¿Integristas? ¡Con orgullo y con bravura!

¿Integristas? ¡Con orgullo y con bravura!

Por: Yousef Altaji Narbón

Osadía, bravura, intransigencia, gallardía, valor. Palabras y conceptos hoy en día olvidados por la facilidad de rendirse ante la adversidad de una crisis como la que actualmente vivimos dentro de la Santa Iglesia. El valor de un San Juan Capistrano liderando las tropas de la Cristiandad en Belgrado, la gallardía de un San Emiliano de Autun -obispo guerrero- encabezando a caballo la reconquista de diversos poblados franceses en el siglo VIII, el esplendoroso heroísmo de San Luis, rey de Francia, que atendió el llamado a la santa cruzada por un celo apostólico inimaginable que consumió su alma hasta el fondo; todos estos ejemplos magníficos de la virtud de fortaleza han sido desplazados a un lado a pretexto de un énfasis un tanto obsesivo por la forma en detrimento del fondo.

Actualmente, la batalla no yace -en la mayoría de los casos- contra un enemigo bélico o contra un adversario armado; vemos al pernicioso enemigo principalmente destruyendo las ideas y conceptos que deben formar al Católico piadoso. Justo aquí es donde se circunscribe el presente combate del cristiano; en las ideas y verdades que no son de carácter opcional, que conforman la totalidad del carácter deseado por la Iglesia de Cristo que en un tiempo llegó a edificar la civilización cristiana en su más gloriosa opulencia. Aquí podemos ver la imprescindibilidad de la integridad; la obligación que tenemos de conservar todas y cada unas de las verdades, costumbres, y enseñanzas dictadas por la Santa Madre Iglesia. Ser integrista es una característica propia del Cristiano, ya que no se deja seducir por ninguna idea o concepto foráneo de los que el Depósito de la Fe ha guardado por dos mil años. No se deja llevar por un buenísimo cínico de intentar conciliar las ideas liberales y novedosas del mundo con el Magisterio perenne y la ascética enriquecedora de los santos -como tajantemente prohíbe el Syllabus de Errores del Beato Papa Pío IX-. Adoptar como modus vivendi la advertencia sagrada del Apóstol San Pedro: “Hermanos, sed sobrios, estad despiertos, porque vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe.” (1 Pedro 5: 8,9), esta es la consigna que debemos tener; la actitud de vigilancia y perspicacia ante los engaños del enemigo que sabe muy bien cómo envolver los errores con tintes de ser bueno, inofensivo, aplicable o equivalente a lo verdadero.

Se les trae para su deleite intelectual y formación espiritual las palabras de un siervo de Dios de excelso valor para nuestros tiempos. El ingenioso Padre Félix Sárda y Salvany es una de aquellas voces que clamaron en el desierto en obediencia a la exhortación de los romanos pontífices que combatieron con célebre piedad los errores que hoy en día conforman el statu quo dentro de la Iglesia y en el mundo. El sagaz sacerdote catalán, con su manera varonil de expresar la doctrina de la Santa Madre Iglesia, nos viene a dar docencia sobre por qué el Católico por naturaleza debe ser íntegro. Hace una apología del término integrista, el cual hoy en día es utilizado por los enemigos infiltrados dentro de la Iglesia como un peyorativo; con especial detalle, hace una denuncia de los católicos a medias que se duermen (por una infinidad de pretextos inútiles) en este combate a muerte. Esta conferencia tiene una vigencia en la actualidad cuando cada vez más vemos las tentaciones suaves del demonio que quiere conducir a la inactividad, a nadar con la corriente de toda la narrativa oficial, a volvernos perros mudos ante la debacle moderna. Los extractos más importantes serán presentados a continuación dada la longitud de dicha conferencia, leamos con atención lo siguiente y se les invita a leer todo el discurso para mayor fruto.

“¿Integrista?” Conferencia dictada en la Academia Católica de Sabadell, España, por el Padre Félix Sardá y Salvany el 15 de agosto de 1889:

«Sí, amigos míos: integrista soy e integristas deseo que seáis todos los de esta Sociedad, e integrista creo yo a todo hombre de quien tengo favorable concepto en sus costumbres y creencias, e integrista quisiera yo fuese todo el mundo, única manera de que fuese todo hijo reconocido y súbdito sumiso de Dios Nuestro Señor. Apropiémonos, pues, y muy en alta voz declaremos como nuestra esta calificación, que quiere ser denigrativa y que no es sino gloriosísima. Repitámosla, si, y alcémosla en alto, muy en alto, como inmortal bandera que simboliza todas nuestras aspiraciones, recuerda todos nuestros deberes, eleva y maravillosamente dignifica nuestra condición en la vida social moderna, y nos separa con distintivo característico de todo lo demás que mira como suyo, en mayor o menor grado, el liberalismo reinante.

Hablemos, pues, de integrismo, y con rostro varonil y pecho firme aceptémoslo con todas sus consecuencias. Ha sido una manía constante de los enemigos del Catolicismo la de buscar siempre disfraces y apodos con que atacar a los hijos de él, a fin de que pareciese que no por católicos los atacaba, sino por algo muy independiente y ajeno a este carácter suyo esencial. Casi todas las herejías han inventado un mote con que apostrofar a los católicos, suponiendo que no los combatían por tales, sino por aquel otro concepto que con aquel mote o apodo pretendían expresar.

ferozmente se nos denigra, y sin tregua ni descanso se nos combate, es por integristas. Ya se lo ve: todos han convenido, hasta no pocos anticatólicos, en que el Catolicismo es una cosa muy seria y muy respetable, o por lo menos muy pasadera. En lo que, empero convienen igualmente todos, así anticatólicos como católicos a medias, es en que los malos y perversos son los integristas.

Está bien, señores míos; y podemos darnos por muy honrados con que de esta manera se nos señale al público desprecio y execración. Mas esto mismo nos da derecho a que, recogiendo el glorioso insulto y analizándolo a sangre fría concluyamos, no por convencernos a nosotros mismos —que por la misericordia de Dios estamos ya convencidos— sino para convencer a nuestros contrarios de que realmente éste es para nosotros nuestro primer blasón y nuestro título de gloria. Veámoslo. A alguno de nuestros desdichados contrincantes les parecerá una blasfemia que les digamos que el primer integrista es Dios Nuestro Señor.

la palabra integrismo suena como expresión de lo absolutamente perfecto. Bien podemos asegurar que, cuando con divino llamamiento nos convida el Divino Redentor a emular, en lo compatible con nuestra flaca naturaleza, la perfección misma del Padre celestial, con aquel «Estote perfectus sicut et Pater vester coelestis perfectus est», «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto», nos convida ni más ni menos que a ser buenos y perfectos integristas.

Las ideas de integridad y de santidad son, no análogas sino perfectamente idénticas. El Diccionario de la Academia define la santidad: integridad de vida. Si, como hemos dicho, el integrista por esencia es Nuestro Señor, después de Él son los Santos los grandes integristas del género humano, y al frente de ellos la Reina gloriosísima de todos, María Madre de Dios.

Sí, señores míos, el integrismo que aborrecen y de continuo denuestan es el integrismo de los derechos sociales de Cristo Dios, el integrismo de su soberanía divina sobre los Estados como sobre los individuos…Hemos dicho que el integrismo de los derechos sociales de Dios y de su Santa Iglesia es lo que podríamos llamar integrismo fundamental. Éste es base y alma y vida de todos los demás integrismos subordinados, y que sin él no tienen razón de ser. Por lo tanto, es ridículo y es ilógico sostener toda otra integridad pública o privada en las relaciones de los ciudadanos entre sí, si antes no se deja bien sentada como principio inconcluso esa otra integridad de los derechos de la ley de Dios y de su Iglesia, motejada hoy día por la escuela liberal y transaccionista con el nombre de integrismo.

Hoy más que nunca son de gran interés estas consideraciones, porque hoy más que nunca la Revolución tiende al radicalismo, y por lo tanto también toda reacción antirrevolucionaria debe tender al radicalismo. El egoísmo, la cobardía, el amor a las conveniencias personales procuran, en cuanto les es posible, favorecer y prolongar el reinado de los términos medios, que es el que, como en todo período de transición, ha prevalecido durante los últimos cien años. Esta suerte de interinidad va a acabarse, señores míos, y bendigamos a Dios, y pidámosle que se acabe cuanto antes. Hemos llegado ya al principio del fin, y presto será preciso aceptar del liberalismo hasta las más duras consecuencias.

si hoy día la Revolución se proclama y es ya el nihilismo, ¿qué debe ser ya la verdadera contrarrevolución, sino el integrismo? Me admiro, a fe, de que esto no lo vea todo el mundo de esta manera, y de que sean tantos los claros talentos y los corazones que hemos de suponer bien intencionados, a quienes cieguen y seduzcan, como por desgracia vemos tan a menudo, los falsos atractivos del ya viejo, y gastado, y desacreditado moderantismo.

¡Ah! Nuestros enemigos han acertado también esta vez con la palabra, y también en eso hemos de hacer justicia a su feliz inventiva y a la exacta propiedad de su diccionario. Sí, es verdad: somos perturbadores, y nuestro integrismo es perturbador e inquieto y molesto en demasía.

Perturbador de la falsa paz que anhelan como suprema dicha los hijos del siglo; perturbador de los malhadados ocios de la carne y sangre, que rehúyen hoy como han rehuído siempre las asperezas del combate cristiano; perturbador de conciencias dormidas, de corazones aletargados, de enmollecidas energías, como perturbadores son del descuidado caminante o del aletargado enfermo el grito saludable del amigo, que le advierte a aquél la proximidad del abismo, o el cauterio o revulsivo que a éste le abrasa la piel para despertarle la sensibilidad y devolverle la vida.

…Y si por nuestros pecados aun en esta privilegiada tierra quedase un día completamente avasallado el espíritu íntegramente católico por la malhadada corriente liberal o transaccionista, no lo dudéis: la muerte del integrismo católico en España sería la de nuestra vigorosa nacionalidad, y el último español digno de este nombre sería… el último integrista.»

 

Fuente:

https://archive.org/details/integristas_salviny/page/n1/mode/2up

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