Lo reconozco públicamente: la nota que acaban de hacer pública los señores obispos que componen la tarraconense, con Pujol -el Jaime, el sr. arzobispo de Tarragona- al frente, me ha emocionado profundamente. Y tengo que reconocerlo y publicarlo: se lo debo.
Y digo «se lo debo» porque, cuando publicaron la anterior «nota» alineándose con los postulados del nacionalismo catalanista y separatista, les di una buena colleja. Y no puedo darles una colleja por una cosa y por su contraria… Pero, la verdad: se la voy a dar, y se la voy a explicar, a ellos y a ustedes.
Porque, vamos a ver, señores obispos de la tarraconense: ¿no eran ustedes públicamente partidarios de la independencia y de los postulados separatistas? El mismo sr. obispo de Solsona, hace unos poquitos días, lo ha dicho claramente, en catalán y en castellano, para que nadie se llamase a engaño.
¿A qué viene ahora pedir ¿oraciones? para solucionar el problema creado por los políticos, unilateral e ilegalmente, y en contra de una gran parte de sus mismos ciudadanos a los que también se deben, y acrecentado el bollo -con el consiguiente escándalo: en concreto el mío, de entrada- por su anterior declaración, en la que se hacen partidistas ustedes también en contra de una gran parte de sus ovejas? Pongo «ovejas», porque lo de «fieles» me parece muy fuerte y muy falso.
¿A qué viene apelar ahora a la justicia, a la concordia, al bien común, a la convivencia social, a la fraternidad y a la comunión? Por cierto: se están convirtiendo en unos cursis de tomo y lomo.
¿Y ni una sola palabra referida a España? ¿Ni una sola? ¿La tarraconense no pertenece a España o no se asienta en terreno español?
Háganse un favor y, de paso, nos lo hacen a los demás: ¡cállense! Porque están dando un espectáculo lamentable.
Les está pasando lo que me preguntó una vez un paciente de un manicomio con el que me crucé, cuando fui un día a llevarle la Comunión a una personas ingresada. Me dijo: -«¿Usted qué quitaría de la Misa?» Y yo no supe qué contestarle, porque me di cuenta que era un paciente; y me entró esa risa floja que no ofende, y no contesté. Pero insistió el hombre: -«Pero usted ¿qué quitaría de la Misa?» Y yo seguí callado. Y claro, ya se sintió en la obligación de contestarme él; y me dijo: «Yo, la homilía; porque algunos van y la lían más». Pues eso.
Les puedo asegurar que es verídico lo que les cuento.