Razón, fe y la lucha por la civilización occidental

Razón, fe y la lucha por la civilización occidental
Occidente es, qué duda cabe, un concepto difícil de definir. En consecuencia, y para abordar la cuestión que este libro plantea, Samuel Gregg comienza proponiendo una serie de criterios que pueden servir para caracterizarlo. Podríamos remarcar las grandes obras que Occidente ha engendrado, señalar sus artistas o mencionar sus personajes relevantes. No obstante, ninguna de esas cosas, aunque occidentales, arrojarían luz sobre qué es en realidad Occidente, sobre cuál es su verdadera esencia. Así, tras un exhaustivo análisis, el autor concluye que lo que caracteriza Occidente es la preocupación por la libertad, la búsqueda de la Verdad y la razón. En otras palabras, Occidente no es sino la combinación de la “libertad racional” y las religiones judía y cristiana. Por tanto, la civilización occidental ha enfatizado lo que el teólogo Servais Pinckaers llamaba la libertad por excelencia. La idea más completa de libertad de Occidente es, en consecuencia, lo que Edward Gibbon denominó “libertad racional”: una situación en la que nuestras pasiones están regidas por nuestra razón. Sin embargo, este fuerte apego a la razón no explica por sí mismo del carácter distintivo de Occidente. Sin las religiones cristiana y judía, no hay Ambrosio, Benito, Aquino, Maimónides, Hildegarda de Bingen, Isaac Abravanel, Tomás Moro, Isabel de Hungría, Juan Calvino, Ignacio de Loyola, Hugo Grocio, John Witherspoon, William Wilberforce, Sören Kierkegaard, Fiódor Dostoievski, C. S. Lewis, Edith Stein, Elizabeth Anscombe, la Reforma, la Universidad de Oxford, La vocación de san Mateo de Caravaggio, La pasión según san Juan de Bach, La Divina Comedia de Dante, los Pensamientos de Pascal, Hagia Sophia (la antigua catedral de Constantinopla), Mont-Saint-Michel, o la Gran Sinagoga de Roma. Sin la visión de Dios articulada primero por el judaísmo y luego infundida en el tuétano de Occidente por el cristianismo, es muy difícil imaginar avances como la deslegitimación de la esclavitud o la desdivinización del Estado y del mundo natural.

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La respuesta correcta a la famosa pregunta de Tertuliano —«¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén?»— es «todo». A partir de la definición de Occidente, Samuel Gregg enuncia un atinado diagnóstico de los males que lo afligen. La proliferación de corrientes filosóficas y teológicas tales como el materialismo, la religión liberal, el prometeísmo, el cientificismo y el relativismo autoritario – frutos putrescentes de una modernidad hastiada de sí – ha quebrado la unión entre razón y fe, que tan fecunda resultó durante siglos y que tan necesaria sigue antojándose hoy. Esta ruptura entre cristianismo y logos está en el origen, además, de algunos de los acontecimientos más atroces de la historia de Occidente. Todos ellos son resultado de la barbarie, que aparece cuando se olvida el sano equilibrio, la necesaria combinación de la razón y de la fe. Tampoco pueden explicarse otros horrores de la historia occidental sin prestar atención a factores específicos, históricamente contingentes. ¿Hitler habría alcanzado el poder sin las cicatrices que la Primera Guerra Mundial había dejado en Alemania? ¿Habría triunfado la facción bolchevique en Rusia sin el carácter absolutamente implacable de Lenin? ¿Acaso la eugenesia y la ciencia racial habrían logrado una amplísima aceptación en entornos occidentales instruidos sin la aparición de El origen de las especies, de Charles Darwin? No obstante, el continuado resurgimiento de este tipo de corrientes y acontecimientos en las sociedades occidentales sugiere una tensión muy profunda y que durante mucho tiempo ha permeado la cultura occidental, afectando a los fundamentos de la razón y de la fe. Las civilizaciones ―así nos lo enseña la Historia― desaparecen cuando reniegan de su razón de ser. Y es esta renuncia la que Occidente lleva tiempo haciendo. Así, frente a lo que suele pensarse, las amenazas no provienen sólo del exterior ―como el yihadismo― sino también, y sobre todo, de sus mismas entrañas. Si la integración única de razón y fe en Occidente es una característica definitoria de su civilización, debemos concluir que esta civilización se encuentra en grave peligro. Pero Occidente es aún salvable, puesto que el proceso de desintegración es reversible. Frente al mundo mecanicista del materialismo, el autor defiende un mundo creado por amor y que por amor puede ser alterado. Frente a la realidad caótica y desprovista de sentido que predican los relativistas, reivindica una realidad cargada de logos, de razón. Frente al pesimismo de escépticos y subjetivistas, nos recuerda que el hombre puede descubrir ese sentido que vertebra todo lo real. Y frente a la cacareada incompatibilidad de razón y fe, afirma, en fin, una verdad incontrovertible: que la fe sin razón es superchería y la razón sin fe, simple locura.

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