Por Joseph R. Wood
Mi lectura filosófica de verano incluye a dos Tomás: Santo Tomás de Aquino, quien no necesita presentación aquí, y Thomas Nagel, profesor emérito de Filosofía y Derecho en la Universidad de Nueva York. Es un ateo de ascendencia judía.
Sea lo que sea que leas en los próximos párrafos, no creas que Nagel es un filósofo cuasi católico. Su libro Mind and Cosmos: Why the Materialist Neo-Darwinian Conception of Nature Is Almost Certainly False (La mente y el cosmos: por qué la concepción materialista neodarwiniana de la naturaleza es casi con toda seguridad falsa) debe disfrutarse según sus propios términos.
Nagel rechaza de forma concisa el “materialismo reductivo”, es decir, la idea de que toda la realidad puede explicarse mediante procesos materiales que se desarrollan en el tiempo sin un fin dado (telos), una postura que, según él, “se asume ampliamente como la única posibilidad seria”.
Las ciencias naturales están dominadas por la insistencia de que “las ciencias físicas podrían, en principio, proporcionar una teoría del todo”. Bajo esta visión (que a menudo actúa como una ideología), toda la realidad puede reducirse a la materia y a los principios que rigen sus interacciones.
Nagel admira las ciencias físicas en cuanto buscan comprender la realidad dentro de sus propios límites. Pero rechaza la posibilidad de que las causas materiales por sí solas puedan dar origen a animales dotados de conciencia y razón. Llama a estas teorías explicaciones “causales” de lo que existe.
Él ve en el universo un lugar donde la mente no es un simple añadido, accidente o apéndice, sino un aspecto fundamental de la naturaleza. La conciencia y la razón no son resultados de una evolución darwiniana estrictamente material. Por el contrario, apuntan a un telos en el orden de las cosas que guía o dirige la evolución y el desarrollo del universo.
Esto es lo que se conoce como una explicación teleológica de la realidad. Un tipo de visión teleológica es la teísta, que invoca a Dios como el origen del telos, o como el telos mismo.
Nagel se muestra comprensivo con los argumentos de los teístas que, aceptando un diseño inteligente de la creación, señalan los errores lógicos y de evidencia de las teorías materialistas reductivas. Estos argumentos suelen ser descartados como indignos de consideración simplemente por ser religiosos.
Los darwinistas materialistas dominantes “están armados hasta los dientes contra los argumentos religiosos”. Las objeciones al reduccionismo materialista, dice Nagel, merecen consideración por sus fundamentos lógicos y filosóficos. Pero los materialistas cierran los oídos sin una razón válida:
Aunque uno no se sienta atraído por la alternativa de una explicación basada en las acciones de un diseñador, los problemas que estos iconoclastas plantean al consenso científico ortodoxo deben tomarse en serio. No merecen el desprecio con que comúnmente se los trata. Es manifiestamente injusto.”
Cuando veo a un filósofo ateo referirse al “consenso científico ortodoxo” como a un ídolo y a sus críticos religiosos como “iconoclastas” injustamente despreciados, sé que estoy leyendo un libro interesante. Me hubiera gustado escuchar a Nagel conversando con Chesterton.
Nagel dice mucho sobre por qué las explicaciones materialistas no logran explicar la conciencia y la razón. Pero es cauteloso al explicar por qué la explicación teleológica teísta —Dios— no lo convence. Comenta que carece del sensus divinitatis que permite —e incluso impulsa— a tantas personas a ver en el mundo la expresión de propósitos divinos con la misma naturalidad con que ven en un rostro sonriente la expresión de un sentimiento humano. Él mismo siente incluso “una fuerte aversión hacia la idea” del teísmo.
Ese es un ejemplo de por qué este libro es tan encantador. Nagel escribe con claridad, humor ocasional y generosidad. Trata con seriedad y respeto a quienes tienen opiniones distintas, y sostiene debates interesantes. Reconoce la importancia de las inclinaciones personales en la manera en que percibimos el mundo. El libro avanza con caridad y humildad.
Su inclinación por el sentido común resulta refrescante.
Si las explicaciones causales y teístas de la realidad no convencen a Nagel, ¿qué explica entonces “lo que es”? Se siente atraído por una teleología natural (en oposición a la sobrenatural), en la cual el telos del universo está incrustado en la naturaleza misma (pero no fue puesto allí por un creador divino).
La mente —la conciencia y la razón— no puede explicarse simplemente por procesos materiales. Además, la mente parece capaz de juzgar sobre el “valor”: lo bueno o malo de una cosa o acción. Nagel es un realista moral, lo que significa que este valor de bien o mal proviene de realidades morales que existen más allá de nosotros.
El universo no está orientado únicamente a la supervivencia del más apto. De algún modo, está construido para que la mente, con su (falible) capacidad de captar el valor, ayude a que el universo llegue a ser lo que “se supone que debe ser” (expresión mía, no de Nagel), o al menos lo que llegará a ser.
Nagel reconoce sus propios límites. No pretende saber cuál es ese telos. De hecho, cree que aún no poseemos las herramientas conceptuales necesarias para comprenderlo, pero que, partiendo de los avances materiales de la ciencia, eventualmente podremos llegar a entender los aspectos no materiales del universo (y que debemos seguir intentándolo).
Nagel, al parecer, no se siente convencido por ninguna de las cinco “vías” de Santo Tomás, las demostraciones de la existencia de un ser divino expuestas en la Summa Theologiae, Parte I. Dichas demostraciones fueron tomadas en parte de Aristóteles, cuyo pensamiento fue integrado por Santo Tomás en la teología católica.
Pero al igual que Aristóteles, Nagel habla de la realidad como “maravillosa” y “asombrosa”. Aristóteles, también sin la ayuda de la revelación, percibió una teleología en el cosmos. Nagel afirma con modestia: “No tengo la certeza de que esta idea aristotélica de una teleología sin intención [divina] tenga sentido, pero por el momento no veo por qué no lo tendría.”
Leí esa frase varias veces antes de darme cuenta de que Nagel acababa de lanzar una bomba amistosa contra quinientos años de filosofía materialista, que ha invertido enormes esfuerzos en demostrar que la teleología aristotélica no puede tener sentido. (Nagel también está influido por filósofos modernos como Kant y Rawls).
La visión divina que Santo Tomás tuvo al final de su vida, del esplendor total de la realidad, le hizo considerar toda su obra como paja. Nagel, por su parte, se describe como “demasiado falto de imaginación” para comprender lo que su propia alternativa teleológica podría llegar a ser en plenitud.
Ambos pensadores prestan un gran servicio a todos aquellos que, como dice el salmista, han elegido buscar sinceramente el camino de la verdad.
Sobre el autor
Joseph Wood es profesor asistente en la School of Philosophy de la Universidad Católica de América. Es un filósofo peregrino y un ermitaño fácilmente accesible.
