Sí, Santidad, el documento habla por sí solo

Sí, Santidad, el documento habla por sí solo

El Papa se ha negado a comentar las graves acusaciones vertidas contra él y su Curia por el Arzobispo Carlo María Viganò y ha pedido a los periodistas que «saquemos conclusiones» releyendo el documento. Y eso es lo que hemos hecho.

Pues lo pide el Papa, obedezco.
Su Santidad, en la habitual rueda de prensa en vuelo de vuelta de su visita a Irlanda, fue preguntado por la devastadora confesión del arzobispo Carlo María Viganò y respondió lo siguiente:
«Leí hoy en la mañana ese comunicado de Viganò. Digo sinceramente esto: léanlo ustedes atentamente y saquen sus conclusiones personales. No voy a decir ni una palabra sobre esto. Creo que el documento habla por sí solo. Ustedes tienen la capacidad periodística suficiente para sacar conclusiones, con su madurez profesional».
Es, quizá, una extraña respuesta en alguien que ha sido acusado de graves cargos, pero como consejo para los profesionales del periodismo me parece excelente. Vamos a ello.
Lo primero en un documento de esta naturaleza es el autor. Si es una persona que habla de oídas, que no cita fuentes o estas son anónimas, que cuenta lo que le dijo un tercero ‘bien informado’, no significaría automáticamente que lo que dice sea falso, pero sí sería más fácil cuestionar sus alegaciones o incluso despreciarlas.
Pero Carlo María Viganò no habla de oídas, sino como ex nuncio en Estados Unidos durante años clave en este proceso, protagonista mismo de mucho de lo que afirma.
También, por alto y bien situado que esté el autor, se podrían desdeñar sus declaraciones si meramente expresaran una opinión, una sospecha, una intuición, por bien basadas que estuvieran. Pero el Informe Viganò no hace eso, al menos no principalmente. Es un cúmulo de datos que solo pueden ser verdad o mentira, sin grises. Viganò informó a Francisco sobre la sanción que Benedicto había impuesto a McCarrick y sobre las andanzas homosexuales del ex cardenal americano o no lo hizo. No cabe interpretación aquí, ni puede haberse equivocado: o dice la verdad, o miente.
Hay una tercera opción para desacreditar al autor, y es presentarlo como parcial o personalmente indigno de confianza. Esta está siendo la vía utilizada por los perros de presa de la ‘renovación’, que no han dudado, incluso, en insinuar en algún caso que la ‘obsesión’ de Viganò por la infiltración LGBTI en la Iglesia es fruto de una homosexualidad reprimida.
Así, Viganò estaría resentido contra Francisco, que le cesó fulminantemente tras la visita del Papa a Estados Unidos, sin contar con que es un ‘conservador’ al que se le conocen posicionamientos contrarios a muchas de las decisiones de Su Santidad.
Esto es tan estúpido que me avergüenza que un periodista profesional pueda siquiera insinuarlo. Porque a cualquiera que lleve algún tiempo en el gremio -o que tenga más de dos dedos de frente- se le ocurre que quienes tiran de la manta rara vez son los leales partidarios de las personas a las que acusan. El periodismo de investigación es, nueve de cada diez veces -y me quedo muy corto-, un ex empleado enfadado u ofendido. Por otra parte, si lo que cuenta Viganò es cierto, ¿cómo podría ser ‘fan’ del Papa Francisco? ¿Alguien le ve sentido a que dijera: «Oh, sí, Su Santidad sabía lo de McCarrick y no solo no dijo nada, sino que le levantó las sanciones impuestas por su predecesor y le confió importantes encargos, pero es un Papa excelente»?
El propio Francisco nos ha pedido que escuchemos a las víctimas, que no se persiga a quienes alegan abusos sino que se les escuche, se les proteja y se investiguen los cargos en todos los casos. ¿Dejan de ser creíbles esas víctimas por el hecho más que probable de que no tengan una buena opinión de sus abusadores?
Y entramos ya de lleno en lo que nos recomienda el Papa: releer el texto y juzgar por nosotros mismos. Lo primero es ver si, en todo aquello que no podemos verificar todavía, es acorde con lo que ya sabemos.
De lo que no sabíamos nos llegan dos confirmaciones no desdeñables: el Papa Emérito y el que fuera primer consejero de la nunciatura en Estados Unidos. Benedicto XVI, según ha podido averiguar el prestigioso vaticanista Edward Pentin, recuerda haber dado instrucciones al entonces secretario de estado, el cardenal Bertone, para que trasladara a McCarrick una sanción, aunque no recuerda con detalle cuál era el alcance de esas prohibiciones.
Por su parte, Monseñor Jean-François Lantheaume, primer consejero de la nunciatura en el momento de los hechos, se ha limitado a un sucinto: «Monseñor Viganò dice la verdad» al se consultado por la Catholic News Agency.
En cuanto a lo que sabemos, me temo que no es, por decir, poco, precisamente incompatible con lo que cuenta Viganò. Creer, por ejemplo, a Kevin Farrell, auxiliar de McCarrick en la archidiócesis de Washington y nombrado obispo de Dallas por su intercesión, que vivió con él en la misma casa durante seis años, no sospechaba absolutamente nada de lo que hasta comentaban sacerdotes y seminaristas exige una credulidad que no está a nuestro alcance. Y este hombre, que escribió el prefacio de la obra cumbre del jesuita homosexualista padre James Martin y lo invitó al Encuentro Mundial de las Familias, ha sido nombrado por el Papa prefecto del nuevo Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.
El consejo privado de cardenales, el C9, que formó Francisco al principio de su pontificado supuestamente para emprender una reforma radical de la Curia -reforma estancada desde hace cinco años- y que funciona a modo de ‘junta’, tiene, al menos, a tres de sus miembros -Pell, Errazuriz y Maradiaga- implicados en acusaciones de abusos homosexuales, es decir, un tercio del total. Se puede sumar el caso de O’Malley, en el seminario mayor de cuya diócesis, Boston, se han revelado nuevos casos de abuso y que recibió una carta en la que se detallaban con pelos y señales las acusaciones contra McCarrick, que no tuvo respuesta ni reacción por su parte.
El Papa se enfrentó en Chile a sus primeras protestas populares al nombrar y confirmar como obispo a un sacerdote, Juan Barros, que las víctimas aseguraban había asistido pasivamente a los abusos del Padre Karadima, e incluso acusó a esas mismas víctimas de «calumniadores», antes de ceder a lo que empezaba a parecerse a un motín multitudinario y dar marcha atrás.
Hemos asistido al desastroso intento de ‘fake news’, con manipulación física, de Monseñor Edoardo Viganò, el flamante secretario de comunicaciones nombrado por el propio Francisco, y cómo el Papa, incluso obligado a destituirlo, le dejó como ‘asesor’ y le alabó en una carta que se hizo pública.
Hemos visto cómo aseguraba Su Santidad a Reuters que se había enterado de las Dubia presentadas por cuatro cardenales sobre el Capítulo 8 de su exhortación Amoris Laetitia «por la prensa», pese a que la carta privada fue entregada al Santo Padte tres meses antes de hacerse pública, con copia al prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, entonces Gerhard Müller, a quien Francisco instruyó para que no respondiera.
También sabemos de otra carta, esta de una víctima de Karadima, que el cardenal O’Malley, miembro C9 y director de la Comisión para la Protección de la Infancia, aseguró haber entregado en mano a Francisco y que Su Santidad negó haber recibido.
La lista podría alargarse hasta hacerse insoportablemente monótona. Pero todo apunta a lo mismo. Sí, naturalmente, el documento de Carlo María Viganò puede ser, en lo esencial, una monstruosa calumnia. Por eso debe investigarse minuciosamente, imponiéndole a su autor las graves penas canónicas que le corresponderían si lo que dice es falso. Pero si Su Santidad pretende que, de la mera lectura del informe, deduzcamos inmediatamente que es falso -«habla por sí solo»-, mucho nos tememos que a nosotros el ejercicio no nos funciona como debería.

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