Por David Carlin
El proyecto ‘destruyamos al cristianismo’ ha estado en marcha durante más de tres siglos, pero en el último medio siglo los anti-cristianos descubrieron su arma más efectiva.
El proyecto comenzó alrededor de 1700 con la aparición del deísmo como alternativa al cristianismo. Vinieron distintas variedades de Deístas. Algunos (por ejemplo, Voltaire y Tom Paine) detestaban al cristianismo. Otros (por ejemplo, Jefferson y Kant) no lo detestaban. Ellos sólo lo consideraron como un sistema inferior de creencia, un sistema que contenía no sólo algunos principios morales, sino también algunas supersticiones perniciosas. Voltaire trató de destruir al cristianismo (pidiendo la eliminación de «la cosa infame» – Ecraszez l’infame) burlándose de él: ver su Diccionario Filosófico. Él era un hombre muy ingenioso que tenía un alto grado de éxito. Jefferson trató de destruir el cristianismo mostrando al verdadero Jesús – cuando la gente disocie la imagen de Jesús de las supersticiones que los cristianos cuelgan en él (por ejemplo los adornos de un árbol de Navidad). Ver la obra de Jefferson La vida y la moral de Jesús de Nazaret, que es, literalmente, una edición de ‘cortar y pegar’ del Nuevo Testamento.
Los ataques de este tipo causaron que varias personas deserten del cristianismo, aunque no la mayoría. Para ser afectado por los ataques de este tipo había que leer libros y leerlos con algo de atención. En otras palabras, había que ser un intelectual o un semi-intelectual.
En la segunda mitad de la década de 1800 llegó otro gran ataque al cristianismo. Esta vez los anticristianos utilizaban la teoría de Darwin de la evolución biológica, la filosofía del agnosticismo de Spencer, y la «alta crítica» alemana de la Biblia que golpearon la vieja religión. Una vez más, se trataba de un ataque intelectual, que apelaba a las personas que leían libros y artículos de revistas. Sin embargo, gracias al gran crecimiento de la prosperidad económica durante el siglo XIX, el mundo tuvo muchos más intelectuales y semi-intelectuales de lo que tenía cien años atrás. Y por eso este ataque del fin de siècle produjo un gran número de deserciones de la antigua religión. Sin embargo, el cristianismo sigue siendo, por lejos, el sistema de creencias dominante en el mundo europeo-americano.
Un subproducto de este ataque de la época victoriana fue el protestantismo liberal, que creía que estaba adaptando al cristianismo para que sea más aceptable para el hombre moderno, lo que llevó en los primeros sesenta años del siglo XX a un gran número de deserciones del protestantismo clásico. Si uno fuese un protestante liberal podría ir cediendo poco a poco, artículo tras artículo, del credo cristiano tradicional (tales artículos como el nacimiento virginal, la divinidad de Cristo, de la Expiación y la Resurrección ) sin dejar de llamarse cristiano, y aun creyendo honestamente que lo sigue siendo. (Otro subproducto liberal fue el modernismo católico, pero este murió efectivamente en su cuna en manos del Papa Pío X.)
El mayor golpe contra el cristianismo, sin embargo, el golpe que parece ser un gran éxito en la reducción del cristianismo a la condición de minoría en el mundo europeo-americano, fue la revolución sexual que comenzó en la década de 1960. No hay que ser un intelectual o un semi-intelectual para participar en la revolución sexual. No hay que leer libros o artículos de revistas o asistir a charlas para participar de ella.
Todo lo que había que hacer era cometer lo que el mundo cristiano había llamado hasta ese entonces un pecado sexual, y al mismo tiempo sentir la sensación de que lo que había hecho, lejos de ser un pecado, era de hecho una buena obra. Y ni siquiera tenían que cometer ese ‘pecado’ personalmente. Todo lo que tenían que hacer era dar su aprobación para cometer tales pecados. La revolución era sólo una parte del gran cambio en el comportamiento sexual. Se trataba de un cambio en la valoración moral de la conducta sexual, donde se cambiaban los signos negativos por ventajas.
Por supuesto, el protestantismo liberal (unido después del Concilio Vaticano II por el catolicismo neo-modernista, que se había recuperado del aparente golpe mortal con el que Pío X había golpeado a principios del siglo XX) hizo lo que habitualmente hace, diciendo que se puede ser cristiano, incluso si se repudia la moral sexual cristiana que se remonta a los primeros tiempos del cristianismo. En un acto asombroso de autoengaño, muchos protestantes y católicos en realidad han logrado convencerse a sí mismos de que esto es cierto. Pero este autoengaño tiene poco poder de permanencia. Es tan obviamente ridículo que justamente este no es el tipo de cosas que pueden transmitirse a las generaciones venideras.
Estamos viviendo en una época en que el cristianismo, como el gato de Cheshire, se está desvaneciendo poco a poco en los países más modernizados del mundo. El gato de Cheshire dejó sólo una sonrisa detrás. El cristianismo liberal, tanto protestantes como católicos, también está dejando algo parecido a una sonrisa detrás, una sonrisa que dice: “Yo soy un gran fan de Jesús, el hombre cuyo mensaje inmortal se resume en las magníficas palabras: No juzguéis, y no serás juzgado.”
Sobre al autor:
David Carlin es un nuevo colaborador, es profesor de sociología y filosofía en el Community College de Rhode Island, y el autor de The Decline and Fall of the Catholic Church in America.