Un gran día para la Iglesia Católica norteamericana

Un gran día para la Iglesia Católica norteamericana

El Tribunal Supremo de los Estados Unidos, como estaba previsto, acaba de anunciar que las mujeres norteamericanas no tienen un derecho constitucional para matar a sus hijos antes de que nazcan. No significa que el aborto sea ilegal, en absoluto; es solo que corresponde a cada estado decidir cómo quiere tratar esta terrible cuestión, de acuerdo a la voluntad de sus electores. No prohíbe el aborto, pero permite a los estados hacerlo. No es el fin. Ni siquiera el principio del fin. Pero es el fin del principio.

Nadie que conozca el paño espera que, digamos, en Massachussetts, Nueva York o California vayan a prohibir el aborto. Pero hay al menos 26 estados que solo esperaban esta sentencia para, como poco, restringir considerablemente el aborto. De hecho, la sentencia del Supremo que revierte la famosa decisión jurisprudencial del caso Jane vs Roe que inició el régimen abortista en Estados Unidos da la razón a una de estas leyes aprobadas por un estado provida.

La batalla no ha hecho más que empezar, pero esta victoria vale un mundo, esta victoria lograda por cientos de voluntarios provida que no se rendieron ante un régimen que parecía inmutable y un sistema que anunciaba a los cuatro vientos que “el debate del aborto ya está superado”.

Y en esa lucha provida, hubo una institución que la hizo suya y encabezó la vanguardia hasta tal punto que muchos en este combate, y especialmente los enemigos, la asocian primordialmente a esta lucha: la Iglesia Católica.

La misión de la Iglesia no consiste en denunciar el aborto como un crimen espantoso, la destrucción deliberada de una vida completamente inocente, sino en anunciar la salvación que nos trae la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Pero la Iglesia no podía, siguiendo su doctrina, dejar de denunciar esta terrible plaga que representa la peor plaga de nuestra civilización.

Así, desde que el aborto empezó a ser legal, todos los Papas, invariablemente, han insistido con voz profética en combatir el aborto y en organizar el combate pacífico contra este crimen legalizado y normalizado. De sus filas han salido cientos de pensadores, inspiradores, organizadores y protagonistas del movimiento provida, que ha sido desde que existe la punta de lanza de la Iglesia en la llamada ‘guerra cultural’.

El presente pontificado ha sido en esto, en algún sentido, una excepción. Aunque Francisco ha sido constante en su condena del aborto, comparando incluso al abortista con un asesino a sueldo, es innegable que el énfasis ha desaparecido. El propio Papa advirtió a principios de su pontificado que los católicos, en la guerra cultural, no debíamos “obsesionarnos” con las cuestiones de vida y familia. Y si su pronunciamiento admite, por supuesto, una interpretación caritativa y cierta, es innegable que la declaración decepcionó a un movimiento que ha sacrificado mucho por salvar la vida del nasciturus y liberar a nuestra civilización de este crimen.

El cambio de énfasis se ha hecho tanto más significativo cuanto que no estamos ante un Papa que se concentre exclusivamente en su misión de confirmar a los católicos en la fe, sino que se ha destacado como defensor de un buen número de causas actuales, sociales y políticas, allí donde ha considerado que se da una situación injusta.

Ayuda a Infovaticana a seguir informando