Todos los pecadores son iguales, pero unos son más iguales que otros

Todos los pecadores son iguales, pero unos son más iguales que otros

(Stefano Chiappalone/La nuova bussola quotidiana)-Parece una fijación la de cierta jerarquía empeñada en exculpar ciertos pecados en el ámbito sexual y especialmente homosexual.

Dejando la impresión, sin embargo, de que para no discriminar a unos se acaba discriminando a todos los demás, al menos leyendo las recientes declaraciones del cardenal Jean Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo, protagonista de la actual coyuntura eclesial, como relator general del Sínodo y recientemente también miembro del C9, el grupo de cardenales llamados a trabajar más estrechamente con el pontífice.

«Podemos solamente dictar a las personas el comportamiento moral que pueden tolerar en su mundo. Si les pedimos lo imposible, les rechazaremos. Si decimos que todo lo que hacen es intrínsecamente malo, es como decirles que su vida no tiene valor», declaró el cardenal al ser entrevistado por el semanario croata Glas Koncila. A la pregunta sobre cómo es el enfoque de la Iglesia respecto a los homosexuales, parece dar a entender que para ellos -y sólo para ellos, evidentemente- pedirles que sigan los mandamientos equivale a «pedirles lo imposible». Seamos claros: para todos, no sólo para ellos, recorrer el «camino estrecho» es tan difícil que, no por casualidad, antes de recibir la absolución en el confesionario se dice -en el acto de contrición- «ayudado de tu divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar». Porque sin la «divina gracia» de Dios no lo conseguiríamos. Sin embargo, se nos pide que al menos nos lo propongamos y lo intentemos.

Hay una sutil pero sustancial diferencia entre difícil e imposible, como enseña la historia de aquel notorio pecador que llegó a ser san Agustín y que todos experimentamos cada vez que vamos al confesionario y nos damos cuenta de que hemos dado unos pasos adelante y quizá también unos pasos atrás. Pero la previsibilidad de recaer (aunque estemos arrepentidos) es sustancialmente distinta de la voluntad de recaer (que excluye el arrepentimiento) en tal o cual pecado (no sólo en el sexo: en la ira, la blasfemia, la calumnia, la mentira…. tanto es así que hay siete pecados capitales). A muchos les puede suceder que se confiesen de ‘lo mismo’ una y otra vez mientras expresan su deseo de salir de ello. Porque es difícil, precisamente, no imposible. De las palabras del Card. Hollerich, en cambio, parece que para algunos el «Vete y no peques más» es sustituido por el «Vete y sigue», «Vete y tómate tu tiempo», «Vete y haz lo que te parezca». ¿Y por qué sólo para algunos?

El blasfemo, el iracundo, el perezoso podrían objetar legítimamente: «¿Por qué no aplicar el mismo enfoque también a nuestras acciones?». Sobre todo porque, mientras la Iglesia condena el pecado y ama al pecador, para Hollerich reconocer algo como pecado es desvalorizar automáticamente al pecador. «Si decimos que todo lo que hacen es intrínsecamente malo, es como decirles que su vida no tiene valor». Así que hay que revalorar los actos homosexuales. Pero según la ecuación – errónea – de Hollerich, habría que concluir que para él las vidas de los blasfemos, los envidiosos, los acidiosos, los iracundos, etc., pecados que quizás también considera «intrínsecamente malos», no tienen ningún valor. ¿O encontrará el cardenal también una salida para los que quebrantan todos los demás mandamientos?

Lo contrario de Gregorio Magno, Juan Crisóstomo, Hildegarda de Bingen o Teresa de Lisieux. Lo contrario de Tomás, Agustín o Benedicto XVI. Hoy en día, el título de Doctor de la Iglesia pertenecería al abogado Azzeccagarbugli de Manzoni: ‘Al abogado hay que decirle las cosas claras: luego ya nos toca a nosotros embarullarlas’. En cambio, ‘si se saben manejar bien los ingredientes, nadie es culpable y nadie es inocente’, declaró el abogado a un Renzo cada vez más confuso. Porque al fin y al cabo, la confusión es la sensación más común al leer las declaraciones de algunos pastores para quienes parece que ‘nadie es culpable y nadie es inocente’, o mejor dicho: unos son más inocentes que otros y lo que antes era pecado ahora es pecado, pero quizá ya no, pero no vale para todos.

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