Durante la conferencia inaugural de la XXVIII Asamblea General de la Federación Internacional de Universidades Católicas (FIUC), el pasado lunes, el arzobispo Paul Richard Gallagher —Secretario para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales de la Santa Sede— lanzó un mensaje claro: una universidad católica no se define por los símbolos religiosos en sus muros, sino por su compromiso con la verdad en armonía con la fe.
“Una universidad verdaderamente católica es un lugar donde la búsqueda de la verdad está en armonía con la certeza de la fe”, afirmó Gallagher en Guadalajara, México.
La afirmación, que parece una crítica indirecta a la superficialidad con la que algunas instituciones se identifican como “católicas”, es también un llamado a revisar la autenticidad del proyecto educativo católico en el siglo XXI. No basta con tener capillas o crucifijos, si no se cultiva una verdadera cultura intelectual iluminada por la fe.
Universidades católicas: faros éticos en un mundo polarizado
En un contexto internacional marcado por conflictos armados, polarización ideológica y desconfianza creciente, el prelado defendió el papel de las universidades católicas como espacios estratégicos para reconstruir el tejido humano y cultural.
“Las universidades católicas —y también los representantes papales— siempre han sido faros de conocimiento, fe y servicio a la humanidad”, sostuvo.
El arzobispo instó a estas instituciones a reafirmar su vocación original: no limitarse a reproducir modelos académicos funcionalistas, sino formar líderes capaces de guiar a sus comunidades con sabiduría y compasión.
Diplomacia académica: más allá de los tecnicismos
Gallagher propuso un concepto poco frecuente en el ámbito eclesial: la “diplomacia académica”, entendida como un instrumento esencial de diálogo entre culturas y saberes. Para el representante vaticano, las universidades deben ir más allá de la transmisión de competencias técnicas y convertirse en espacios de reflexión ética y compromiso civil.
“Una educación verdaderamente católica no es aislada, sino extrovertida y comprometida con la búsqueda universal de la verdad”.
Identidad católica sin complejos: universal y firme
Gallagher subrayó que una identidad católica firme no es incompatible con el diálogo. Al contrario, es precisamente esa raíz la que permite una apertura real sin perder el norte.
“En un mundo inundado de relativismo y polarización, esta identidad católica profundamente arraigada —y, por lo tanto, universal— constituye un poderoso recurso”.
La universidad como misión diplomática
Recordando su tiempo como estudiante en la Pontificia Universidad Gregoriana, el arzobispo describió las universidades como “semillas de paz” que se siembran no solo en el aula, sino también en los laboratorios, bibliotecas y residencias.
“No son torres de marfil desconectadas de la realidad, sino participantes activos en la construcción de una cultura de paz”.
Para ello, dijo, es fundamental una estructura interdisciplinaria y colaborativa, que fomente el intercambio de perspectivas y forme líderes integrales.
Advertencia sobre los riesgos del pragmatismo en diplomacia
Mons. Gallagher concluyó con una advertencia: los desafíos actuales en torno a la guerra y la paz no pueden resolverse sin una referencia a principios sólidos. Ignorarlos —afirmó— solo lleva al deterioro de situaciones ya de por sí críticas.
Por ello, además de diplomáticos especializados, el mundo necesita “generalistas” con visión amplia y formación humanista, capaces de integrar los saberes. En esta línea, reafirmó el compromiso de la Santa Sede con una diplomacia anclada en la dignidad humana y los principios no negociables.
“Promovemos la paz, defendemos la dignidad humana y damos voz a quienes no la tienen, especialmente a los pobres, los desplazados y los marginados”.
