Abusos: El elefante en la habitación

Abusos el elefante en la habitación: dos hombres con bandera arcoíris en el Vaticano visibilizan el problema ignorado por la Iglesia.

El 82,6% de las víctimas son varones. Pero sigamos fingiendo que no hay un problema homosexual en la Iglesia

En 2023, la Conferencia Episcopal Española publicó un dato demoledor. Un dato que, si no estuviéramos todos participando de una gigantesca pantomima de silencios, debería haber sido portada de todos los medios, provocar dimisiones y desencadenar una purga a fondo en los seminarios: el 82,62% de las víctimas de abusos sexuales en la Iglesia católica en España son varones.

Leído en voz alta: más de ocho de cada diez víctimas eran niños o adolescentes varones.

Y sin embargo, no pasó nada.

Porque ese dato tiene implicaciones demasiado incómodas. Apunta con el dedo hacia donde nadie quiere mirar. Y expone una verdad que solo un Papa se atrevió a decir: la crisis de abusos sexuales en la Iglesia no es, principalmente, una crisis de pederastia. Es una crisis de efebofilia. Y por tanto, una crisis de homosexualidad clerical.

El elefante rosa con alzacuellos

Mientras los obispos hablaban de ambientes cerrados, desigualdad de poder o formación afectiva deficiente, los hechos eran tozudos. No eran niñas. No eran niños pequeños. Eran varones adolescentes, seminaristas, monaguillos. Y los agresores, curas y religiosos varones. 99% según la misma fuente.

¿Y qué se ha hecho desde entonces? Lo que se hace con todos los elefantes en habitaciones incómodas: decorarlo con flores sin dejar que nadie lo nombre.

El único que osó romper el silencio fue Benedicto XVI, que advirtió sobre la homosexualidad como factor clave en los abusos. Pero fue despreciado por progresistas, silenciado por moderados y dejado solo por casi todos. Hasta que dimitió.

Francisco, con todos sus titubeos, reafirmó en 2016 la norma que prohíbe admitir a homosexuales en los seminarios, y pocos meses antes de morir, en uno de sus arranques de sinceridad, llegó a decir que ya hay demasiado mariconeo en la formación sacerdotal. Sí, lo dijo. Y lo sabemos todos.

Pero esa norma no se aplica. Se elude. Se desprecia. Y algunos obispos que hoy ostentan poder y púrpura —gracias, precisamente, a los nombramientos de Francisco— han seguido promoviendo y nombrando como formadores a sacerdotes cuya homosexualidad no es solo conocida, sino denunciada por testigos y documentos.

Uno de ellos —lo diremos más adelante— acaba de poner a un homosexual con antecedentes a formar seminaristas. Tal cual.

La Iglesia que no quiere curarse

No hay salud posible si se niega el diagnóstico. No hay reforma posible si se silencia la causa. Mientras se siga culpando al clericalismo y no a las redes homosexuales encastilladas en la estructura eclesial, todo será maquillaje.

El nuevo Papa —León XIV— tiene delante una decisión histórica: seguir mirando hacia otro lado o limpiar de raíz el pecado que ha destruido miles de vocaciones, vidas y almas. Y nosotros, desde aquí, no vamos a callar.

Porque el 82,6% no es un accidente. Es una prueba. Y los que callan ante ella, participan del encubrimiento.