A los tres años del confinamiento eucarístico

A los tres años del confinamiento eucarístico

DIARIO DE UNA FILOTEA

27 mayo 2023

“Sine Dominico non possumus: sin reunirnos en asamblea el domingo para celebrar la Eucaristía no podemos vivir. Nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades diarias y no sucumbir”. Fue la respuesta de un grupo de cristianos sorprendidos por las autoridades celebrando en un domicilio la Eucaristía en el siglo IV dC. Después de atroces torturas, estos 49 mártires de Abitinia fueron asesinados (Benedicto XVI, homilía de Corpus Christi 2005).

En estos días en que leemos en las noticias que el Tribunal Supremo desactiva las penas de cárcel por saltarse el confinamiento en el estado de alarma, dada la inconstitucionalidad del mismo, coincide que estoy leyendo una preciosa novela histórica que el Cardenal Wiseman escribió en 1854 y que Homo Legens ha vuelto a editar, “Fabiola o la Iglesia de las catacumbas”, ambientada en la brutal persecución de Diocleciano en el año 304 en Roma. Y tal vez es una buena ocasión para reflexionar de nuevo sobre lo que supuso el cierre de los templos y el ayuno de sacramentos a que fuimos sometidos durante unos meses angustiosos hace ya tres años, recordando que esto es sólo un diario personal, que no pretende dar lecciones ni estar en posesión de la Verdad.

En medio de una caótica situación sanitaria por la que no habíamos pasado antes, con los medios de información anunciando atroces cifras de fallecidos diarios por el virus, “la Iglesia echó el cierre – como dijo un bloguero en esta página en marzo de 2020 – cuando más necesaria era”.  Contra toda lógica sacramental e incluso de fe, contra una historia de nada menos que 2000 años plagada de mártires que dieron su vida porque sin la Eucaristía no podían vivir, nuestros obispos decidieron cerrar las Iglesias y dejarnos sin sacramentos sine die.

En nuestro santuario, donde se acostumbra a celebrar la santa Misa cada domingo y días de precepto, ésta fue cancelada, como en la mayoría de lugares. El sacerdote, que es párroco de la ciudad a la que pertenece el santuario, a 4 km de aquí y con casi 3.000 habitantes, siguió celebrando en la parroquia, pero a puerta cerrada y solo. No nos ofreció la posibilidad de asistir ni tan sólo los domingos. Ni a nosotras ni a ningún otro feligrés. Ya era mucho. Por lo menos, sabíamos que se estaba celebrando la Eucaristía diaria; en otros lugares, los sacerdotes se marcharon con sus familias o amigos, fuera del alcance de sus parroquianos. En un pueblo a 15 km de aquí, el párroco celebró a diario para las comunidades religiosas de vida activa y nos lo comunicaron para que pudiéramos asistir, pero la carretera es bastante importante en la zona y había siempre controles policiales. Gracias a Dios, nuestro director espiritual, párroco en una ciudad a 40 km del santuario por una carretera menos transitada – y vigilada – celebró cada día en la parroquia, cerrando la puerta a la hora de empezar la celebración y así, quien estaba ya dentro podía asistir a la Santa Misa sin peligro de que ésta fuera interrumpida. Gracias a este celoso pastor, pudimos asistir a Misa toda la Semana Santa y los domingos de Pascua en que las iglesias estuvieron cerradas. Solamente un domingo yo tuve que ausentarme por un problema de salud en la familia y, si bien intenté contactar con el párroco del lugar en su teléfono privado para poder asistir a la Misa dominical, no obtuve respuesta. Es más, en ese lugar, en una diócesis distinta, urbana, residen tres sacerdotes y en aquel momento, con sus padres vivía un seminarista que fue enviado a casa durante el confinamiento por cierre del seminario y que tampoco asistió a Misa durante el mismo. Lo triste es que, al preguntarle, defendió el cierre de los templos y la suspensión de las misas, que los obispos habían decidido “por nuestra salud”. “Salud” en español, no en latín; o sea, lo que entendemos por salud puramente física, mientras nos abandonaban en su tarea fundamental de cuidado de nuestra salud espiritual, de nuestra alma.

Por supuesto que, a Dios gracias, hubo algunos obispos, algunos párrocos y bastantes fieles que entendieron que no se podía dejar de administrar los sacramentos; pero es cierto también que fue muy parecido a una situación de catacumbas. Y catacumbas ya no sólo con respecto al mundo, sino sobre todo a escondidas de la propia Iglesia, del pueblo de Dios que defendió la campaña por la “comunión espiritual” y de los propios obispos, por el bien de los sacerdotes que decidieron continuar celebrando en las parroquias. Fue muy lamentable el espectáculo en redes sociales de fotos y vídeos de “católicos de bien” que “asistían” a la santa Misa por TV desde el sofá de sus casas, levantándose, sentándose, arrodillándose, con alguna velita encendida… y que agradecieron esta “gran oportunidad” para poder “asistir” a Misa cada día en un templo distinto por los diferentes medios de comunicación. Los católicos que pedían a lo largo y ancho de Europa a sus obispos que administraran los sacramentos fueron acusados mayoritariamente de desobedientes e incluso de fariseos, por insistir tan irracionalmente en pedir poder recibir el Cuerpo de Cristo mientras las personas morían diariamente a centenares… sin recibir la extremaunción. Gracias a Dios, también hubo sacerdotes que, sin hacer ruido, se jugaron la vida en hospitales para poder atender a enfermos y moribundos. Esto nos hizo pensar y rezar mucho a mártires de la Eucaristía como san Damián de Molokai, san Carlos Borromeo, los mismos mártires de Abitinia y los miles de católicos anónimos que, hasta hoy, acuden a Misa en países donde la Iglesia es perseguida porque saben que sin el Cuerpo y la Sangre de Cristo no tenemos vida ni salvación, perdiendo en ocasiones su vida en este mundo para ganarla para la eternidad en Dios. ¿Cómo pudo ser que, ante tal “nube de testigos” (Hb 1, 12), ante las mismas palabras de Jesucristo, “quien quiera salvar su vida la perderá” (Mt 16, 25), los pastores decidieran que “lo mejor” era cerrar los templos y privar a los fieles del pan de vida, sin que siquiera un gobierno social-comunista lo sugiriese? 

La contrapartida a esta ilógica decisión, no tan celebrada ya, fue la aceleración del proceso de vaciamiento de las iglesias. Los asistentes habituales a la Misa dominical, ancianos la mayor parte en estas tierras rurales, “descubrieron” la Misa de la 2: bien celebrada, sin prisas, entendiendo al párroco y las lecturas… y sin comulgar, pero no pasaba nada porque los obispos les habían dicho que para eso estaba la comunión espiritual. De hecho, en nuestra diócesis, rural y envejecida, en que cada sacerdote tiene a su cargo varias parroquias, lo cual equivale a varias poblaciones con varios kilómetros de distancia entre ellas, esta situación de templos cerrados y ausencia de sacerdote no era nueva. Aquí la población ya se ha acostumbrado hace años a las iglesias cerradas toda la semana y a la falta de un sacerdote residente en la comunidad. Ahora además sabían que estaban dispensados del precepto dominical, así que no era necesario para “asistir a Misa” volver a aparecer por la parroquia los domingos. Y, si ya es grave y triste el bajo número de celebraciones y la baja asistencia, la realidad es que, visto en conjunto, es un panorama de orfandad espiritual desolador, en el que en no pocas poblaciones de más de mil habitantes no reside un sacerdote y éste aparece por allí una hora a la semana – en el mejor de los casos – para celebrar la misa, abriendo la iglesia máximo media hora antes de la celebración y cerrándola inmediatamente después, sin posibilidad de oración callada ante el Santísimo, sin apenas confesiones y sin comunidad cristiana. 

Filotea

Ayuda a Infovaticana a seguir informando