscar al que sufre, tal que está enfermo o padece algo. Buscamos más bien nuestra seguridad a costa de todo. Basta ver el egoísmo que a veces se encuentra uno en los supermercados en gente que «acapara» todos los productos que pueda (sin que haya razón para que los compre) por el presunto miedo de la extinción mundial; claro está, sin pensar en el del costado.

Esperemos este virus pase y se cure, pero en el caso que no ¿Estás listo para morir? ¿Sabes que tu vida acabará un día ya sea por este virus o por otra razón? ¿Sabes que te encontrarás con Dios cara a cara? Pero es lógico, a quien vive sin Dios le aterra la muerte. Y el mundo de hoy que vive sin Dios vive sin la idea de morir. Y sin la urgencia de estar preparados.

Me pregunto ¿No será que ésta es una ocasión «terapéutica» para curarnos del verdadero virus que como sociedad tenemos? San Carlos Borromeo, arzobispo de Milán en el siglo XVI, ante la peste que azotó su ciudad hizo justamente lo opuesto a lo que hoy «se recomienda»: organizó procesiones para clamar al cielo la salud, organizó Misas en las plazas para que todos asistan y promovió el rezo a santos protectores de la salud. Y para que tomasen conciencia los milaneses, les dijo: «Ciudad de Milán, tu grandeza se alzaba hasta los cielos, tus riquezas se extendían hasta los confines del mundo… Repentinamente, viene del Cielo la peste, que es la mano de Dios, y de golpe y porrazo ha sido abatida tu soberbia*» . Y al final de todo sacar una lección para la ciudad: «Él hirió y Él sanó; Él azotó y Él curó; Él empuñó la vara de castigo, y ha ofrecido el báculo de sostén**» .

En cambio en otros lugares se cierran Iglesias, se cancelan misas y otras actividades religiosas; ante ello, en el diario de Cadiz se publicó lo siguiente: «Es una decisión inédita en dos mil años de cristianismo en los que han llovido pestes, cóleras, lepra, catástrofes, hambrunas, guerras y revoluciones; pero siempre hubo misas para consuelo y esperanza de las gentes… Entiendo perfectamente que, desde fuera, se equipare la asistencia a la Santa Misa a cualquier otro evento más o menos multitudinario; pero, desde dentro ¿Olvidamos el valor infinito de Santo Sacrificio?***» . Llama la atención que sean contadas las voces de algunos pocos obispos que 3 se atreven a sacar procesiones con el Santísimo (como el obispo de Tyler, Texas, Mons. Joseph Strickland), o las del episcopado polaco que pidieron aumentar las misas dominicales para que haya menos aglomeración de personas, pero no deje de haber el Sacramento y así todos puedan ir. Por eso el presidente de la Conferencia Episcopal Polaca, Stanisław Gądecki (arzobispo de Poznan), recomendó asumir este virus de una manera diversa: «Es impensable que no recemos en nuestras iglesias». Sin embargo, pareciera que esta voz «contra corriente» no es común hoy, pues encontramos recomendaciones de gente de Iglesia que más pareciera ser un eco de recomendaciones buenas, necesarias y sensatas, pero propia de los gobiernos, dejando de lado el deber primordial que tenemos como Iglesia: acercar a la gente a Dios. Parecería que hay un pavor a decir algo que no sea policialmente correcto (como hablar de la fragilidad, la muerte y de Dios), y más bien pareciera que hay un afán de querer agradar a la tribuna del momento diciendo lo común que todos dicen y que se quiere escuchar. No sería descabellado poner en práctica lo que San Carlos Borromeo indicó a los miembros de la Iglesia en Milán: «Estad dispuestos a abandonar esta vida mostrar y no a las personas asignadas a vuestro cuidado. Caminad entre los que han enfermado debido a la plaga como si fuera un premio; no importa si sólo ganáis un alma para Cristo». La mejor receta para correr del coronavirus y de cualquier mal (sin dejar los adecuados y prudentes cuidados humanos), es correr hacia Cristo.

Estamos ante un virus que hasta ahora ha matado cerca de 4,000 persona; un drama, así fuese un solo fallecido. Sin embargo en un mundo habitado por cerca de 7.500 millones de personas, el porcentaje es ciertamente poco, sabiendo que el 85% de los casos se curan sin siquiera ir al doctor; más aún si vemos que solo en el 2019 en España por gripe murieron 6,300 personas. Hay necesidad entonces de prudencia.

Me pregunto ¿Debo tenerle miedo al coronavirus? Creo que dentro de la prudencia y cuidados razonables que hay que tener, diría que no por ahora. Pero en realidad al virus que sí hay que temerle es al del paganismo, que parece se ha esparcido desde hace tiempo y nos ha contagiado, conduciéndonos a una enfermedad verdaderamente peligrosa: la prescindencia de Dios, que no nos lleva a la muerte física, sino a la muerte eterna. Y para eso hay una sola vacuna: volver a Dios por medio de los sacramentos. Pero hoy el hospital donde se encuentra dicha vacuna, la Iglesia, no pareciera querer tener en todos lados las puertas abiertas. Y eso preocupa.

P. Jean Pierre Teullet Márquez

* San Carlos Borromeo. Memoriale al suo diletto popolo della città e diocesi di Milano. Michele Tini; Roma 1579, pp. 1 28-29. 1

** Idem, p. 81

*** Enrique García-Máiquez. La Santa Misa. Diario de Cadiz.

Ayuda a Infovaticana a seguir informando