La agenda de audiencias de esta mañana en el Vaticano incluyó encuentros con figuras relevantes de la Curia y de la Iglesia universal:
- S.E. Mons. Giordano Piccinotti, S.D.B., presidente del APSA;
- Padre Tomaž Mavrič, C.M., superior general de la Congregación de la Misión;
- El presidente del Estado de Israel, Isaac Herzog, y su séquito;
- Miembros de la Conferencia Episcopal de Escandinavia;
- El cardenal Michael Czerny, S.I., prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, con sus colaboradores.
Sin embargo, la atención se centró en la presencia de Mons. Georg Bätzing, obispo de Limburg y presidente de la Conferencia Episcopal Alemana. Bätzing es el rostro más visible del llamado Camino Sinodal alemán, proceso que desde hace años tensiona la comunión eclesial con propuestas que van desde la ordenación de mujeres hasta la revisión de la moral sexual católica.
Camino sinodal y confrontación con Roma
Impulsado inicialmente como respuesta a la crisis de abusos en Alemania, el Camino Sinodal se ha convertido en un laboratorio de reformas que desbordan los límites de la doctrina católica. Pese a las advertencias de la Santa Sede —y en particular de documentos recientes que han reiterado que una Iglesia local no puede alterar la enseñanza universal—, Bätzing y su entorno insisten en llevar adelante decisiones que abren la puerta a un cisma práctico.
La audiencia de hoy no puede interpretarse al margen de este contexto. El Papa León XIV recibe a un episcopado que, lejos de replegarse, continúa promoviendo estructuras paralelas de gobierno y reivindicando un “consejo sinodal” con capacidad de decisión vinculante, algo que Roma ya ha declarado incompatible con la eclesiología católica.
Alemania como frente abierto
Mientras en otros países europeos las conferencias episcopales mantienen relaciones cordiales y sin sobresaltos con la Santa Sede —como es el caso de Escandinavia, también recibida hoy—, Alemania se confirma como el principal frente abierto en la Iglesia. Bätzing, lejos de matizar posiciones, se presenta en Roma como líder de un proceso que reclama “reformas estructurales profundas” pero que, en la práctica, erosiona la unidad de la fe.
En este escenario, la audiencia de hoy puede leerse como un gesto diplomático necesario, pero también como un recordatorio de que la Santa Sede no ignora la magnitud del desafío alemán.