Obispos contra la política… salvo si es la suya

Obispos contra la política… salvo si es la suya
Resulta llamativo —aunque ya no sorprende— ver a obispos que, con gesto adusto y tono paternal, amonestan a los políticos por atreverse a hacer política. Pero no con cualquier tema, claro. Solo con aquellos grandes temas que tocan el nervio moral de nuestra época: el aborto, la vida, la familia, la identidad de Europa, la inmigración descontrolada o la soberanía cultural. Esos, al parecer, están vetados a los políticos. Son “problemas muy delicados” y no se puede “hacer banderías”.Lo recordaba hace poco Miguel Ángel Quintana Paz: cuando Vox propuso en Castilla y León que las mujeres escucharan el latido fetal antes de abortar, el portavoz de los obispos pidió “despolitizar” el aborto. O sea: no hagamos ruido, no vayamos a parecer provida.

En cambio, esta semana, en plena solemnidad litúrgica del apóstol Santiago, el arzobispo de Compostela no tuvo reparo alguno en subir al ambón y, ante Feijóo y Alfonso Rueda, exigirles que “alcen la voz en defensa de los migrantes” y advertirles de que “utilizarlos como arma política es inaceptable”. Eso sí es alzar la voz. Claro que en una sola dirección.

Curioso: cuando un político se pronuncia sobre el aborto o la familia, está “politizando”. Pero cuando un obispo habla de inmigración, ecologismo, inclusión y fronteras, está “proclamando el Evangelio”. Qué casualidad que la homilía siempre se alinee con la línea editorial de Bruselas, de Naciones Unidas o de los obispos alemanes. Nunca con los católicos de a pie que pagan impuestos, rezan el rosario y han visto su barrio transformado en zona hostil.

Y más curioso aún que esos mismos obispos que critican la politización de los políticos nunca alzaran la voz cuando el Papa Francisco publicó Laudato si’, una encíclica que entraba en terreno discutible —política energética, diplomacia climática, arquitectura económica global— con un tono de manifiesto de ONG. Nadie dijo entonces que “el Papa está haciendo política”. Al contrario, se aplaudió con entusiasmo porque la dirección ideológica era la deseada.

¿Dónde está entonces el problema? No en hacer política —porque todo mensaje público lo es—, sino en hacerla en sentido contrario al consenso clerical actual. Si la política es conservadora, entonces es ideológica. Si es progresista, entonces es pastoral. Y si es marxista con pectoral, mejor todavía.

La solución es clara: que los políticos hagan política, y que los obispos hagan teología. Que los políticos hablen de inmigración, seguridad, fronteras, empleo y natalidad. Y que los obispos hablen de pecado, gracia, infierno, redención y ascesis. ¿O ya nadie recuerda que el Evangelio incluye la cruz?

Si nuestros pastores volvieran a hablar de esas cosas —del juicio, de la conversión, del demonio, del sacrificio— quizá tendrían más autoridad moral cuando abrieran la boca. Pero mientras se dediquen a repetir eslóganes de la ONU vestidos de liturgia, lo único que ganarán es indiferencia o burla.

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