Por Auguste Meyrat
Si uno considera la evolución de la apologética cristiana a lo largo de los siglos, la mayor parte de los cambios se refiere al estilo y formato. En los primeros tiempos, los apologistas presentaban sus argumentos en foros o escribían cartas en rollos de papiro. En la Edad Media, participaban en debates formales o redactaban tratados largos y complejos sobre vitela. En la era moderna, los apologistas han utilizado la radio, la literatura popular, la televisión y ahora Internet para explicar por qué el cristianismo es la verdadera fe.
En cuanto al contenido mismo de la apologética cristiana, poco ha cambiado desde los tiempos de san Justino Mártir. Muchos de los argumentos actuales son los mismos que se articularon hace siglos. Al fin y al cabo, si no han sido refutados (y no lo han sido), hay poca razón para elaborar otros nuevos.
Por el contrario, los opositores al cristianismo se ven continuamente obligados a reformular y reconstruir sus argumentos. Hoy en día, los ateos suelen invocar la ciencia para intentar probar que Dios no existe. Esto obliga a los apologistas cristianos a adaptarse, hablando extensamente de ciencia mientras articulan los mismos puntos perennes.
Este enfoque está presente en Science at the Doorstep of God: Science in Support of God, the Soul, and Life After Death (2023), del científico, filósofo, profesor y sacerdote estadounidense Robert Spitzer, S.J. Spitzer desmonta y refuta sistemáticamente los supuestos argumentos científicos de los escépticos contemporáneos. Además de probar la existencia de Dios, demuestra que los antiguos argumentos son hoy más relevantes que nunca, e incluso podrían ser necesarios para salvar la investigación científica del nihilismo materialista.
Desde el inicio, Spitzer explica cómo la física y la astronomía modernas apuntan a un comienzo del universo (el «Big Bang») y cómo esta verdad fundamental requiere la existencia de un Dios inmaterial. Esto responde también a la habitual objeción atea de que el universo formaría parte de un conjunto infinito de universos (un multiverso), para lo cual no existe evidencia alguna.
Estas teorías también contradicen la actual expansión del universo y la ley de la entropía. Visto de otro modo, son ideas que intercambian las conclusiones avaladas por milenios de ciencia y matemáticas por narrativas inverosímiles propias de una película de superhéroes.
Lo mismo ocurre con el argumento del «ajuste fino». Spitzer explica cómo las muchas variables que permiten la existencia del universo y la vida (baja energía, constantes universales, masa de las partículas fundamentales) están tan finamente «ajustadas» que es virtualmente imposible que tal sistema surja al azar.
También se cita la «teoría de cuerdas», que propone una serie potencialmente infinita de universos dimensionales alternativos, y un «multiverso de Nivel IV», que afirma que una serie inmutable de leyes físicas precede a la creación del cosmos. Una vez más, ninguna de estas teorías alternativas se basa en ciencia real, sino que surgen de un profundo prejuicio ateo disfrazado con vocabulario científico.
Spitzer responde a un argumento popularizado por el famoso ateo Richard Dawkins. Dawkins, también filósofo y científico, propone el siguiente silogismo:
1. Todo lo más complejo es más improbable. 2. Un diseñador cósmico (Dios) debe ser más complejo que todo lo que diseña. 3. Por tanto, un diseñador cósmico debe ser más improbable que todo lo que diseña»
.
Spitzer explica que no solo Dawkins invierte el razonamiento (pues, en teología cristiana, Dios es «simple» y por tanto más probable que cualquier realidad diseñada), sino que también malinterpreta la ciencia misma.
Todas las ciencias se basan en la inducción (sacar conclusiones a partir de fenómenos observados), no en la deducción (aplicar principios generales a casos específicos). El intento de Dawkins por refutar a Dios es, por tanto, anticientífico, inválido y falso en todos los niveles.
Tras este interludio, Spitzer aborda las evidencias del alma inmaterial. Aunque algunos capítulos se apoyan en estudios sobre experiencias cercanas a la muerte, el análisis entra con frecuencia en densas teorías lingüísticas y filosóficas que podrían desafiar al lector casual. Quien logre avanzar comprenderá cómo una inteligencia espiritual dirige el cuerpo físico, mientras la evidencia y el sentido común muestran que el cerebro físico da cuenta de muchas funciones superiores de la mente como el lenguaje, la abstracción, el razonamiento matemático y la lógica.
De todo esto emerge una revelación asombrosa que muchos cristianos simplemente dan por sentada: el ser humano tiene un alma que trasciende la realidad física y sobrevive a la muerte. Esto implica que realmente posee libre albedrío, ya que el alma puede actuar fuera de los límites del cuerpo y operar en una vasta realidad subjetiva que permite el pensamiento independiente.
Pero ¿cómo se conecta el alma con el cuerpo si no es ni un fantasma en la máquina ni un principio biológico que informa la materia? Según Spitzer, la ciencia podría tener al fin una respuesta (aunque compleja): «hilomorfismo cuántico». Esto implicaría «campos cuánticos» que conectarían el alma con el cuerpo, «campos de información reducibles a estados instanciados capaces de interactuar con otras realidades y sistemas físicos». Esto permitiría a un alma autoconsciente, creativa y libre interactuar con la realidad material en sus niveles más bajos sin quedar reducida a ella.
Con justicia, aunque esta teoría resuelve muchos dilemas filosóficos, gran parte de ella es especulativa y tanto conceptual como científicamente compleja. Aun así, ofrece una explicación plausible a la pregunta natural de cómo funciona el alma encarnada.
A lo largo del libro, es evidente que el cientificismo, que exalta la ciencia como la máxima verdad, entra en profundo conflicto con la empresa científica misma. Repetidamente, los adeptos al cientificismo acaban utilizando una lógica contraproducente que obstruye el propósito central de la investigación científica. En realidad, estos argumentos están al servicio de una ideología materialista que relativiza la verdad y extravía a la sociedad, tanto intelectual como espiritualmente.
Como mínimo, Science at the Doorstep of God refuta de forma exhaustiva esta ideología destructiva e irracional, tan extendida en el mundo desarrollado. El siguiente paso sería reemplazarla por una fe viva que esté verdaderamente respaldada por la ciencia y que, a su vez, apoye a la ciencia. Anticipándose a esto, Spitzer publicó el año pasado una secuela que aborda ese paso siguiente: Christ, Science, and Reason: What We Can Know about Jesus, Mary, and Miracles.
Sobre el autor
Auguste Meyrat es profesor de Inglés en el área de Dallas. Tiene un MA en Humanidades y un MEd en Liderazgo Educativo. Es editor general de The Everyman y ha escrito ensayos para The Federalist, The American Thinker y The American Conservative, así como para el Dallas Institute of Humanities and Culture.
